La casa oscura como personaje literario: el caso de ‘Nada’ y ‘El Lazarillo de Tormes’

Fragmento del cómic basado en «Nada». Ilustraciones: Claudio Stassi, 2021

 
A lo largo de la historia de la literatura se han plasmado sobre el papel diversas viviendas sombrías. De todas ellas, nuestro colaborador Daniel Marchante enfoca la mirada en las que aparecen en dos clásicos como El Lazarillo de Tormes (Anónimo, 1554) y Nada (Carmen Laforet, 1945). Crucemos con el autor el umbral hacia la oscuridad para ver quién las habita.

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El lugar que habitamos nos define. Cada recoveco de nuestra vivienda es una extensión de uno mismo. Las hay de todo tipo. En la ficción también. A veces, este espacio se perfila como algo anecdótico, pasajero. Otras veces se convierte en un personaje más de la narración. Cobra vida. Dicho protagonismo refleja el carácter de sus ocupantes. Alguien alegre llenará su hogar de objetos en sintonía con ese estado de ánimo. Cuando los residentes padecen alguna ausencia, este vacío evoca una casa oscura.

Tener un lugar en el que vivir no equivale siempre a la abundancia. La escasez de recursos puede transfigurar nuestro hogar. Paredes sin pintar, muebles desvencijados o falta de luz. Estos elementos denotan un abandono del cuidado de la casa. Dicho espacio transmite frío. Para sus habitantes, el mal estado del inmueble les pasa por alto. Llevan tanto tiempo rodeados de decadencia que si la notan, hacen oídos sordos. El lugar y las personas se han mimetizado entre sí.

Este fenómeno, tan antiguo como la vida sedentaria, puede cobrar peso narrativo en una obra hasta el punto de convertirse en personaje literario.

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Un caso temprano en español lo hallamos en el «Tratado tercero: Cómo Lázaro se asentó con un escudero y de lo que le acaeció con él» de la novela picaresca La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

El tercer amo de Lazarillo fue un escudero que le causó una buena primera impresión porque lo aceptó como sirviente y en ningún momento fueron a comprar alimentos. En la mente del chico este hecho equivalía a que en casa de su amo habría un gran banquete preparado. Al llegar a su nuevo hogar, el narrador cuenta:

Entramos en casa, la cual tenía la entrada oscura y lóbrega, de tal manera que parece que ponía temor a los que en ella entraban

Nada más cruzar la puerta, lo que ve en el interior le aterra.

Al aspecto siniestro del interior hay que sumarle la ausencia de personas. Aunque su propietario vista como un hombre acaudalado por ser escudero, está arruinado. Este tipo de personajes eran habituales en la época. Hidalgos o nobles que habían perdido su fortuna malvivían sin ejercer ningún oficio. Preferían pasar hambre antes que quebrantar su honra desempeñando trabajos que por su estatus no deberían realizar. La vivienda de este personaje cuenta con una cama, una jarra para el agua y poco más. No hay ni comida ni bebida. En los días buenos se puede beber agua.

Carmen Laforet, 1945

Lazarillo vive con su nuevo amo en este locus eremus poco más de un año. Un día paseando por la calle escucha que a un difunto lo llevan a la casa lóbrega y oscura donde ni se come ni se bebe. Él cree que se refieren a la del escudero. Está aterrado. En realidad, hablan del cementerio.

La escasez de todo es tan grande en esta casa oscura que el joven la confunde con la morada de los muertos. El símil tampoco va muy desencaminado, ya que si los dos siguen allí más tiempo sin casi comer acabarán muriéndose de hambre.

En este fragmento de la obra el espacio determina la suerte de sus habitantes. En todo momento, esa carencia de alimentos, muebles o luz devora la rutina diaria de Lazarillo. Allí dentro no puede hacer nada. No puede servir a su amo.

Las características de este hogar suponen una amenaza para el chico que se las tiene que ingeniar para encontrar comida. Desde su llegada, le aterra estar allí. Ni siquiera puede realizar tareas de limpieza porque no hay escobas ni trapos ni nada. Reina el oscuro vacío.

El Lazarillo de Tormes fue censurada durante un tiempo hasta que se volvió a publicar y leer en el siglo XIX. Desde entonces, ha ido popularizándose como lectura obligatoria en muchos centros de educación secundaria. Además, varios filólogos la estudian como parte del canon de obras imprescindibles del Siglo de Oro español. Debido a esta tarea de divulgación, en muchos hogares ha habido siempre un ejemplar de esta novela.

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En El libro de Carmen Laforet vista por sí misma (de Agustín Cerezales Laforet, Destino, 2021) la autora de Nada comenta que su madre, Teodora Díaz, “leía un trozo de El Quijote o de El lazarillo de Tormes y al final pasaba el libro a uno de nosotros para que leyésemos también uno o dos párrafos. Cada día era un capítulo el que leíamos”.

A. Cerezales Laforet, 2021

Por tanto, Carmen Laforet conocía desde niña las andanzas de El Lazarillo, incluida la del escudero. Sin embargo, sería muy ingenuo aventurarse a que este fragmento del clásico español le inspirara para crear la atmósfera asfixiante del piso de la calle Aribau que aparece en su primera novela.

En su ópera prima, Laforet describe una casa oscura cuya presencia aterra a la narradora de Nada, Andrea. Se trata del piso de la calle Aribau de Barcelona donde viven su abuela, sus tíos y una criada. Desde fuera, el edificio está lleno de fincas idénticas como suele ocurrir en el centro de la Ciudad Condal. Parece una serie de copias repartidas en sentido horizontal y vertical. Para alguien que observa por primera vez este tipo de construcciones, resulta confuso saber cuál de los balcones o ventanas corresponde a la vivienda a dónde tiene uno que alojarse.

Andrea está habituada a la vida del pueblo, con lo cual posee una mirada externa hacia el entramado urbano de la gran ciudad. Las sorpresas lúgubres se las encuentra al cruzar el umbral de la puerta del hogar familiar:

Lo que estaba delante de mí era un recibidor alumbrado por la única y débil bombilla que quedaba sujeta a uno de los brazos de la lámpara, magnífica y sucia de telarañas, que colgaba del techo. Un fondo oscuro de muebles colocados unos sobre otros como en las mudanzas. Y en primer término la mancha blanquinegra de una viejecita decrépita, en camisón, con una toquilla echada sobre los hombros. Quise pensar que me había equivocado de piso.

La primera impresión de Andrea de su nuevo hogar dibuja un espacio asfixiante y aterrador. Apenas hay luz. En cambio, abundan los muebles abandonados y amontonados como si allí viviera alguien con el síndrome de Diógenes. Mire por donde mire, la recién llegada solo ve una vivienda llena de mobiliario olvidado que sus propietarios ni usan ni venden. Restan allí presos del polvo.

Siguiendo esta línea de dejadez, se seguirá perfilando el piso de la calle Aribau. En conjunto este hogar se presenta como una casa oscura en la que hay poca comida y muchos objetos decorativos que se deterioran con el paso del tiempo.

Dicha suciedad refleja el carácter de sus habitantes. La abuela le parece a su nieta una vieja decrepita, sus tíos hombres desganados y su tía Angustias un ente hostil. Aún después de conocer a estos familiares, su opinión del piso seguirá igual. Para ella, es un espacio terrorífico que no alberga nada bueno. La fisonomía del lugar la deprime, la enferma y le hace preguntarse qué hace allí.

Las dudas y la congoja que le alimentan su morada temporal se despejan en cuanto sale a la calle. Barcelona, aunque haya rincones que le parezcan tristes, le transmite buenas vibraciones. Ella ve la Ciudad Condal como la nueva página de su vida. Allí tendrá que decidir qué quiere ser y cómo formarse como persona. La capital de Cataluña supone un punto de inflexión en su vida. Fuera de las paredes de la casa oscura de la calle Aribau, las ganas de vivir y explorar el mundo le dan alas para volar por su cuenta.

Al salir del hogar familiar, Andrea se siente libre. Feliz.

Cabe destacar que la novela se ubica en la posguerra de la Guerra Civil Española. Aunque no se hable del conflicto bélico en detalle, sí se desmenuzan las cicatrices de este. Precisamente, estas huellas dolorosas que aún están supurando han modificado el interior del piso de la calle Aribau. Antes no era tan tétrico como cuando llega Andrea. Era un hogar agradable. Sin embargo, la familia de la protagonista forma parte de esa sociedad venida a menos tras la Guerra. Antaño podrían considerarse burgueses.

El Lazarillo de Tormes, 1554

Ahora, en cambio, casi no pueden disfrutar de una comida abundante. La falta de alimentos también refuerza el aire enrarecido que se respira en ese piso. Igual que ocurría con la del escudero del Lazarillo, en esta casa apenas se come o se bebe.

El deterioro del piso de Aribau es equiparable al de los tíos de Andrea, Román y Juan. Antes de la guerra tenían buena relación. Después, debido a una disputa que llevó a Román a la checa, un tipo de cárcel republicana, la relación entre los dos se ennegreció. La podredumbre del hogar familiar es equiparable a la de los hermanos. Seguir viviendo allí, solo sirve para que el lugar los envenene más y sus discusiones crezcan.

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Hay una gran distancia temporal entre las publicaciones de El Lazarillo de Tormes y Nada. Sin embargo, en ambos libros aparece la casa oscura como personaje literario propio.

Dicha figura se caracteriza por ser un hogar en deterioro, sin alimentos ni luz. Los jóvenes que la visitan, Lázaro de Tormes y Andrea, se horrorizan al saber que tienen que vivir allí un tiempo. Este espacio les deprime, les enferma, les hace desear callejear todo el día.

Fuera de esas viviendas tétricas, pueden desarrollarse como personas. Dentro es como habitar en el abismo.

A pesar de la oscuridad, el deterioro y el abandono del inmueble, en ningún momento se opta por introducir elementos sobrenaturales. No son necesarios. La dejadez de las paredes, el suelo, los muebles llenos de polvo o inexistentes ya son suficientes para generar un ambiente opresor.

La única forma que tienen los narradores de ambas historias de lidiar con la casa oscura es huir de ella. Al hacerlo, vuelan libres.
 

Sobre el autor
(Pineda de Mar, 1989) es licenciado en Filología Hispánica por la Universidad Autónoma de Barcelona; es bloguero en «Bohemio de Hojalata» y «Teclado Negro». Ha colaborado en «Negra y Mortal», «Akihabara Station 秋葉原駅» y «Serielizados». Además, ha publicado «Las voces del crimen» (Ed.Amarante, 2022).
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