El escritor Pablo Gonz (Sevilla, 1968) nos comenta a través del siguiente artículo las aristas principales de su novela Experto en silencios, reeditada este año por Editorial Sloper. En la novela, un joven e inexperto protagonista acepta participar en un experimento científico, que le permitirá encarnarse en otra persona, ocupar el lugar de su alma, tomar decisiones por ella, en definitiva, ser otro. La primera edición del libro data de 1997.
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La historia de Experto en silencios es bastante singular. La escribí en Madrid, con veintipocos años y encontrándome, podría decirse, en un estado de exultante felicidad. Quizás por eso el resultado es una obra liviana, ágil e irreflexiva en la que, a mi juicio de hoy, lo de menos es la trama y lo que más importa es la gracia de ver el lenguaje desbordando sus límites, rizándose, bailando consigo mismo.
La excusa narrativa que subyace a Experto en silencios es la de un experimento por medio del cual el protagonista, un simple muchacho de Madrid, es trasplantado al cuerpo de otra persona, que resulta ser alguien de más que dudosa reputación. La peripecia de este chico, la de quien se desconoce por completo, la de quien arrastra una historia que otros han construido para él, es la misma que la de cualquier otro muchacho que se asoma al mundo de los adultos por primera vez.
Su único apoyo, bien efímero debe decirse, será el que le ofrezca el director del experimento, un tal Marcel, al que enseguida aprenderemos a confundir con Dios.
La trama, todo un enredo alegórico de malentendidos, huidas, casualidades que no lo son tanto y acciones que rayan en lo criminal, se verá jalonada por las invocaciones líricas del protagonista, dirigidas al citado director, quien demasiado pronto deja de responderle; es decir, le entrega a un tiempo la soledad, toda la soledad, y la libertad, unas migajas de libertad.
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La coloquial forma de narrar del protagonista, de este chico que poco a poco va convirtiéndose en un experto en silencios, es lo que constituye la médula estilística de la novela. Al no tratarse de un monólogo, pues él no habla solo, ni de un diálogo, pues nadie le contesta, su posición le obliga a ser muy preciso y muy práctico en la narración de sus acciones. No tendrá tiempo ni para separar las frases con puntos. Su vida, acelerada por las peligrosas circunstancias que lo rodean, le dicta las frases con rapidez, como ‘en un duelo de banjos’.
Varios lectores de esta novela han apuntado sobre su estilo que este los arrastra con tanta rapidez como lo haría el agua de uno de esos toboganes que hay en los parques acuáticos. La acción trepidante, atravesada por una cándida angustia, se refleja así en el texto, en sus frases breves, directas, que componen una especie de rumor cantarín, liviano, de fuerte raigambre popular. Duelo de banjos o de gaitas, con su leitmotiv de fondo: ese silencio ronco que llama la atención por su carácter contrapuntístico.
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En el año 1996, Experto en silencios, que era mi segunda obra publicada, se alzó con el Premio Juan March Cencillo que otorga la Fundación March de Palma de Mallorca. En agosto de ese mismo año, me entregaron el galardón en una ceremonia que se celebró en un fastuoso palacio de la capital isleña, y a los pocos meses, el libro fue publicado por la prestigiosa revista Bitzoc, que había fundado y gobernaba Basilio Baltasar.
Ahora, veintisiete años después, otra editorial de Palma de Mallorca, Sloper, vuelve a publicar mi novela respetando en la medida de lo posible lo que ella era entonces. Hemos corregido las erratas, algunas cacofonías que afeaban mucho el texto y un par de episodios que eran intolerablemente naífs.
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Por lo demás, la obra conserva toda su audacia y toda su frescura, que son las de la desenfadada juventud, las de un autor que por aquel tiempo ya proclamaba que escribía para entretener. Sigo manteniendo esto, por suerte, pero ahora me entretengo con más cosas.
Duelo de banjos, de gaitas, caída por un tobogán acuático… Otros lectores me han dicho que la lectura de esta obra les ha volado la cabeza.
Me conformo con comprender que mi novela agita el aire, los cuerpos, las conciencias…
En tal sentido, creo cumplir con el precepto kafkiano, según el cual: ‘Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros’.