Manuel Vázquez Montalbán: una poética y una crítica de la Transición

Manuel Vázquez Montalbán (1939-2003)

 
El terror paraliza la memoria, pero no la destruye.
Y con el tiempo se descubre que no hay otra victoria que la de la memoria,
compensación melancólica al fracaso inevitable del deseo

Manuel Vázquez Montalbán

En 1985, diluido el riesgo de otro intento de golpe de estado, consolidado el poder de la izquierda en una España a punto de entrar en el Mercado Común Europeo, la realidad social, económica y política del país no parecía favorecer una revisión histórica del relato oficial de la Transición.

Aún así, Manuel Vázquez Montalbán desoirá explícitamente la exhortación generalizada al olvido a través del cultivo de uno de los géneros literarios que más difusión va a proporcionar a su voz: la crónica periodística. En efecto, gracias a una sección semanal en el suplemento dominical del diario El País, el creador de Carvalho desarticula pieza a pieza, episodio a episodio, la narrativa encorsetada y falsa de los convulsos y apasionantes años desde el desmoronamiento del franquismo hasta la victoria de Felipe González en 1982. ¿A través de qué mecanismos subvertirá el autor las narrativas oficiales de la historia y sus iconos? y, sobre todo, ¿con qué finalidad?

Una de las claves a esos interrogantes la encontramos en el directo y sugerente título escogido para la sección, Crónica sentimental de la Transición, síntesis perfecta entre la búsqueda de una reconstrucción histórica, con la que revelar los signos para un balance de logros y fracasos, y la emotividad repleta de afectos contradictorios que bordean la experiencia propia y ajena. Pero además, los diez años exactos que ya han trascurrido desde la muerte de Franco van a permitir al autor colar entre los entresijos irónicos de sus artículos la sombra alargada de un yo poético que vaga por entre la sintaxis de los textos.

Franco seguía siendo el protagonista fundamental, el sujeto de aquella escenografía que conducía al acto final de la pesada losa que le clavaba en tierra. ¡Cuántos ojos acompañaron a aquella losa, forzando su peso, y cuántos por el contrario, trataban de impedir que se consumiera el entierro!

Con la autoridad moral propia de quien, sin haber renegado nunca de la cultura popular como fuente de inspiración, conoció de primera mano las miserias y aventuras de los efluvios intelectuales de la Transición, Vázquez Montalbán perfila en sus columnas semanales el retrato de una generación sirviéndose de un recurso retórico poderosísimo: el que otorga la lógica del testimonio. Es de ese modo como la reconstrucción periodística de un tiempo se configura a partir de una doble mirada, la de la historia y la de la memoria de uno de sus protagonistas, que, a su vez, llama en causa a todos y cada uno de los que también estuvieron allí.

No sólo para los militares fue difícil el trágala de la legalización del PCE […]. También en las filas comunistas hubo que iniciar la pedagogía del pacto con la monarquía y con el gobierno de Suárez. Para muestra el botón de la escena de una reunión de cuadros en el Colegio Mayor Ilerdense de Barcelona. Preside Gutiérrez Díaz. […]: no habrá ruptura pero sí habrá reforma. A continuación, Santiago Carrillo se sacaría en Madrid la bandera española y la aceptación de la monarquía del sombrero de copa de su tenaz entrepierna.

Por entre las referencias a falangistas enrocados, reformistas al servicio del Opus Dei, chulos, floristas, socialistas con chaqueta de pana, comunistas de futura corbata, expectantes presidentes de naciones sin estado y de estado sin nación, gentes del espectáculo, escritores de siempre, periodistas de nuevo cuño, exiliados retornados, iconos de la modernidad –que en España pareció pasar de largo–, sinvergüenzas, europeístas convencidos y algún que otro liberal demodé late la presencia de los correligionarios de Vázquez Montalbán: poetas, cineastas y artistas, asiduos a la esfera pública de la Transición, con los que, más allá de las distancias ideológicas y las pugnas por consolidar la propia voz, comparte una esperanza generacional producto de la desazón pasada y la voluntad de cambio.

El medio era aquella noche el mensaje. El medio eran los dos rostros, las dos siluetas de Felipe y Guerra, dos de los nuestros, dos inocentes históricos como nosotros. La inocencia histórica había llegado al poder, quizá, quizá la transición, la eterna transición de la historia de España, esa historia triste porque siempre termina mal, como había escrito Gil de Biedma, había terminado de una vez por todas.

No era para menos. Vázquez Montalbán pertenece a ese grupo de españoles nacidos después de la guerra civil que, sin haberla vivido directamente, habrá de soportar por más tiempo una de sus funestas consecuencias: la imposibilidad crónica de decidir los designios individuales y colectivos. Y aún así, la suerte no está echada porque con la caída de la tutela constante del estado represor surgirán también una serie de agrios debates, de los que Vázquez Montalbán va a dar cuenta en sus artículos, y cuyo argumento central no es otro que el eterno, cansino y funesto tema de España.

Curioso que buena parte de los esfuerzos intelectuales de la España del 1978 se dediquen al pressing antimarxista, beneficiado por la pobreza y la inseguridad teórica del marxismo español, aplicado […] en la tentación de un fundamentalismo de abecedario y veinte duros de ideología. Frente a ello […] se conforma un nuevo espíritu de defensa de la Hispanidad que no tardará en entroncar con lo más brillante de la inmediata tradición de la españología. Esta necesidad de españolear se acentuará a medida que el proceso constituyente abra camino a las autonomías.

Como vemos, las reivindicaciones de las nacionalidades históricas durante la Transición van a favorecer su reverso: la asidua y transgresora intervención en diarios, revistas y panfletos del promotor de ese «espíritu de defensa» hispánico –promesa intelectual de la Barcelona de los primeros setenta y fundador incansable de importantes iniciativas culturales durante aquellos ansiosos años– y que a partir del 78 focaliza toda su energía en apuntar el verbo contra la España en construcción, Federico Jiménez Losantos.

El complejo de castración de lo hispánico condiciona un título y una tesis, Lo que queda de España, obra aún futura de Losantos pero de talante emparentable con el sorprendente discurso erudito y apasionado de Sánchez Dragó.

Conocedor profundo de la realidad intelectual catalana y, sin embargo, anclado en la voluntad expresa de no deshacerse del xarnego que lleva dentro, Vázquez Montalbán afronta el tema de la identidad nacional desde una perspectiva que –lejos de sostener los delirios hispanocéntricos de reaccionarios y oportunistas reconvertidos a la democracia– se defiende de los que en esos años apostaban por la marginalización de los escritores en lengua castellana en Cataluña.

Maruja Torres, Eduardo Mendoza, Vázquez Montalbán y Juan Marsé en Casa Leopoldo

 
De hecho, la actualidad de la figura de Vázquez Montalbán radica en su afán –presente en estas crónicas transicionales y en otros múltiples lugares en los que dejó testimonio– por representar el frágil y precario equilibro del escritor que se reconoce políticamente en el catalanismo cultural de izquierdas, utiliza como instrumento de trabajo el castellano y tiene, además, la vocación de participar del campo cultural español en su conjunto. La metáfora que mejor resume esa intención, no siempre serenamente satisfecha, la recuerda el mismo autor en uno de sus versos:

Vivo en Praga acumulando
recuerdos deudas pérdidas
de la propia identidad en cada testigo
muerto
escribo en alemán para que las palabras
no sean vuestras ni mías
al fin y al cabo
todo lenguaje es un tam tam
que pide socorro en una lengua
inaceptable
ser judío vivir en Praga escribir en alemán
significa no ser judío ni alemán
ni ser aceptado
por las mejores familias de la ciudad
que identifican
el alemán con Alemania y el ser judío con la alarma

 
La Barcelona de la Transición, un espacio convulso en el que las pugnas identitarias surgen tras largos años de clandestinidad, represión y hastío, es en sus versos la Praga de Kafka. Anclado en su vocación de escritor, Vázquez Montalbán salta de pertenencia en pertenencia para fijar la mirada en el territorio al que, por encima de cualquier otro, dice siempre querer pertenecer: el que precariamente construye el lenguaje. Es quizás por ese motivo que en uno de los últimos artículos de su particular crónica, Vázquez Montalbán va a definir la Transición en unos términos que bien podrían ser aplicados a su particular concepción de la escritura.

La transición es una línea imaginaria como el ecuador, el antes o el después de cristo, la generación del 27, los novísimos, la posmodernidad. Una línea imaginaria que descarga de la obligación de llevar a cuestas toda la historia y ayuda a buscar el antes y el después de los hechos, hasta el momento en que las líneas imaginarias las empaquetan y lo falsifican, como han conseguido falsificar la cultura

Línea imaginaria o no, lo cierto es que Vázquez Montalbán consigue reconstruir la ambivalente atmosfera transicional a partir de una visión propia que, complemento y suma de una polifonía de voces y voluntades a menudo contradictorias, es capaz de poner de relieve las ansias de una poética por habitar la gramática compleja de una memoria melancólicamente sentimental.
 

Sobre el autor
(L'Hospitalet de Llobregat, 1977) Licenciado en Filología italiana y máster en Teoría de la literatura, se dedica a la docencia y colabora con su voz y sus textos en diversos proyectos artísticos. Ha escrito un libro de poemas, Deriva Corporal, aún inédito, al que espera muy pronto encontrar editor.
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  1. Estoy de acuerdo. Su actualidad radica en lo que tú dices en el texto. Pero también, aunque en un campo diferente, como precursor de una buena parte del mejor ensayismo actual: Fernández Porta y Fernández Gonzalo.

    Saludos!

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