Nuestro colaborador Pablo Gonz se pone en la piel del lector de a pie y entrevista al escritor Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) a propósito de Castillos de fuego (Seix Barral, 2023), una novela ambiciosa que retrata la posguerra española y el primer periodo franquista, donde un puñado de personas se enfrenta al hambre, las penurias, la represión y el estraperlo. El autor aragonés también repasa brevemente su carrera literaria, sus influencias y cómo ha construido su voz y tono narrativo.
Como entrada a esta entrevista, en pocas líneas, ¿de qué trata tu último libro, Castillos de fuego?
Trata de los años más convulsos de la historia de España en tiempos de paz, de 1939 a 1945, los años en que Europa se está desangrando en una guerra terrible.
Todo lo que ocurría en los frentes de batalla europeos tenía alguna influencia en la vida de los españoles: al principio, cuando parecía que lo de Hitler iba a ser un paseo militar, el régimen de Franco se mostró tan sanguinario como el peor de los fascismos, pero luego, previendo que la victoria acabara cayendo del lado de los aliados, la represión empezó tímidamente a suavizarse y, por ejemplo, se abandonó la simbología fascista. El saludo romano, por ejemplo, dejó de ser obligatorio en los cines y otros espectáculos populares.
Una época muy interesante, desde luego. ¿Cómo hace un autor realista para poblar ese escenario? ¿De dónde salen los personajes de su novela: archivos históricos, hemerotecas, testimonios personales, recuerdos…?
Quería que fuera una novela protagonizada por gente corriente en la que los lectores pudieran reconocerse o reconocer a personas cercanas. De ahí la variedad y la abundancia de personajes: jóvenes y no tan jóvenes, de diferentes profesiones y clases sociales, de diferentes bandos… Pero también aparecen personajes reales, necesarios para contar los vaivenes políticos del momento: falangistas ilustres, comunistas que tratan de reorganizar el partido en la clandestinidad, algún que otro escritor que intenta acomodarse a los nuevos tiempos al precio de renunciar a su dignidad…
Sobre todos estos personajes, por suerte, hay muchos testimonios. Los otros los confié a mi propia inventiva, pero buscando siempre que resultaran reales, familiares. Al fin y al cabo, construir personajes de carne y hueso que perduren en la memoria del lector es el mayor reto del novelista.
Para precisar algo más, ¿estamos ante una novela coral o existe jerarquización de los personajes (protagonistas, secundarios, circunstanciales, etc.)?
Quería que los personajes entraran y salieran de la novela como entran y salen de la propia vida, de manera natural, espontánea, no muy organizada. Pero al final las historias acaban buscando un eje que las ayude a estructurarse. En este caso, ese eje acaba siendo el antagonismo entre dos personajes definitivamente atrapados por la espiral de violencia de aquellos años.
¡Cinco y acción! , como se dice en el cine. ¿Qué tipo de historias encontraré en Castillos de fuego? ¿Qué le sucede a esa gente corriente? ¿Abunda en sus vidas lo trágico, lo humorístico, lo amoroso, lo luctuoso?
A diferencia de otras novelas mías, en esta hay poco humor. Creo que la atmósfera de la época, y por tanto de la novela, no lo admitiría con facilidad. Aunque los diálogos entre algunos de los personajes, sobre todo entre las chicas, pretenden ser ligeros y frescos, el humor está descartado. Sería como ponerse a contar chistes en un funeral. Lo que preside la novela es una sensación de destino trágico compartido.
El simple hecho de vivir en esa época determinada en esa ciudad determinada marca definitivamente a los personajes, que en general no son libres de elegir un destino mejor. Son años violentos y sus vidas están también sacudidas por la violencia. De todas mis novelas, esta es la única en la que la violencia lo impregna todo.
Al escuchar “destino trágico compartido” me ha venido a la mente la experiencia colectiva de los últimos años. ¿Te ha servido la pandemia de espoleta a la hora de escribir esta novela o tu motivación es anterior?
Sé de escritores que se quedaron bloqueados por culpa de la pandemia. Yo no. Yo lo que vi es que disponía de más tiempo para escribir. Ahora que todo eso ya pertenece al pasado, no creo que como destino colectivo alcanzara la categoría de trágico. No al menos en comparación con años decididamente trágicos como los de la primerísima posguerra.
Violencia, tragedia, represión… ¿Cómo condicionan estos temas oscuros tu escritura? ¿Se adapta tu estilo a los ambientes, a la condición de los personajes, o contenido y forma son independientes?
Me ha tocado vivir la etapa más sosegada, libre y próspera de la historia de España. A lo mejor por eso en mis libros y en los de otros autores de mi generación el humor estaba presente de una forma natural. Pero si te trasladas a unos años como aquellos, el sentido del humor se retrae de forma instintiva, tal vez por respeto a quienes vivieron y sufrieron aquellos años.
Ni siquiera me planteé adaptar mi registro literario. Salió de un modo natural.
Para conocerte mejor como autor, ¿cuál es la historia de tu registro literario? ¿En qué época fraguó tu voz o a partir de qué novela podríamos decir “este libro ya es indudablemente un Martínez de Pisón”?
Yo diría que ocurrió con Carreteras secundarias (1996), que publiqué cuando tenía treinta y seis años. Ahí estaban ya bastantes de las cosas que luego han sido habituales en mis novelas: relaciones familiares, historias ambientadas en la España del siglo XX, interés por la gente corriente, especialmente por los perdedores…
Sin embargo, mi transformación en escritor que busca inspirarse en acontecimientos históricos es algo posterior, de 2005, de cuando escribí Enterrar a los muertos.
Digamos que, en total, tardé unos veinte años en convertirme en el escritor que soy. Y no estoy seguro de que el escritor que soy interesara demasiado al escritor principiante de hace cuarenta años. Entonces, precisamente, me interesaba poco la historia de España.
Según tu opinión, ¿se puede, razonablemente, aprender de historia leyendo novelas históricas o se da por sobreentendido que el lector distingue perfectamente entre ficción y tratado?
La novela como género no tiene una intención pedagógica. La tenía en el siglo XIX, cuando escritores como Pérez Galdós o Pardo Bazán eran conscientes de su poder para fijar el pasado de una sociedad y construir una idea de nación. Pero los lectores actuales son distintos. A los lectores hay que tratarlos con respeto, dando por supuesto que tienen unos conocimientos suficientes sobre el pasado.
Dicho esto, reconozco que me gusta integrar en la acción y los diálogos alguna información que ayude a iluminar algunos rincones oscuros del pasado. Por ejemplo, hay un momento de la novela en el que dos chicas hablan del pretendiente de una de ellas, un hombre que había aprovechado la legislación republicana para divorciarse.
¿Cuántos lectores saben que los divorcios de los años treinta dejaron de tener validez legal en el franquismo y los divorciados seguían técnicamente casados con sus primeros cónyuges?
¿Y no le tienes miedo al error histórico, a la falta de precisión a la que siempre está expuesto quien no vivió en la época de la que habla?
Soy lo bastante minucioso para estar seguro de que no se me han colado errores históricos o anacronismos.
Bueno, uno sí se me coló, y ya lo he corregido para la segunda edición. Hay un personaje que se familiariza con el léxico jurídico y, entre otras expresiones, menciona los juicios llamados “monitorios”. Un abogado me escribió para decirme que en esa época esos juicios aún no existían. Busqué otro término jurídico para sustituirlo. Me decidí por “litispendencia”. Lo consulté con el abogado, que me dijo que sí, que la litispendencia era de toda la vida.
Háblanos ahora de tus referentes literarios: ¿Qué obras han marcado tu formación como lector/escritor? ¿Qué personajes de novela perduran en tu memoria?
Crecí, como supongo que todos los escritores de mi generación, bajo la deslumbrante influencia del boom latinoamericano. A lo mejor por eso al principio me veía a mí mismo más como cuentista que como novelista. Y a lo mejor por eso el realismo estaba ausente de mis primeros libros.
Para un joven escritor de los años ochenta, hablar de literatura realista era hablar de la mugre franquista y del olor a sardinas que invadía las porterías de las casas.
Al mismo tiempo, se daba la circunstancia de que, entre la literatura extranjera, que en esa misma década devorábamos con fruición, estaba el realismo sucio norteamericano. ¿En qué quedamos? ¿Detestábamos el realismo o no lo detestábamos?
A mí, al final, no me quedó más remedio que reconocerme como un escritor realista. Y también como un lector realista: disfruto leyendo las novelas que tratan de trasladar a un lector del futuro o de otro país un pedazo de su realidad.
Llevas toda la vida dedicado a la literatura: tienes muchos libros leídos, escritos y publicados, muchas traducciones, premios y reconocimiento del público. ¿Qué corregirías del pasado y qué esperas del futuro?
Por ejemplo, no estoy muy orgulloso de algunas de las primeras cosas que escribí, pero seguramente eran necesarias para mi propio desarrollo como escritor, así que mejor dejarlas como están, por si acaso.
Lo que tengo claro es que la literatura me ha dado mucha felicidad, como escritor y como lector, y espero que siga dándome felicidad hasta el final.
Para mí, literatura es sinónimo de felicidad.