Radio-activity es el quinto disco de Kraftwerk y el primero que en muchos aspectos define el sonido de la banda de Düsseldorf tal y como hoy lo conocemos. Con Radio-activity, Kraftwerk aterriza definitivamente en el planeta pop.
«Antenna» o la misma canción que da título al álbum son puntos de no retorno. Radio-activity aleja al grupo tanto de los círculos avant-garde y de experimentación electrónica para iniciados en los que la banda se había formado como de las divagaciones cósmicas sintetizadas de bandas alemanas como Tangerine Dream, por un lado, y del rock progresivo y maquinal de Can o NEU!, por otro.
Es cierto que todavía suenan ecos de etapas anteriores –el título de la canción que cierra el disco, «Ohm sweet Ohm», es prueba de ello–. Sin embargo, es significativo –aunque pueda parecer un dato anecdótico– que en Radioactivity todos los miembros del grupo luzcan ya pelo corto y ese aspecto formal, funcionarial y robótico tan característico en la imagen del grupo. La era hippie toca fin sin duda para ellos.
Muchos dirán que el punto de inflexión de Kraftwerk es Autobahn, el disco inmediatamente anterior, y yo les respondería que una composición de 23 minutos no puede ser jamás una canción pop. A pesar de que realizaran una versión corta y radiable para el mercado americano se ha de tener en cuenta que la versión original de «Autobahn» ocupaba una cara completa del disco.
Por último, recordar que Radio-activity, como casi todos los de la banda, es un álbum conceptual, muy cohesionado temática y musicalmente. En esta ocasión juegan con la doble lectura del título: la energía nuclear, por un lado, y la radiodifusión, por otro. Ambas, ondas invisibles que circulan en el espacio. Las primeras constituyen una fuente de energía y una amenaza, las segundas un medio de comunicación que Kraftwerk ensalza en un ejercicio no carente de cierta nostalgia y de un retrofuturismo muy característico en la estética del grupo.