José Ramón Jouve: “La ciencia debe ser un punto de encuentro en un mundo caracterizado por la intolerancia y la división”

Fragmento cubierta «El perro de Newton», Ediciones B, 2023

 
Nuestro colaborador Bernat Castany Prado entrevista a José Ramón Jouve Martín (Madrid, 1971), ensayista y catedrático de la Universidad de McGill (Canadá), a propósito de su último libro, El perro de Newton (Ediciones B, 2023), un diálogo, necesario e integrador, entre las ciencias y las humanidades. El perro de Newton es, en este sentido, una cartografía, una historia y una filosofía de las ciencias que ha de interesar tanto a especialistas como a aficionados. Jouve Martín es también autor de varios volúmenes sobre historia de la cultura y de la medicina

¿En qué se diferencia El perro de Newton de los demás libros de divulgación científica o de historia de la ciencia que podemos encontrar en las librerías?  

El perro de Newton es ante todo una invitación a descubrir la ciencia, y aquello que científicos, filósofos y artistas han pensado sobre ella, con un toque de buen humor. Es una introducción general al tipo de temas y problemas que los lectores pueden encontrar en otros libros de divulgación científica o historia de la ciencia. No intenta reemplazarlos, ni está en competición con ellos.

José Ramón Jouve, escritor

Dicho eso, creo que es muy importante que la gente “hable” de ciencia en su día a día. Investigar, proponer teorías y determinar qué es científico, y qué no, es tarea exclusiva de los científicos, pero “la ciencia” –que es al mismo tiempo un conjunto de conocimientos y una institución– pertenece a toda la humanidad.

La cienccia tiene una historia, una política y una epistemología. Conocer estos aspectos es tan importante como estar al tanto de sus descubrimientos, pues es lo que nos permite contextualizarlos y entenderlos en el marco más amplio de nuestra propia vida.

¿Cuáles crees que son los miedos de los que hoy en día puede librarnos la ciencia?  

Carl Sagan decía que “la ciencia es una vela en la oscuridad” en un mundo acosado por demonios. Aunque el pelaje de esos demonios haya cambiado en nuestros días, son los mismos que nos aterrorizaban hace siglos: la ignorancia, el oscurantismo, la superstición y el dogmatismo.

La ciencia nos permite comprender el mundo a través del uso de nuestra razón, y nos exige no aceptar más que como provisionalmente válidas aquellas conclusiones que podemos demostrar, y que, además, pueden reproducirse de forma fiable y empírica por otras personas.

Esto último es fundamental: la ciencia debe ser un punto de encuentro y diálogo en un mundo que se caracteriza cada vez más por el fantasma de la intolerancia y la división.

Carl E. Sagan, 1934-1996

¿No resulta paradójico, o irónico, que la misma ciencia que debía liberarnos del miedo se haya erigido en una fuente de ansiedad, miedo e incertidumbre, por sus efectos potencialmente peligrosos en los ámbitos ecológico, político o económico?

Bueno, aunque suelen presentarse unidas, hay que diferenciar entre ciencia y tecnología, al menos analíticamente.

La ciencia, en tanto que corpus de conocimientos, no tiene otros efectos “potencialmente peligrosos” que librarnos de la ignorancia, el oscurantismo, la superstición y el dogmatismo, como he señalado antes.

La tecnología es harina de otro costal. El uso que hacemos de ella puede tener efectos catastróficos sobre el medio ambiente, la política o la economía. Eso hace necesario regular su uso. Pero la ciencia es mucho más que tecnología. Muchos de los grandes avances científicos no estuvieron ligados en un inicio al desarrollo de una tecnología concreta.

La ciencia no debería dar miedo (excepto a aquellos que buscan aprovecharse de nuestra ignorancia). Lo que debemos temer son nuestros peores instintos, y el uso que ellos puedan hacer de la tecnología. La cuestión es cómo dominar esos instintos, no cómo poner freno a la ciencia.

En El perro de Newton luchas contra una visión ingenua y demasiado idealizada de la ciencia con el objetivo de proponer una visión más profunda y crítica. ¿Es posible incorporar esa visión crítica, sin perder, al mismo tiempo, una vivencia apasionada o entusiasmada de la disciplina?

El Perro de Newton propone una visión crítica de la ciencia en el mismo sentido en que Kant usaba la palabra “crítica”: no como algo negativo, sino como una forma de entender sus límites y sus condiciones de posibilidad (y no solo epistemológicas, sino sociales, económicas, políticas, etc.).

Yo estoy convencido de que es esa visión “crítica” la que, de hecho, propicia que alguien como yo –que no dispone de una formación científica propiamente hablando– desarrolle una vivencia apasionada y entusiasmada de la ciencia. El deseo de compartir ese entusiasmo es, en este sentido, una de las razones que me ha llevado a escribir este libro.

Cambiando de tema, ¿crees conveniente, o posible, que el ser humano practique un cierto «decrecimiento cognoscitivo»?

Habría que definir qué se entiende exactamente por “decrecimiento cognoscitivo”. La historia de nuestra especie es la de un aumento en nuestras capacidades cognoscitivas e intelectuales, no la de un decrecimiento.

Desde un punto de vista sociológico, sin embargo, se observa una cierta renuncia por parte de los individuos a entender la lógica que subyace a los distintos campos de experiencia y conocimiento: el arte, la música, la literatura, la ciencia.

Este fenómeno tiene que ver, en primer lugar, con la complejidad creciente que experimentan todos estos ámbitos; en segundo lugar, con la visión estrecha de la realidad que imponen tanto el sacrosanto mercado de trabajo como nuestros hábitos de consumo cultural; y, por último, con el continuo retroceso de las Humanidades como creadoras de esas narrativas e historias.

José Ramón Jouve, 2023

El perro de Newton es un libro sobre la ciencia escrito desde las humanidades. Puede que, desde cierta perspectiva, sea una debilidad, pero, si tiene alguna fortaleza, radica en intentar ofrecer una visión de conjunto.

¿Corremos el riesgo de que la ciencia sirva para ahondar las diferencias y las injusticias? ¿Que sea utilizada para reforzar el dominio de los poderosos, mientras que a la vez es desapropiada de sus potencialidades liberadoras?

El bueno de Sir Francis Bacon ya dijo, en sus Meditationes Sacrae, de 1597, que el conocimiento es poder. Pero eso no es una verdad que afecte por igual a todo tipo de conocimiento, o al menos no en el mismo grado, como demuestra el hecho de que, a la hora de organizar el proyecto Manhattan, durante la Segunda Guerra Mundial, no incluyeran a ningún filólogo.

Dicho esto, lo que realmente promueve las diferencias y las injusticias es limitar o prohibir el acceso universal a la ciencia. El mayor riesgo viene cuando el conocimiento científico y tecnológico está en manos de unos pocos. Es necesario fomentar la inversión en ciencia, y democratizar el conocimiento, pero no siempre resulta fácil cuadrar ese círculo. En el libro explico por qué.

Habermas consideraba un problema la incomunicación de las esferas del conocimiento. ¿Te parece que esa incomunicación es una de las razones de la crisis de la literatura, de un lado, y de la filosofía, del otro? ¿Pierden más las humanidades con esa incomunicación o la ciencia? ¿Es posible restablecer esa comunicación?

Victor Hugo, 1831

Hay quien diría que las humanidades y la filosofía han estado siempre en estado de crisis (si no que se lo pregunten a Pierre Gringoire, el dramaturgo-filósofo, de Notre-Dame de Paris de Victor Hugo). Y, pese a todo, las crisis deben servir como acicate para escribir y pensar, y para unir, más que para separar.

La “incomunicación” entre las ciencias y las humanidades tiene múltiples orígenes. Uno de ellos es ideológico: existe una cierta “querella entre las ciencias y las letras” –prima hermana de aquella más antigua de las armas y las letras–, la cual, habiendo surgido en el siglo XIX, llega hasta la actualidad, y puede observarse hasta en la estructura de los programas escolares.

Otro origen es de tipo económico-epistemológico: tanto nuestro sistema económico como nuestros modelos de conocimiento imponen una creciente “especialización” (y esto es así en ciencias y en humanidades).

Y, por último, existe también un origen lingüístico, metodológico y conceptual (en este sentido, no son precisamente demostraciones matemáticas lo que uno encuentra en un libro de Jean Baudrillard, por ejemplo). Está claro que las humanidades no van a ayudar a la ciencia a resolver el misterio de la “energía oscura”, pero sí pueden explicar por qué es importante que resolvamos ese problema, o por qué, como sociedad, hemos llegado a la conclusión de que este es un problema que debe resolverse (e invirtamos fabulosas cantidades de dinero para hacerlo).

Sostener simplemente que “debe hacerse”, o que el conocimiento es válido por sí mismo, es no explicar nada. Es pedir un acto de fe, y ni la ciencia ni las humanidades deben depender de actos de fe. Romper la comunicación entre ciencias y humanidades perjudica, por tanto, a las dos.

Jean Baudrillard, 1929-2007

Cambiando de nuevo de tema, ¿podrías resumirnos brevemente la importancia de la física cuántica en la filosofía y la sociedad? ¿O seguiremos pensando y viviendo del mismo modo, como cuando decimos que “el sol sale” o “el sol se pone”?

Doctores tienen la ciencia y las humanidades que pueden hacerlo mucho mejor que yo, pero, para mí, la importancia filosófica de la física cuántica consiste en haber abierto un ámbito de la realidad que, aunque puede describirse matemáticamente, no responde a los principios epistemológicos y ontológicos fundamentales que han dominado el pensamiento occidental, desde Parménides hasta la actualidad.

Todo eso es maravilloso, pues apunta a que la realidad es muchísimo más rica de lo que podíamos imaginar.

En cuanto a la sociedad, el mundo de hoy en día, y su tecnología, no puede entenderse sin los avances realizados por la teoría de la relatividad y la física cuántica. Ahora bien, nuestro lenguaje común (y las expresiones que contiene) están basadas en nuestra experiencia sensorial del mundo. Nuestra experiencia sensorial del movimiento del sol es geocéntrica y no heliocéntrica. Por eso seguimos diciendo que “el sol sale” o “se pone”, como si fuera el Sol el que se “moviera” en torno a la Tierra. Y es por ello también por lo que no hablamos de nuestras experiencias cotidianas en términos de la física de partículas.

¿Es posible vivir de forma científica sin ser científico?  

¿Es posible disfrutar de la música sin ser músico? ¿Es posible emocionarse con la pintura sin ser pintor? ¿Es posible vivir artísticamente sin ser “artista”?

Sí, claro que es posible, y deseable. Observar, cuestionar, experimentar, discutir y compartir observaciones es el ADN de la ciencia, y está al alcance de todos, y no es necesario para ello poseer nociones avanzadas de matemáticas.

Con todo, de la misma forma que, sin conocer las reglas de la armonía musical y la historia de la música, uno no puede llegar a ser Beethoven, tampoco se puede llegar a ser un Einstein sin dominar las matemáticas, y las teorías que han marcado el desarrollo de las distintas disciplinas. Dicho esto, insisto, uno no necesita ser Picasso o Mondrian para disfrutar de un cuadro, ni ser capaz de componer una sinfonía para disfrutar de Mahler.

Como regla general, diría que cuanto más sepas, más disfrutarás, pues serás capaz de percibir más detalles. Aunque es posible disfrutar de todo ello a partir de un nivel muy básico.

Sé que estás preparando un nuevo libro sobre la inteligencia artificial, ¿cuáles serían, a tu parecer, los principales problemas filosóficos que esta cuestión plantea?  

La inteligencia artificial plantea una infinidad de problemas filosóficos sobre la naturaleza del lenguaje, la conciencia, la comprensión, etc., pero, para mí, uno de los principales retos tiene que ver con la definición misma de “razón”. Hemos creado “máquinas razonantes” que pueden comunicarse con nosotros, pero que “razonan” de manera radicalmente diferente.

En cierto sentido, hemos creado (o estamos en camino de crear) el equivalente en máquina de un extraterrestre.

José Ramón Jouve, escritor

A la luz de todo ello, puede que tengamos que reformular algunos conceptos filosóficos fundamentales como “mente”, “significado”, “comprensión”, “intención” o “persona”. Como filósofo, esto me parece mucho más fascinante que el actual debate sobre si la IA (ese “extraterrestre”) será ET o Terminator.

Como con el caso de la energía atómica, las mayores oportunidades y los mayores riesgos vendrán no de lo que la IA haga por sí misma, sino de lo que nosotros decidamos hacer con ella. No es a la máquina a lo que hay que temer, sino a nosotros mismos.

Es por ello que creo que es muy necesario educarnos y educar al público sobre en qué consiste exactamente eso que llamamos “inteligencia artificial”, y cómo hemos llegado hasta aquí. Tenemos que escuchar a los especialistas, sin duda, pero las decisiones las tenemos que tomar entre todos, no solo ellos. Aportar el contexto desde el que poder hacerlo es el propósito de mi próximo libro.
 

Sobre el autor
Licenciado en Filosofía, Filología y graduado en música clásica. Doctor por la Universidad de Barcelona, con la tesis "El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges", y PhD en Estudios Culturales, por la Universidad de Georgetown, con "Literatura posnacional en Hispanoamérica". Es autor de Literatura posnacional (2007), Que nada se sabe y El escepticismo en la obra de Jorge Luis Borges (2012). Ha publicado diversos artículos en revistas nacionales e internacionales. Actualmente es profesor de Literatura Hispanoamericana en la UB y profesor de Estudios culturales en la Universidad de Stanford. Twitter: @dinolanti
Submit your comment

Please enter your name

Your name is required

Please enter a valid email address

An email address is required

Please enter your message

PliegoSuelto | 2024 | Creative Commons


Licencia de Creative Commons

Una web de Hyperville

Desarrollada con WordPress