Santiago Roncagliolo (Lima, 1975), uno de los jóvenes escritores más prolíficos en lengua castellana, nos habla de su última novela Óscar y las mujeres (2013), del humor, de las nuevas tecnologías y la literatura, de los viajes y de la censura. El escritor peruano residente en Barcelona ha sido ganador del Premio Alfaguara de Novela 2006 con Abril rojo y entre sus obras destacan Crecer es un oficio triste (2002), Pudor (2005) y El amante Uruguayo (2012)
A través de Óscar y las mujeres vuelves a los culebrones, ¿hasta qué punto la comicidad es un medio para retratar la decadencia masculina en América?
La masculinidad no solo está en crisis en tierras americanas. En todo el planeta, el hombre ha perdido el poder, y está aterrado. Óscar es una metáfora de una situación universal: la caída del varón.
¿Qué importancia tiene para ti deleitar al lector? ¿Crees que un sector de los intelectuales percibe el entretenimiento en la literatura como algo superficial?
No creo que sea un sector: son casi todos. A los intelectuales les da vergüenza compartir cualquier sentimiento con más del 5% de la población. Pero yo siempre he disfrutado la cultura popular. Y creo que se pueden escribir historias inteligentes con ella. Mis libros hablan de soledad, amor, irrealidad, muerte, recurriendo a la comedia, al thriller y a la telenovela.
Bryce Echenique afirma que en la literatura panhispánica hay dos tipos de humor, el cervantino y el quevedesco, ¿cómo describirías el sentido del humor de tus obras?
Yo diría que es un humor desesperado: el humor de quien se ríe para no llorar.
Óscar y las mujeres surgió como un folletín on line por entregas antes de salir en papel. ¿El espacio digital sirve para promocionar el libro impreso o no tiene por qué subordinarse el uno al otro?
Creo que la experiencia digital ayudó a promocionar el libro de papel. Ambas cosas no tienen que ser enemigas: pueden ser cómplices.
¿Qué tal la experiencia de Voces para un blues negro (2011), la novela de autoría colectiva junto a Fernández Mallo, Cristina Fallarás y otros autores?
Muy divertida. Yo propuse un policial cómico. Agustín lo transformó en una tragedia metafísica. Y Cristina convirtió todo en una historia de sexo. Fue genial trabajar con creatividades tan personales.
Jet Lag (2007) es una colección de artículos de tu blog, ¿de qué manera esta bitácora te ha ayudado en tu carrera de escritor?
Jet Lag abrió dos caminos: el periodismo como herramienta para contar historias e Internet como forma de relación con los lectores. He seguido explorando ambos desde entonces.
Cuando se habla de Internet surgen discursos tecnófilos y tecnófobos, ¿cuál es tu reflexión como escritor forjado entre lo analógico y lo digital?
Es muy simple: quiero explorar todos los espacios posibles para contar historias. Y quiero aprender de ellos.
Tan cerca de la vida (2010), habla de la soledad y la relación entre los humanos y los ordenadores. ¿Cómo ha contribuido tu estancia en Japón en la concepción de este libro?
De hecho, Japón generó el libro. Es mi novela más experimental, pero también fue la más fácil. Después del viaje, casi salió automáticamente, como una forma de procesar lo que había vivido y sentido.
En cada obra hay un cambio de escenario: Barcelona, Miami, Santo Domingo, Lima, Ayacucho. Viajas constantemente y has residido en varios países. ¿Cómo ha influido esta vida nómada en tu carrera?
La ha determinado. Cuando viajas, te transformas. Vives vidas que no habrías podido experimentar de otra manera. Y eso es exactamente lo que hace un escritor.
De otro lado, las fronteras difusas de la ficción y la realidad es un tema recurrente en muchos de tus libros, ¿hasta qué punto narrar es una manipulación estética de los hechos?
Por completo. Narrar historias es sólo manipular estéticamente unos hechos, reales o ficticios. La honestidad –y mi abogado– recomiendan dejar claro cuándo son reales y cuándo son ficticios.
Sin ánimo de polemizar sobre Memorias de una dama. ¿Piensas que el mejor premio para un libro es la censura? Le ha pasado a La ciudad y los perros y a El hacedor (de Borges), remake.
Sin duda, cuando no puedes comprar un libro, y su autor no puede hablar de él, y nadie admite qué pasó con él, ése es un libro muy interesante. Un libro que deberías leer.
Los hombres de tus obras tienden a la inseguridad y al patetismo, mientras que las mujeres actúan con decisión, ¿crees que es así?
Sí. Pero no es un problema de mis libros. La vida es así.
Abril rojo (2006) es un thriller político, La cuarta espada (2007) un reportaje y Pudor (2005) un sitcom, ¿el cambio de registro es uno de tus sellos personales?
Debería ser más normal. Hay músicos como David Bowie, cineastas como Kubrick y pintores como Picasso, que se reinventan en cada trabajo. No sé por qué no ocurre lo mismo con los escritores.
Desde 2002 publicas más de un libro por año y escribes sin parar artículos periodísticos. ¿Cómo organizas tu tiempo y qué métodos de trabajo empleas?
Soy un adicto. Tengo un estudio donde me paso el día escribiendo. No tiene tele ni teléfono ni vista ni ascensor, así que me obliga a trabajar. Soy una persona que se pasa ocho horas diarias dentro de su cabeza. Creo que esa es la definición de un psicótico, pero también de un escritor.
Escritores peruanos como Vargas Llosa, Bryce, González Viaña, Cueto, Tays, Trelles, Alarcón, Bayly y Galarza, tienen reconocimiento y premios internacionales. ¿Cómo ves la escena literaria peruana?
Perú está disparado. Y no solo en literatura. Tenemos cineastas nominados al Oscar y tenores de ópera. Me hace muy feliz esta euforia creativa. Antes era un país deprimido.
¿En qué proyectos estás trabajando con miras a los próximos meses?
Una nueva novela, que es un regreso a mi país y a viejos temas de mi trabajo. Pero no diré más. Será una sorpresa.