Esta es la segunda y última parte de la entrevista al escritor, poeta y traductor Antonio Rivero Taravillo (Melilla, 1963), realizada por nuestro colaborador Pablo Gonz. En esta oportunidad, el autor toma como punto de partida Un hogar en el libro (Ed. Newcastle, 2022) para hablar de sus distintos roles en la gestión cultural y editorial; como librero y director de librerías inglesas; como poeta; y como cronista de la intrahistoria de la vida cultural de Sevilla, ciudad en la que reside desde hace décadas. Rivero Taravillo ha logrado una hazaña en la industria editorial española: publicar 5 libros en diferentes sellos entre 2022 y 2023.
En Un hogar en el libro nos hablas, entre otras cosas, de tu etapa como primer director de la Casa del Libro en Sevilla. Menudo reto técnico es armar algo así, ¿no?
No estuvo exento de dificultades. Me incorporé a la empresa en septiembre de 2000, para seleccionar el personal y los fondos, establecer contacto con los proveedores y prepararlo todo de cara a una apertura que sería pocos meses después. Pero las obras se retrasaron y, tras reconsiderar las fechas, abrimos en junio de 2001. Una odisea despacio, con permiso de Kubrick, porque la inauguración fue nueve meses después de cuando empecé a trabajar en Casa del Libro, y por extensión en Espasa, la editorial propietaria, que a su vez era uno de los sellos adquiridos por el Grupo Planeta.
Mi experiencia dirigiendo librerías inglesas en Sevilla y Huelva me sirvió, naturalmente, pero la escala de la operación fue tan distinta que me permitió aprender muchas cosas. Me rodeé de un equipo amplio y, en general, muy capacitado. Esto último lo hizo todo más fácil. La dirección de la cadena me dejó hacer y me sentí respaldado. Hasta que pasó lo que pasó…
Parece casi obligatorio que la gente sensata termine chocando con el Grupo Planeta. ¿Qué tienen y por qué no les pasa lo mismo a los de Random House, el otro gigante de la edición española?
Bueno, el otro grupo, Penguin Random House, aunque se reparte con Planeta el grueso del mercado español, es un conglomerado trasnacional con orígenes en Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos. Sin duda hay formas diferentes de ver las cosas, matices distintos, y no sé si hay desafecto entre autores y trabajadores.
Pero yo no querría hablar mal del Grupo Planeta. Lara habló bien de mí en público, elogiando las ventas que mi equipo y yo logramos, y yo no voy a cometer la grosería de hacer lo contrario con el grupo que presidió y para el cual trabajé unos años. En los diferentes sellos editoriales de Planeta he conocido a gente muy válida, así como en la Fundación Lara, que dentro de poco publicará, en su colección Vandalia, mi libro de poesía Suite irlandesa.
Me habría gustado que Casa del Libro no hubiera involucionado hasta convertirse en una red de supermercados del libro, donde –esto es verídico– hace pocos días a un amigo que preguntó por el tomo de conversaciones entre Borges y Bioy Casares, desgraciadamente agotado, la dependienta que le atendió le dijo que no lo encontraba en el ordenador donde hizo la consulta tras teclear Borges con j, a lo JRJ (cuyo nombre seguramente habría escrito GRG); Bioy con i latina, y no recuerdo ahora si con v; y Casares, por supuesto, con z.
Eso ya no sé si se refiere al mercado del libro o a la educación primaria. ¿Pasaban estas cosas cuando tú eras librero? ¿Qué librerías había en Sevilla cuando se instaló La Casa del Libro?
Creo, con la ortografía en la mano, que no. Y no puedo poner esa mano ortográfica en el fuego, pero dudo mucho que hubiera (con h y con b) sucedido. Al menos, me parece imposible en la planta donde se ubica la sección de literatura, que es donde la estupefacción se apoderó de mi amigo.
En Sevilla había bastantes librerías de tamaño mediano o pequeño, pero con excepción de la muy atípica cadena local Beta, el mercado estaba bastante atomizado. Los libreros más inquietos se agruparon en el Gremio de Librerías San Isidoro, que defendió los intereses del sector en un momento en el que la amenaza no era Casa del Libro, sino algunos despropósitos político-administrativos: amenazas al precio fijo, la desidia ante la organización de la Feria del Libro…
Un establecimiento que desapareció hace pocos años y que entonces era estupendo, con el mejor escaparate bibliográfico de Sevilla era Céfiro, en también inmejorable lugar: la calle Virgen de los Buenos Libros.
De Un hogar en el libro me sorprendió que es, además de un relato personal, una radiografía de la vida cultural de la Sevilla de aquellos años. ¿Ha cambiado mucho el escenario en los últimos tiempos?
Contradigamos a «El morocho del Abasto», es decir, a Carlos Gardel: veinte años es mucho, muchísimo. Y desde luego, el autor de Un hogar en el libro era bastante más joven.
Es cierto que esa obrita mía es a un tiempo memoria personal y crónica de lo visto, el retrato de una época. No diré que esta era mejor, pero culturalmente quizá sí que fuera más viva por ser ocasión de tanteos, de pruebas y de una última bonanza antes del mazazo de una feroz crisis económica comenzada en el 2009.
Casi todos los que estaban activos en la cultura, modelándola, habían comenzado a trabajar a finales del régimen de Franco. Quizá eso proporcionara ciertas ganas, un empuje que luego se ha diluido.
El cambio más sustancial que observo es que aquella ciudad, aunque con forasteros estables y turistas, pues eso, de tour, era una ciudad de sevillanos. Ahora, al menos en el centro, los locales son minoría, y esto se traduce en todos los ámbitos, incluido el cultural, por supuesto.
Me has hecho recordar el libro de Fran G. Matute, Esta vez venimos a golpear, sobre los inicios sevillanos de la contracultura en España. ¿Estamos condenados los sevillanos a ir por delante o por detrás?
Fran G. Matute es un querido amigo que ha hecho un meticuloso trabajo de investigación sobre aquella época sesentayochista. Por cierto, que yo en mayo del 68 lo que habría deseado es ser gendarme, porque uno es más de contra-contracultura. En cuanto a Sevilla, hombre, no es Dublín, pero se le acerca.
Aquí en muchas cosas hemos sido precursores, y en lo que a literatura respecta de Fernando de Herrera a Bécquer, pasando por los muy interesantes Arguijo y Rioja, y luego los dos Machado o Cernuda han sido sevillanos. Hasta Borges publicó en Sevilla su primer poema, en 1919.
Con todo, Sevilla es una ciudad indolente. No me extraña que Cernuda la abandonara en cuanto pudo, aunque se la llevó idealizada en el recuerdo y fue una constante de sus piropos y denuestos, con un odi et amo que ni Catulo.
Nombras también a varios poetas. Háblanos del poeta Antonio Rivero Taravillo, como traductor de T. S. Eliot y también como autor de Los hilos rotos, tu último poemario publicado.
Yo empecé escribiendo poesía. Ha sido la vocación más intensa y a la que he dedicado, si no más esfuerzos, sí más desvelos. Y he escrito mucha. Solo una parte de ella está publicada. Revisando ahora lo que llevo recorrido, en 2022 se han cumplido cuarenta años desde que empecé a hacer versos.
Da un poco de vergüenza confesarlo, pero son ya, con el que estoy escribiendo ahora, cincuenta y uno los libros de poesía que acumula un fichero de ordenador que se acerca, sigamos con números, a las 3.000 páginas.
Probablemente demasiadas. ¿Se repite uno? Los temas están ahí, y los acercamientos a ellos pueden parecerse, pero el vaso de agua que uno bebe hoy es muy semejante al que ayer bebió y, con todo, si uno deja de hacerlo muere de sed. Aun así el mundo es inagotable, y a poco que el poeta salga de su ensimismamiento y hable de otras realidades su poesía también escapará a los límites del yo. Y del ya. De la repetición, digo.
Tengo muchos poemas sobre objetos o realidades de la naturaleza. Es una buena vía de humildad, una poda del egotismo, para el poeta lírico. Bastante de eso hay en Los hilos rotos, que es una sucesión de poemas y no un libro unitario. La unidad, aunque cambien las formas, la otorga la voz poética, aunque también aquí haya modulaciones complementarias.
Y sí, he traducido mucho, lo cual es una manera oblicua de decir que también es mucho lo que he aprendido. Ando estos días releyendo Versiones y diversiones, de Octavio Paz, epígrafe bajo el que él reunió sus numerosas traducciones de poesía. Algún día me gustará hacer lo mismo con las que yo he hecho y aún espero hacer.
Hará un cuarto de siglo que traduje la primera versión de La tierra baldía de Eliot, anterior a las correcciones poundianas. El resultado es un libro bastante distinto. Las publiqué en un blog que llevaba y que se oxidó, como tantos otros, por la falta de uso. Algunos pasajes se incluyeron en una edición ilustrada en homenaje a Eliot y su poema.
Siempre me ha parecido algo mágico el arte de los poetas. ¿Eres un poeta impulsivo, metódico, etílico, irregular, corajudo…? Te propongo un reto: define tu labor lírica con cinco adjetivos.
Las similitudes con la magia han sido observadas desde que empezó a haber poesía, no en vano los encantamientos son formulaciones de palabras destinadas a modificar la realidad. Un poeta social quiere cambiarla mediante la contribución de sus versos. Un mago, un druida, un chamán también articula sintagmas, y hasta versos que persiguen el mismo efecto, aunque naturalmente al margen de las consideraciones políticas y sociales de esa poesía «social».
Lo singular de la poesía es que, en la mejor, se da la aplicación de una técnica rigurosa (incluso cuando en el caso de los genios esta es más intuitiva que rígidamente seguidista, lo cual permite que la poesía innove, avance). Se da una técnica rigurosa, decía, a la par que un fenómeno extraño de asociación de ideas, de analogías, que no se sabe de dónde proceden.
O sí que se sabe: alguien propenso al pensamiento mágico diría que hay una inspiración de las musas (signifique esto lo que sea), y alguien más racional lo limitará a relaciones neuronales insólitas. ¿De dónde vienen las palabras del poema? Los grandes poemas parece que ya estaban ahí, esperándonos. Tienen mucho de déjà vu (no en el sentido de lugar común, sino de algo ya acaecido en la extraña espiral del tiempo).
Hoy sabemos que el déjà vu se produce por una de esas conexiones neuronales insólitas. Seguramente el poema tiene más agudizadas estas formas de conectar, ya sea que las trae de fábrica (siempre hay algo innato), ya que se ha entrenado a fondo. Creo que es una mezcla de ambas cosas.
Yo creo que sí, que soy un poeta impulsivo. A veces una palabra leída u oída detona el primer verso de un poema. Pero también paso todo por el tamiz de la forma, porque poesía es ritmo. Lo que sucede es que si se ha leído mucha buena poesía las palabras que surgen se van acomodando de forma natural a ese ritmo.
No sé cómo podría definir mi poesía. Intento que sea observadora, memoriosa, musical, reflexiva. Son cuatro adjetivos, no cinco. La poesía debe ser también indócil, inesperada y en el cuadro en el que se la quiera encerrar salirse por la tangente.
Un última pregunta: ¿Cuáles son tus proyectos literarios para el 2023 y, si es posible desvelarlos, para los años siguientes?
Pues recientemente he publicado los poemas Suite Irlandesa . Ahí hay mucho de esa concepción mágica de la poesía. Algunos druidas salen, y una reina de la Edad del Hierro, y viajo mucho por la imaginación a partir de paisajes reales, que ahora se me ocurre llamar «de carne y hueso», porque creo que todo está animado y las cosas (incluidos montes, lagos, etcétera) tienen su alma.
En la Irlanda tradicional, un vado o una playa no son accidentes físicos mondos y lirondos: tienen detrás una historia, un mito que se refleja en el nombre. La toponimia irlandesa es inseparable de su poesía y de la literatura en general.
Ahora tengo el pie en el estribo, porque me voy a un festival de música que se celebra en Dublín, el Temple Bar TradFest. Escribiré de eso y de otras cosas hibérnicas para varias publicaciones.
También tengo varias traducciones en el taller, incluida la novela gaélica contemporánea más celebrada. Y doy los últimos retoques a un amplio trabajo sobre Álvaro Cunqueiro, escritor de referencia para mí. Ah, y en el otoño, más poesía, esta vez en Pre-Textos: Luna sin rostro.
Muchas gracias, Antonio. Salgo de esta entrevista con la sensación de conocerte mucho mejor.
Al contrario, soy yo el que está agradecido. Responder preguntas es una forma de poner en orden las ideas, de aclararse uno. No en vano, desde los diálogos de Platón (que no estimaba a los poetas, como es sabido) hasta algunos poemas de Yeats (y de tantos otros), la literatura y el conocimiento se han articulado en forma conversada.