La reinvención del realismo en el Perú: a propósito de ‘Todo es demasiado’, de Cristhian Briceño

Fragmento cubierta «Todo es demasiado», de Cristhian Briceño

 
Desde Lima, el escritor J. J. Maldonado nos acerca a la narrativa peruana actual a través del libro de cuentos Todo es demasiado (2024), de Cristhian Briceño, reeditado por Seix Barral. A través de la lectura de los relatos, Maldonado pone en entredicho algunos de los lugares comunes asociados con la narrativa del país andino, como son el realismo, la violencia o el abuso del argot de los suburbios limeños, y asimismo se pregunta cómo se escribe actualmente en una tradición tan marcada por voces realistas, como la de Vargas Llosa, Arguedas o Miguel Gutiérrez.

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No creo que sea cosa fácil para un lector acostumbrado al hegemónico y clásico realismo peruano –con todos sus lugares comunes y vicios narrativos, con todas sus limitaciones, falencias y aciertos– acercarse a los relatos que componen Todo es demasiado, de Cristhian Briceño.

En principio, porque cada uno de estos relatos rompe con la noción clásica del “Cuento Peruano” (amplificando así las posibilidades de un género sin mucha evolución temática en Perú) y, luego, porque el concepto de “cuento redondo”, esa ficción que busca como uno de sus elementos un final esclarecedor, cómico o sorprendente, queda anulado para exponer otro tipo de esquema narrativo que nos recuerda algunos de los extrañísimos y alegóricos cuentos de Franz Kafka o Hebe Uhart.

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Cristhian Briceño, escritor

Con Todo es demasiado, Cristhian Briceño presenta su segundo libro de relatos y despliega un mecanismo ficcional que horada la realidad inventada de sus textos con una violencia y crueldad aterradoras. El encapsulamiento de ese terror a través del absurdo o, a ratos, de lo onírico, es lo que configura la urdimbre de los cuentos, convirtiendo así el conjunto en una metáfora de las fisuras secretas y pavorosas del hombre moderno.

En todos los relatos de Todo es demasiado, sin excepción, los personajes actúan de un modo insólito, completamente absurdo e inconmovible, mostrando siempre otra arista del horror, un borde imperceptible y peligroso que solo se exterioriza a través de la ficción.

Así, los protagonistas de cuentos como “De Ray para Dorothy” o “Historia de dos paganos” se presentarán atrapados por sus miedos interiores, observando la “realidad” desde ángulos, en apariencia, distorsionados e imposibles.

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Desde el primer relato, el lector de Todo es demasiado ingresará a un mundo de extrañeza poco frecuentado en la narrativa peruana última, tan acostumbrada a los parámetros del realismo a lo bestia (herencia del indigenismo, de Vargas Llosa, de Enrique Congrains, de Oswaldo Reynoso, de Ribeyro y de un largo etcétera).

Este nuevo universo será organizado desde la serenidad e impavidez de la voz narrativa que controla la ficción de Briceño. De ahí que nada de lo maravilloso o absurdo que ocurra en las historias perturbará a los personajes o al mismo narrador de los cuentos. Todo lo contrario, el efecto será siempre inverso: el perturbado será el propio lector.

Con un tono seco e inconmovible, Briceño logra que situaciones anecdóticas y puramente domésticas trastoquen la lógica racional. Todo lo absurdo y disparatado sucede en un orden congénito al universo de la ficción, sin recurrir a sorpresas o inquietudes por parte de los personajes.

En la corriente realista, por lo general, la “maravilla” pertenece, por antonomasia, a la misma “realidad”. El punto de inflexión y las grandes sorpresas que tensionan muchos de los relatos realistas nacen a partir del descubrimiento o el efecto de esa “maravilla”. Naturalmente, esta no solo es de orden fantástico, sino también, como en la mayoría de los casos, puede ser de orden vital.

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En los cuentos de Todo es demasiado, sin embargo, este esquema ocurre al revés: es la realidad la que pertenece, por antonomasia, a la “maravilla”. De este modo, lo que sorprende a los seres que pueblan su universo no es tanto el descubrimiento o el efecto de lo “maravilloso” en sus vidas, sino más bien, el descubrimiento violento de lo “real”: un niño por nacer, el amor hacia un condenado, el miedo de perder a un ser querido, una interpretación textual de una novela onettiana, el precio de una infidelidad, etcétera.

La presencia de estos componentes realistas es lo que tensiona y quiebra la tranquilidad de un contexto “maravilloso” en sí mismo. ¿Pero qué es lo “maravilloso” para Cristhian Briceño? Pues un festín de carne humana, un juicio con la presencia de fantasmas, esposas que siguen en casa después de muertas, realidades donde existen cursos para fusionar a dos personas con éxito, cultivos de seres humanos, trabajos para romper espaldas, etcétera.

Todos estos absurdos e imposibles parecen formar parte de la “realidad” ficcional de los relatos de Briceño, donde la más mínima presencia de racionalidad y “realismo” quiebra el orden de las leyes impuestas por el autor.

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Una de las curiosidades más interesantes del libro es que sus relatos están libres de referentes geográficos de término municipal o localista. Esta exclusión evita a Briceño caer en vicios costumbristas (tan inherentes en la literatura peruana última, especialmente con el caso de las jergas) y de regodearse en lugares comunes y gastados de nuestro realismo: las mitologías urbanas del Centro de Lima, Jirón Quilca, Miraflores, Magdalena, Lince, etcétera.

De modo que todo tiempo y espacio en los relatos de Todo es demasiado gana universalidad y refresca –como algunos cuentos de Carlos Yushimito y Alexis Iparraguirre– nuestra propia tradición.

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En otros aspectos, convendría anotar que el lenguaje utilizado en Todo es demasiado mantiene la linealidad y mesura de un terreno allanado, de campo sin grutas o protuberancias. Hay en ella pues una clara diferencia al Briceño de “Fiebre” (relato ganador del Cuento de las 1000 palabras de la revista Caretas) o de “La trama invisible”, donde el lenguaje alcanzaba lirismo, tensión y potencia narrativa, favoreciendo al texto con otra capa de lectura y significado.

En Todo es demasiado, por el contrario, el lenguaje parece quedar corto, reducirse y dedicarse a cumplir la tarea sin otro riesgo que el de sostener una historia. En otras palabras, el pacto del autor con el lenguaje parece haberse inhibido o, en todo caso, cambiado en favor del registro de su nuevo libro. En este contexto, a pesar de la pasividad lingüística de Todo es demasiado, el lenguaje es funcional a la atmósfera de sus cuentos, es decir, la búsqueda principal en este conjunto de relatos parece remitirse solo a un punto objetivo: su temática.

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Con todo, al terminar cada uno de los cuentos de Todo es demasiado, queda en el lector la sensación de que faltó algo más, de que todavía queda mucho trecho por recorrer, de que la brusquedad con la que el autor cierra los textos es como un corte de luz a mitad de una película.

Sin embargo, esta brusquedad para cerrar las historias no es gratuita ni una falta de oficio, pues, desde el principio, Briceño va dejando una semilla de incertidumbre y ansiedad en el lector para que, con el avance de la trama, esta termine de brotar en sensaciones de incomodidad y turbación.

Sus finales abruptos sirven, por lo tanto, para reforzar esos elementos que producen cuentos de la talla de “De Ray para Dorothy” o “Los hangares vacíos”, ya que el receptor queda saturado de inquietud por ese efecto que provoca tanto la forma como el fondo de los textos.

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Y, por último, ¿vale la pena acercarse a este nuevo libro de Cristhian Briceño?

Por supuesto. Sobre todo para conocer los mecanismos de la narrativa peruana última, a la que sin duda Briceño otorga otra puerta de acceso a través de su ficción, pues más allá de ser un buen libro de cuentos, es también un muestrario de las distintas formas de percibir y abordar el mundo y la realidad que nunca es ni será una sola. Precisamente ahí su máxima hazaña. Muy bien por él.
 

Sobre el autor
(Lima, 1989). Máster en Escritura Creativa por la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona. Es periodista y escritor. Ha publicado la novela «El amor es un perro que ruge desde los abismos» (Planeta, 2021) y los conjuntos de relatos «Quien golpea primero golpea dos veces» y «Los Buguis». En 2015 ganó el premio Narrador Joven del Perú por la Fundación Marco Antonio Corcuera.
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