Ernesto Escobar Ulloa: “El escritor tiene algo de reportero, debe ser honesto, no censurar nada”

Imagen cubierta «Horizonte tardío», de Ernesto Escobar Ulloa, 2024

 
Nuestro colaborador Gino Bailey entrevista al escritor y docente Ernesto Escobar Ulloa (Lima, 1971) acerca de su primera novela Horizonte tardío (Editorial Comba, 2024), una suerte de narrativa de carretera teñida de realismo sucio, picaresca, metaliteratura y algo de punk y de heavy metal, en el marco del devenir político-social de Perú y América Latina de las últimas décadas. Escobar Ulloa también nos habla de las interconexiones de su libro con Roberto Bolaño, Rimbaud, Ezra Pound, Kerouac, Cervantes, Piglia y con el grupo de rock Los Prisioneros.

[Leer un fragmento de Horizonte tardío]

Al leer el libro una de las primeras referencias contemporáneas es Roberto Bolaño. Hay una búsqueda, un horizonte donde llegar. Hiciste una referencia a La literatura nazi en América, ¿qué te parece esta asociación y en qué medida tomas distancia? 

Lo de La literatura nazi en América venía porque en esa novela Bolaño presenta autores cuyas ambiciones y delirios literarios pesan aún más que sus chaladuras nazis. Era una manera de acercarse a la literatura de la segunda regional, que tampoco se distancia mucho de la primera división. En esta novela se mencionan autores que se caracterizan por haber vivido sus vidas hasta el extremo, como Pound o Rimbaud, que a su manera también estaban un poco chalados.

Por otro lado Horizonte tardío narra el viaje de Ezra, tanto material como el que lo llevó a leer y luego a escribir. De hecho, lleva en el bolsillo un libro de Rimbaud, y entre sus páginas el relato de una chica, compañera de un taller de poesía. Me parece muy sugerente la idea de que la literatura te puede meter en líos. No sé si se lo he robado a Bolaño pero tampoco siento que sea mío.

Si Bolaño funde en Los detectives salvajes el género policial junto con el gremio poético (Infrarrealismo, Hora Zero), quisiera saber acerca de la intencionalidad de Horizonte tardío, porque ciertamente no se basa en la búsqueda de alguien que desaparece.

Claro, pero en cierta forma sí, lo que pasa es que Luna no desaparece, o desaparece metafóricamente, escondida en un relato que Ezra tiene que descifrar para saber si irá o no a la acampada en la playa, pero Ezra es un poco corto y mientras viaja aún no da con el enigma que está delante de sus narices. Al mismo tiempo tampoco quiere depender de ella.

Al principio la historia me fue reclamando digresiones, lo que contribuía inesperadamente a la sensación de que nunca iba a llegar. Es muy literario eso, ¿no? El viaje como fin en sí mismo, el trayecto, no la llegada, la Odisea. Novela de carretera haría pensar en Kerouac, pero no creo que vaya por ahí la cosa. Cervantes inventó hasta la novela de carretera, por último. Lo que sí me motiva es situar la literatura en un campo tangencial, crea un clima, la pone en el fondo de la cuestión, podría incluso convertirse en lo central para algunos.

¿Cuál es el gesto a la tradición que podemos encontrar en el libro?

Hace poco una escritora compatriota tuya me dijo que yo bebía de la tradición de la gran novela hispanoamericana. No me quedó muy claro si era un elogio (risas), aunque en realidad lo era, y quedé muy agradecido, aunque hoy en día podría pasar por demodé. Ha sido un yugo que ha asfixiado gran parte de la narrativa y del que para bien hoy en día se han liberado muchos autores por completo, ahí tienes a las jóvenes narradoras con una voz propia muy potente, Lijtmaer, Enríquez y Rivera Garza.

Pero la literatura es un campo de batalla lleno de bandos, a mí me gustaría poder cambiar de bando cada cierto tiempo o estar en varios a la vez. En todo caso, la tradición de la gran novela hispanoamericana está en mi ADN, es lo que he mamado, vino antes que ninguna otra cosa y me entusiasmó, lo que ocurre también es que ahí confluyen muchas voces y textos muy diversos, y me identifico con la confluencia, busco ahí una autenticidad, si no qué sentido tendría escribir, siento que puedo aportar cabalgando en esa montura.

Algo que resulta valorable es el gesto postvanguardia que mezcla relatos y técnicas, como la incorporación de un diario personal o un cuento como anexo, además hay saltos temporales, etcétera. ¿De qué manera se trabaja esto?

Lo de las formas lo ideal es que la historia las vaya pidiendo, de pronto te das cuenta de que los recursos, más que truquitos que uno se saca de la chistera, son necesidades. Si hay un salto temporal es porque era imprescindible, el siguiente episodio no se podía narrar sin poner una pausa e ir hacia atrás.

Lo mismo, si hay un diario es porque es hora de revelar a la verdadera Rut, la que Ezra por tanto tiempo ha ignorado, y si se presenta un relato al final es porque de ese relato se habla a lo largo de la novela, es normal que haya surgido cierta curiosidad y si se quiere despejar, ahí está, aunque la novela ya terminó. La linealidad resulta cansina y diría que fuera del tiempo. Es la historia la que va pidiendo las técnicas, no al revés.

También hay una problematización respecto al devenir político y social de Perú y América Latina. ¿Cuál es tu propia apreciación, viviendo fuera del Perú?

De ahí viene el título, ¿no?, por un lado juega con la idea del viaje interminable y, estirando mucho, con la referencia al período arqueológico que va del surgimiento del Imperio Inca a la llegada de los conquistadores. Me parecía simbólico, según algunos historiadores el Perú de hoy es una síntesis de ambas visiones, la de Pachacútec y la de Pizarro. Igualmente es el lector quien debe sacar sus propias conclusiones, no escribo pensando en dar lecciones de lo que es la historia o la actualidad del Perú o de América latina.

Ernesto Escobar, escritor

Al mismo tiempo, uno no puede escribir novelas sin interesarse por lo que ocurre en su país o en el mundo y tener sobre ello una mirada crítica. En ese aspecto Piglia tenía razón, ese es el compromiso, si lo cumples, narrando la historia aparentemente más trivial algo de todo ello subyacerá, pero son los lectores a quienes les toque la denuncia, la crítica, etc.

¿Hasta qué punto la voz de Ezra es una representación generacional de las dictaduras y post dictaduras vividas en América Latina? Pienso en Ezra y bien podría ser un Jorge González (cantante de Los Prisioneros) como «héroe rockero».

Claro, en su primer periodo Los Prisioneros era un grupo muy rebelde, yo los vi en Lima, fue una locura ese concierto. De hecho Ezra también fue pero ese capítulo no llegó a entrar en la novela. Yo veo a Ezra como un muchacho más, que quiso liberarse del conservadurismo de la generación anterior, o del acartonamiento diría más bien, había una brecha muy grande en cuanto a mentalidad. Ezra igualmente tuvo suerte, su padre era muy liberal. Sobre el mundo que le tocó intentó que no le robaran la juventud en medio de ese pandemonio de empobrecimiento y guerra subversiva.

Eso es algo que ahora veo impregnado en todas las clases sociales, los peruanos en el fondo son gente fiestera, no sé si alegre, pero jaranera, parrandera, reguetonera, salsera, y ni Sendero Luminoso ni la dictadura fujimorista le quitaron eso.

La vida es jodida y el ambiente es una mierda, la gente hace lo que puede. La novela no juzga. Ezra también es un pícaro y está tocando fondo, aquel viaje marcará un antes y un después en su vida.

La música es otro aspecto indiscutible que atraviesa el libro, el metal en particular. ¿De qué modo piensas que puede ser leído o valorado ese mensaje en el libro a través de los diálogos que establecen los personajes?

Ernesto Escobar, 2024

Con el heavy se adquiere una sensibilidad para ciertos aspectos, un título como Una temporada en el infierno de Rimbaud te llama, o Desastres de la guerra, de Goya, te los quedas mirando como mirabas portadas de Slayer. Cuando vi el poemario de Baudelaire Las flores del mal, lo primero que pensé fue: ¡coño!, como la canción de Barón Rojo, el otro día hablamos de esa banda. En la universidad escuchaba Alice in Chains, leyendo a Vallejo, no sabes cuánto pegaban, había una canción “Rain when I die”.

Aparte el heavy tiene el encanto de pasar completamente de las modas, ser atemporal e incomprendido a la vez, y el thrash de bajar a la calle, músicos y fans al mismo nivel. Y como la literatura, tampoco puedes hacer metal sin interesarte por lo que pasa en el mundo.

Al respecto, ¿Cómo asocias tu experiencia de vida con este libro? 

Al principio quise escribir una crónica de viaje, pero en cuanto empecé me di cuenta del potencial que tenía como relato y luego como novela. Yo creo que gracias a la edad. Donde antes solo veía una serie de peripecias, ahora veía brecha social, miedos atávicos, prejuicios, traumas personales, dramas familiares, etc.

Pero claro, no me motiva hablar de mí, parto de la experiencia personal para darle la vuelta, un ejemplo es el nombre del protagonista. A mí mi nombre me marcó: que si me llamaba Ernesto como el Che Guevara, que si Escobar como Pablo. En los noventa era como apellidarse Bin Laden, me paraban en todos los aeropuertos. Ulloa fue un primer ministro en Perú. Luego tenía mote, nadie me llamaba por mi nombre.

Yo ya sé a dónde va a parar todo eso, me aburriría contándolo, así que al protagonista sus padres le ponen Ezra por Ezra Pound, un buen día Ezra se entera que fue un poeta que defendió el Fascismo, ¿y qué pasará? Ni yo mismo lo sé. Su apellido es Martín, todo el mundo cree que es su nombre y los dos apellidos juntos son el nombre y apellido de un juez de la Corte Suprema. Todo eso va surgiendo a medida que voy escribiendo, sé de dónde viene pero no sé adónde va, quiero que me sorprenda, necesito ser el primer lector de lo que escribo, por supuesto luego corrijo, acomodo, hago los ajustes necesarios pero sobre pasajes que están muy lejos de ser experiencias mías.

En algunos capítulos se reproducen algunas formas de hacer mención a la mujer. En otros pasajes esto está atravesado por violencia verbal. ¿Cómo leer estas voces con los ojos y oídos de hoy? ¿Qué dilemas debe asumir el escritor al respecto y cómo se enfrenta dándoles voz a los personajes?

Claro, es un tema muy actual. Si el escritor en ese sentido tiene algo de reportero, describe tal como se le presenta la historia, debe ser honesto, no censurar nada.

Si no saliera lo bueno, lo malo, lo feo se te caería de las manos, sería inverosímil, una farsa. Si hay machismo, racismo, clasismo, homofobia, etc. Serán los lectores quienes deban detectarlo, asumirlo, ignorarlo o denunciarlo, debatir qué ha cambiado, cuánto y qué no.

Ahora lo fundamental es que las novelas hagan hablar de esos temas y también de otros, los literarios, estéticos, psicológicos, etc. Esa es una parte esencial de su naturaleza.
 

Sobre el autor
Combina la investigación social en las ciudades y territorios con la creación poética y la música. Destaca su libro «La ciudad de los lugares posibles» (Hermenaute 2023). Fue director de la revista «El topo de Valparaíso», Chile (2005-2018), revista de cultura y urbanismo. Trabaja actualmente en su poemario «Piezas separadas» que ganó una beca de creación (MINCAP). Ha realizado críticas de libros en diversos medios como Quaderns, Carcaj y la revista Sarancha.
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