El escritor Diego Sánchez Aguilar conversa en tono distendido con Salva Robles (Málaga, 1970) –narrador, bloguero, crítico literario y profesor de instituto– acerca del proceso de gestación de su ópera prima novelística, Del desorden y la herida (Ed.Talentura, 2023), donde retrata la complejidad de las relaciones humanas, el acoso escolar, los traumas psicológicos, el uso adictivo de las redes sociales y la incomunicación en la era de Internet. Salva Robles es también autor del poemario Y tú, por tanto, otra cosa. Libro de poemas contagiados (2005).
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Salva Robles, a quien tal vez conozcáis por su infatigable y generosa actividad reseñadora en redes sociales y en su blog La royal de Antoine Doinel, publica su primera novela, que va desarrollando capas conforme avanza su lectura. Tras una primera parte contada por un narrador omnisciente, en la que parece que nos encontramos ante un clásico relato de adulterio y conflictos familiares, la segunda parte da la voz a los personajes y entonces todo se vuelve más oscuro y complejo.
Al penetrar en las conciencias de los personajes, la novela nos obliga a replantearnos todo lo que habíamos pensado sobre ellos durante la primera parte hasta llegar a un final climático, que, obviamente, no vamos a desvelar. La acogida de los lectores está siendo entusiasta, e igualmente entusiasmados nos sentimos en Pliego Suelto de que su autor se haya prestado a responder a nuestras preguntas.
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En la novela muestras una visión muy negativa de la educación, tanto desde el punto de vista del profesor como del alumno. Dice el personaje de Samuel: “Cansado (…) de llevar años siendo tratado como escoria por los consejeros de Educación, por los alumnos, por sus padres, por los compañeros que te envidian el horario que te ha tocado, por un sistema deleznable y tan peligroso, y de que nadie lo pare, de que nadie se pare y diga: ya basta, qué estáis haciendo con mis hijos, con el futuro”. ¿Suscribes esas palabras de tu personaje?
Las suscribo rotundamente. Cuando la gente me pregunta si hay algo autobiográfico en la novela, yo siempre respondo que no. Pero es verdad que en el personaje de Samuel pongo mucho de lo que pienso y siento sobre la educación que hay en nuestro país. He puesto en su boca (y también en boca de su hijo Pedro, un estudiante de 16 años) algo así como un acto que no es de venganza, sino de grito angustioso e impotente de “basta ya” ante lo que entre todos estamos permitiendo que suceda con el sistema educativo.
Llevo 25 años ejerciendo como docente y observando en primera línea de batalla todo lo que está ocurriendo y no logro comprender del todo cómo es posible que cada ley educativa nueva (y en estos 25 años ha habido unas cuantas) sea aún más denigrante para alumnos y profesorado que la anterior. Y así nos va: de culo y cuesta abajo. ¿Y quién se mueve contra esto? Nadie. Y por eso está Samuel como está en la novela: con una depresión de caballo y sin ilusiones. Derrotado absolutamente.
También hay una visión negativa de las redes sociales, a pesar de que tú las frecuentas con asiduidad. La reflexión que sobre ellas haces en la novela a través de los personajes, ¿te ha enseñado o revelado algo?, ¿te relacionas de forma diferente desde que la escribiste?
Creo que no es que muestre una visión negativa de ellas, sino que parodio todo lo que ellas representan cuando las usamos mal o las vivimos como obsesión y con ceguera.
Escribiendo la novela, me di cuenta de que las redes sociales llegaron a nuestras vidas para mejorarlas, pero que las hemos convertido en algo, muchas veces, patético. Y sí, después de escribir la novela, soy más consciente del uso que hago: publico posts con frecuencia, pero apenas intervengo fuera de mi muro, a menos que sea en muros donde hay respeto y una combinación maravillosa de intercambio de opiniones y compensación cultural con la que todos nos retroalimentamos.
Y, desde luego, gracias a las redes yo he podido interactuar y conocer a personas o escritores maravillosos que de otro modo no habría sido posible. Y, en este sentido, las redes sociales me han regalado un contacto con el mundo literario alucinante.
Otro tema fundamental, relacionado con la educación, es el bullying. El personaje Pedro, que en la primera parte es relativamente secundario, va cobrando cada vez más protagonismo y se convierte en figura central de la última parte de la novela. Como profesor, jefe de estudios y padre, ¿qué visión tienes de este fenómeno?
Uffff, creo que muy poca gente es consciente (o no quiere serlo, me atrevo a decir) de lo que está ocurriendo dentro y fuera de los centros educativos con la gente joven. Poco nos detenemos a analizar por qué las agresiones y los ataques están aumentando en edades tan tempranas. Obviamente, el mal uso o el uso inadecuado de las nuevas tecnologías contribuye mucho a este fenómeno, sobre todo porque en la mayoría de los casos existe una impunidad desasosegante.
El móvil es un arma. Un arma que dispara y hace mucho daño. ¿Qué hace un chaval de 10 años con un arma de ese tipo entre sus manos? ¿Quién le ha enseñado a utilizarla antes de dársela? ¿Quién le ha explicado las consecuencias que puede haber si la usas inapropiadamente? Y a esto añade la pandemia, que supuso que a los zagales (y a todos, en general) les robaran dos años de sociabilización, dos años de posibilidad de desarrollar las habilidades emocionales con los demás.
En mi novela, el bullying es otro grito impotente que lanzo a los lectores: mirad lo que ocurre cuando no educamos correctamente a nuestros hijos, qué estamos haciendo mal los adultos para que existan acosadores y personas acosadas.
Parece haber un problema de incomunicación y de soledad dentro de la novela. Todos los personajes acarrean heridas y desórdenes que sufren en silencio. ¿Tenemos hoy la sensación de que debemos poder con todo sin buscar apoyo fuera de nosotros?
Mira, hoy sufrimos y padecemos una enfermedad pandémica que prolifera sin que nadie sea capaz de pararla o de buscarle un medicamento que la erradique: el egocentrismo. Todos nos creemos autosuficientes y eso, a la larga, es un trastorno de personalidad que nos impide mirar al otro, a los demás, y esto, claro, genera una falta de empatía por las otras personas y de ahí surge la incomunicación. Nos perdemos en nosotros y esto genera una insolidaridad enfermiza, una exclusión del otro si este no nos beneficia directamente.
¿Y qué somos los seres humanos sin el otro? Personas solitarias, personas en conflicto. Y así están los personajes de la novela: todos aislados en una cueva propia y exclusiva en la que el silencio de lo que no se comunica retumba en forma de herida interna.
Siempre les digo a mis alumnos: estudiad algo relacionado con la psicología o la psiquiatría, son las profesiones del futuro, que ya está aquí, y os vais a forrar. Porque todos vamos a necesitar de profesionales para que nos ayuden a arreglarnos las tuberías del alma. Creemos que podemos con todo y no es así. Y lo peor, no sabemos pararnos para escuchar, porque ¿cómo escucharnos en un mundo que ha hecho del ruido su fortaleza ciega principal?
Excepto Pedro, el hijo adolescente, el resto de protagonistas de la novela tienen entre 45 y 50 años; y todos ellos están muy lejos de haber alcanzado esa serenidad, sabiduría y estabilidad que, en teoría, debería ofrecer la madurez o la vida “adulta”. ¿En qué medida te reflejas en esos personajes? ¿Cuánto has prestado de ti mismo a Gema, Luismi, Samuel o Marta?
Uno quiere creer (y aquí habla mi egocentrismo pandémico, jejeje) que ha llegado a los 50 muy trabajado y que la experiencia te aporta una madurez que, si no es perfecta, se le acerca mucho. Pero basta que la vida, un día cualquiera, te dé uno de sus zarpazos para darte cuenta de que sigues siendo una criatura frágil, inestable, quebradiza.
Todos arrastramos frustraciones, pérdidas; todos hemos naufragado más de una vez. Y nos preguntamos, en muchas ocasiones, consciente o inconscientemente, qué puñetas estamos haciendo aquí y para qué hemos venido en realidad.
Bueno, al menos yo sí me hago estas preguntas de vez en cuando. Y eso que percibo en mí está en los personajes de la novela, que tienen la misma edad que yo tenía cuando la escribía. A ellos los he revestido con esa fragilidad mía y, al mismo tiempo que ellos crecían y vivían por sí mismos en la novela, me percataba de que me ayudaban a autoconocerme mejor.
Escribir tiene algo de terapéutico, ¿no? Los cuatro personajes adultos de mi novela tienen, entonces, mi bagaje y mi experiencia y algo de la mirada que recojo del mundo que observo en mis alrededores. Tengo un trabajo en el que me muevo con personas y para las personas, y esto me permite ser un observador privilegiado.
Aunque has leído mucho, y las influencias serán amplias y variadas, siempre que se escribe una novela hay dos o tres referencias que el autor siente más cercanas, que se usan como modelos, aunque luego se aparte de ellas y el libro encuentre su propio camino y esas huellas queden completamente borradas. ¿Cuál o cuáles han sido esas referencias durante el proceso de escritura de Del desorden y la herida?
No soy muy consciente de esas referencias, así directamente y a bote pronto. Aunque claro que deben estar, sin duda alguna. Uno acaba siendo también lo que lee. Los que me conocen saben de mi admiración por Juan José Millás. En mi novela no hay nada millasiano en cuanto a estilo, pero sí que puedo reconocer algo en esa manera que tiene Millás de radiografiar el mundo interior de los personajes y sus relaciones turbias o ambiguas con los otros. O en esa manera tan suya de dibujar a los personajes en una dialéctica entre lo que siento y lo que deseo y no tengo. El título de mi novela es un consciente homenaje a este escritor que me cambió la vida como lector cuando leí a los dieciocho años su novela El desorden de tu nombre (1988).
Creo que también estaban en mi inconsciente, mientras escribía, la novela Feliz final, de Isaac Rosa, y el ensayo en forma epistolar El matrimonio anarquista, de Nadal Suau y Begoña Méndez. Ambos libros me entusiasmaron porque tenían dentro una vivisección de la pareja alucinante y donde le dan la vuelta a la institución matrimonial, resignificándola y cuestionándola.
Y todo eso me venía bien como trasfondo de lo que yo quería contar. Y para encontrar cada día el tono de la escritura y su atmósfera, me ponía de fondo (con el volumen muy bajito) los discos de Damien Rice, ya que sus canciones me llevan siempre a un estado melancólico, tenue y quebradizo que necesitaba para mis personajes.
A pesar de lo doloroso y oscuro que se relata, se percibe mucha compasión hacia los personajes. La recepción lectora es casi la de una tragedia: la mayoría de los desórdenes y heridas que sufren los personajes vienen impuestos desde fuera, desde unos problemas sociales, estructurales o psicológicos que no son capaces de gestionar. El lector se compadece de su sufrimiento y empatiza con él. Tú, como autor, ¿has sufrido con tus personajes?, ¿ha habido algo catártico en la escritura, ya que antes hemos hablado de tragedia?
Me gusta que hayas percibido esa compasión, que viene de una batalla que tuve mientras escribía la novela: necesitaba, de manera obsesiva por mi parte, que los personajes no fueran juzgados por el lector ya que tenemos una tendencia a colocar etiquetas injustas con mucha facilidad por culpa de los prejuicios. Lo que quería era que este los comprendiera, y hasta se sintiera reflejado, aunque no haya vivido algo parecido.
Sufrí con mis personajes, los entendía y les quería ayudar, pero me daba cuenta de que ellos tenían su propia existencia y no debía edulcorarla, porque eso sería como construirles una mentira y, por tanto, corría el riesgo de que al lector le llegara un fingimiento, una simulación y no una verdad.
Escribir esta novela, y sin que haya (insisto) nada autobiográfico en ella, ha sido una experiencia purgante, en efecto. Me ha permitido usar las tragedias cotidianas de los protagonistas para soltar sentires que mi memoria o mis emociones callan por agotamiento e impotencia, y me ha servido también para, de alguna manera, apreciar algunas respuestas y toparme con algunos recursos, y retomar así una actitud comprensiva y amorosa conmigo mismo.
También hay humor en la novela, pequeños remansos dominados por la sátira social y extravagantes actitudes de conquista amorosa. Especialmente vienen de la mano de Marta first dates (así la llamaba yo mentalmente mientras leía). ¿Esa inclusión del humor surgió naturalmente, o la forzaste para aportar un poco de luz a la oscuridad del resto de las tramas?
El humor es una respuesta emocional de satisfacción que provocan las incongruencias vitales, es como una tabla de salvación. Necesitaba ese humor en la novela para dejar respirar a los personajes y, por añadidura, al lector. Así que sí, lo puse entre las páginas muy conscientemente. Pero, cuidado, porque ya Freud nos advertía de algo así como que el humor es una forma de saltarse los afectos y de no tener que exteriorizarlos, y ya hemos hablado de cómo pesa la incomunicación en los personajes de mi novela.
Y, por otro lado, algunas de las situaciones que vive el personaje de Marta, y que tienen que ver con el comportamiento que tenemos los seres humanos en las redes sociales, son pura astracanada, porque así de patéticos/ridículos/grotescos llegamos a ser hoy. Yo veo mucha ansiedad, miedo e inseguridades a nuestro alrededor. Y el humor admite tratar con perspicacia las situaciones rabiosas y combatir con sarcasmo nuestros desengaños y decepciones.
¿Cómo ha sido el proceso de escritura del texto, desde el primer borrador hasta ahora, y cuánto te ha ayudado (o no) el trabajo de Ginés Sánchez en el Club Renacimiento, cuyo trabajo destacas en los agradecimientos de la novela?
Fueron tres años de trabajo. Tres años no seguidos, porque, como te acabo de comentar, escribo lento y de manera muy anárquica. He aprendido mucho en el taller del Club Renacimiento y, aún más, con el trabajo conjunto que hice con Ginés, que me fue revisando la novela desde el principio. Le iba mandando los capítulos cuando los acababa, él los leía y casi siempre me decía que había que reescribirlos. Nunca me comentaba qué era lo que no funcionaba, simplemente me decía: “Sí, vale, pero dale otra vuelta” y yo se la daba.
Y así fui avanzando y repitiendo muchos de los capítulos, que en el primer borrador tuvieron una estructura muy diferente a la que ha quedado al final. Hacia la mitad del proceso, Ginés me comentó que siguiera hacia delante, pero que barruntaba que la estructura habría que modificarla casi con toda seguridad, pero que lo importante era avanzar y llegar al final.
Una vez terminado el primer borrador, Ginés me dijo, de nuevo: “Sí, vale, pero esto no acaba de funcionar”. Ahí sí me comentó claramente lo que no funcionaba: yo había escrito capítulos largos seguidos de cada uno de los cinco protagonistas de la novela, y el ritmo se ralentizaba mucho y era repetitivo, ya que había varias acciones que eran redundantes al verse desde el punto de vista de cada personaje y él creía que podría funcionar mejor si acortaba los capítulos de cada protagonista y los mezclaba ordenándolos en orden cronológico.
Me asusté mucho porque pensé que tendría que reescribirlo todo, pero no fue así: solo tuve que cortar y pegar en plan puzle, el grueso estaba escrito, había que reordenarlo todo de otra manera. Y, ¿sabes? Aluciné. Todo cobraba un ritmo diferente y la novela empezó a funcionar bien. Esto se lo debo a Ginés, sin duda.
Ya teníamos el segundo borrador y, entonces, llegó el momento de podar, que es la parte más dolorosa y, sin que parezca contradictorio, más chula, porque es cuando percibes que el texto empieza a brillar con una luz distinta cuando le quitas lo que sobra. Fue una poda brutal: el borrador tenía 326 páginas en formato Word y lo dejé en 212. Más de cien páginas se quedaron fuera. Hubo capítulos enteros que Ginés me aconsejó que quitara de en medio. Siempre le hice caso: me daba cuenta de que la novela fluía cada vez mejor.
Luego la dejé reposar un tiempo largo y ya, yo solo, después del reposo, seguí podando un poco más. Se la pasé a varios lectores cero, que me ayudaron a limpiar algunos errores, a colocar comas o quitarlas, a borrar palabras innecesarias.
Con Ginés he aprendido a ser humilde e implacable: podar es necesario y no pasa nada si lo que logras es que el texto resplandezca. Y siempre me animó mucho con mis inseguridades, y me ayudó a quitarme ese insufrible síndrome del impostor que atravesé en varios momentos del proceso de escritura.
La novela está teniendo una gran acogida. Y, por tu edad y trayectoria, me atrevería a apostar a que tienes más cosas en el cajón que tal vez no te has atrevido a mostrar. ¿Esta reacción positiva del público te anima a volver a publicar en un futuro cercano? ¿Tienes nuevos proyectos ya en mente?
Estoy muy contento con todas esas reacciones positivas que estoy leyendo o escuchando sobre la novela, negar mi alegría sería una chorrada, además de una actitud hipócrita. De hecho, esas reacciones ayudan mucho a combatir los miedos e inseguridades que me asaltan cuando escribo.
Estoy aprovechando este positivismo y materializándolo en un par de proyectos: revisar y retocar un libro de relatos que estaba escrito muchos años atrás, y construir una novela que me hervía en la cabeza desde hace varios meses. Ambas cosas a mi ritmo pausado y sin obligaciones.