Conversamos con el narrador y docente universitario Eloy Gayán (Oviedo, 1964), autor de ¡A extremo! (Editorial Manuscritos, 2022), novela que retrata la España despoblada y en la que el autor combina la trashumancia y la inmigración con el ecologismo centenario. Gayán, quien se asume como “un escritor de un ritmo pausado”, también nos habla de sus dos trabajos anteriores –Un puente a Peulla (Ediciones En Huida, 2020) y Las damas silenciosas (Carena, 2016)– así como de los problemas sociales del campo y del proyecto «la ciudad de los 15 minutos».
¿Quién es Eloy Gayán en medio de la gran cantidad de escritores que hoy publican?
Soy un escritor que entiende la literatura como cauce de reflexión sobre los problemas actuales, con cierto sosiego, alejado del ritmo endiablado que imprime nuestra sociedad. Creo que podría definirme, si empleo unas palabras que me dedicaron en una de las últimas presentaciones de ¡A extremo!, como “un escritor que se preocupa por los problemas de los más desfavorecidos”.
En Las damas silenciosas (2016), mi primera novela, me centré en las Beguinas, en aquellas mujeres emprendedoras y solidarias que fueron perseguidas, durante siglos, por una labor solidaria que incomodaba al poder. En la segunda, Un puente a Peulla (2020), el pueblo mapuche y su cultura se convirtieron en protagonistas, un pueblo que arrastra una situación centenaria de lucha contra el sometimiento.
En esta última, ¡A extremo!, surge una nueva lucha, la de los inmigrantes que huyen de la pobreza, de las mafias organizadas que trafican con seres humanos.
¿Es ¡A extremo! la novela de la España despoblada?
En cierto sentido, sí. La España despoblada centra una parte de la novela que se entreteje con el problema de la inmigración al que me he referido.
Los protagonistas y nosotros como sociedad presenciamos un momento en el que el abandono de los pueblos implica algo más que unos muros derruidos. Implica el abandono de la agricultura, de la ganadería, de esa trashumancia que ya no despliega el manto blanco de las ovejas sobre los campos de España.
Y, entretanto, miles de extranjeros deseosos de trabajar esas tierras y de cuidar el ganado solo encuentran impedimentos para hacerlo.
Cuéntanos algo más del argumento de tu nueva obra…
¡A extremo! era el grito con el que los trashumantes iniciaban sus viajes desde las tierras de Aragón hacia las dehesas andaluzas para buscar los mejores pastos para sus rebaños.
En esta ocasión, Cosme y Rita, un matrimonio ya retirado de la trashumancia, retoman su antigua actividad para guiar y llevar a un destino seguro, oculta entre las ovejas que aún conservan, a una familia africana que huye de la miseria y de una organización de trata de seres humanos.
Un viaje en el que la convivencia se convierte en el centro de sus vidas, un intercambio de culturas que van asimilando, un viaje en el que descubren el paisaje desolador de los pueblos abandonados y sus historias.
¿Cuál es la realidad de los pastores trashumantes?
Como ya he señalado, vivimos en una sociedad que avanza a una velocidad endiablada, y la trashumancia es víctima de ese proceso, del progreso.
La tranquilidad y la armonía de los antiguos viajes a pie o caballo, acompañando al ganado durante meses, han sido arrasadas por los traslados en camiones o en vagones que privan a los trashumantes de ese halo bucólico que se desvanece.
Cada vez que tengo la oportunidad de disfrutar de un reportaje sobre la trashumancia y contemplo a esos pastores que muestran una ilusión intacta por mantener las tradiciones, que hacen los traslados a pie, con una sonrisa, enamorados del paisaje que comparten con su ganado, solo puedo mostrar admiración.
¿Qué es el ecologismo centenario?
Con la lectura de ¡A extremo! se puede descubrir que ya existía respeto por la naturaleza siglos atrás, un ecologismo centenario que se puede deducir de algunos fragmentos, que incluimos en la novela, de las normas de la Mesta, de la Casa de Ganaderos de Zaragoza y del Informe sobre la Ley Agraria de 1795, de Jovellanos.
Con esos textos el lector descubrirá que ya se hablaba de la importancia de plantar árboles, no solo para dar sombra a los pastores y al ganado, sino como sistema de conservación de las tierras. Que ya se alertaba de ciertos problemas de despoblación y se aportaban algunas soluciones. Que se alertaba de la necesidad de entendimiento entre pastores y agricultores tras siglos de conflictos que afectaban al cuidado de las tierras y a la propia trashumancia. Que se realzaba la importancia de los mastines y la imposición de penas por su robo.
¿Es el ser humano lo menos defendido en el sistema ecológico?
La defensa depende de todo lo peligrosa y dañina que pretenda ser la humanidad.
En la actualidad, está en nuestras manos, más bien en las de algunos dirigentes, la capacidad de una destrucción absoluta que deja sin sentido cualquier intento ecologista de conservación. Una destrucción que se convierte, de nuevo, en amenaza.
El ser humano no necesita defensa, solo necesita sentido común y entender que formamos parte de un engranaje, del que podemos ser mecánicos y solucionar los problemas cuando se planteen, o podemos convertirnos en conductores suicidas a los que no les importe estrellar el medio en el que vivimos, la naturaleza de la que disfrutamos.
Es cuestión de opciones personales y globales.
¿Qué opina de la propuesta de la ciudad de los 15 minutos?
Una vez más voy a referirme a la velocidad a la que se mueve la sociedad actual, en la que parece que no hay tiempo suficiente para vivir, para relajarse.
Con el sistema de los 15 minutos se pretende lograr una mejor calidad de vida mediante una concentración de servicios necesarios que evite desplazamientos que solo provocan contaminación.
Si la concentración, la distancia y el tiempo sirven para gozar de una vida libre de tensiones, estupendo. Si lo que se pretende es disponer de todo al alcance de la mano para tener más tiempo y desarrollar actividades que, a su vez, solo sirven para acelerar la existencia, desastroso.
Y ya que hemos hablado de los pueblos, de la despoblación, en lugar de “ciudad de los 15 minutos”, podríamos hablar de “pueblos cero minutos”, porque en ellos, si existiera una correcta dotación de servicios que consiguieran atraer a la juventud y retener a las personas de cierta edad, podríamos alcanzar la paz y la armonía que luchan contra el atractivo de las ciudades y de su progreso. Una utopía.
Y para finalizar, ¿tienes necesidad de seguir haciendo literatura sobre los pueblos olvidados?
Existe un abanico extenso y variado de novelas y ensayos sobre la España vaciada.
¡A extremo! es una aportación más, un tanto diferente al combinar la trashumancia y la inmigración con ese ecologismo centenario.
Creo que tengo que seguir avanzado y ser coherente con la idea que señalaba al principio de esta entrevista, lo que me lleva a afirmar que seguiré escribiendo sobre los más desfavorecidos, sobre el entendimiento y el dialogo, que para mí son la base del futuro, de la existencia del propio ser humano.