Nuestra colaboradora en México Elizabeth Vilchis Martínez nos aproxima a la narrativa de Fernanda Melchor (Boca del Río, Veracruz, México, 1982), escritora y cronista cuyos libros tocan sin tabúes temas como la miseria, la misoginia, la ignorancia, las drogas y la violencia social y familiar.
La creación del mundo (y del paraíso)
En el Génesis bíblico se relata que antes de que Dios creara la luz, el tiempo y el universo todo era caos y confusión.
En ese abismo desolado, el espíritu de Dios se desplazaba entre las aguas, así como en el Popol Vuh la serpiente emplumada —uno de los dioses constructores del mundo maya— se movía en el oscuro mar de la noche. Asimismo, esta deidad maya conocida como U K’ux Kaj ─Huracán (corazón del cielo)— organizó la creación de la materia, alrededor de la cual giran el tiempo y la creación, en ciclos de alumbramiento y destrucción. A diferencia de la cosmogonía judeocristiana, ninguno de los dioses podía actuar solo, pues para los mayas la pérdida de unidad era causa de desgracia y fracaso.
Con un toque de ironía y crítica a la avaricia humana, el argentino Abel Posse narra en su novela Los perros del paraíso (1983) la odisea de Cristóbal Colón en busca del paraíso perdido. Si bien el almirante genovés no lo encontró, sí descubrió para el Occidente del siglo XV el jardín de las delicias tropicales del Caribe y de América. Estos paraísos, hoy en día, a pesar de albergar tanta riqueza natural, son el infierno de millones de personas que viven en países azotados por la pobreza, la corrupción y la miseria.
En tal sentido, la obra de Fernanda Melchor es una transgresión que refleja la realidad de aquellas personas. La narradora omnisciente se vale de la belleza de la palabra y de la agudeza del estilo periodístico para componer la relación de hechos que rondan entre la ficción y la sórdida realidad: la diferencia abismal entre Miami y Veracruz, la imagen de la bruja travesti del pueblo que mantiene amoríos con narcos y rancheros homosexuales, la crónica de un crimen anunciado, la preadolescente ultrajada por su padrastro, el junior (pijo) violador en potencia.
“Algo se pudre en el trópico. En esa esquina del mundo disfrazada de paraíso”, se lee en Falsa liebre (2013), preámbulo de su proyecto literario sobre el trópico veracruzano, conformado por Aquí no es Miami (2013), Temporada de huracanes (2017) y Páradais (2021). Aquí Fernanda Melchor expone una ficción de lo real cuyo discurso literario se ve abrumado por la cruda carga de verdad del periodismo.
De modo que lo que nos queda es la idea del trópico como un infierno, como una especie de macabro Edén —haciendo alusión a Pierre Gourou—, como un lugar primitivo de caos y barbarie.
La inercia del caos tropical
Veracruz está en el cinturón de tierras cálidas del litoral del Golfo de México, irrigadas por ríos, lagunas y playas, en cuyos pastizales se cultivan caña de azúcar, café y papaya. Es una zona estratégica para el trasiego de drogas y para el recorrido de los migrantes del Caribe, Centro y Sudamérica que desean llegar a Estados Unidos.
En este sentido, Melchor narra en el relato homónimo del libro “Aquí no es Miami” la odisea infernal que viven los migrantes que huyen. El germen del crimen y de la impunidad ha infestado el territorio de violencia sicaria, de soberbia asesina y de putrefacción institucional.
Al respecto, relatos como “Luces en el cielo”, “El cinturón del vicio”, “No se metan con mis muchachos” o “Veracruz se escribe con zeta” sumergen al lector en lo más profundo del inframundo, en el que el cáncer del tiempo —como diría Henry Miller— devora la dignidad humana y la deja a merced del dinero fácil y la avaricia política.
“Polo se apresuró a interrumpirlo: le urgía, le urgía un paro suyo, le urgía como nunca, ya no podía seguir en Progreso, ni en esa pinche chamba donde lo explotaban […] quería que Milton lo presentara con aquellos, que lo recomendara”, leemos en Páradais, la historia de Leopoldo García Chaparro (Polo), uno de esos jóvenes “rebeldes” de hogares disfuncionales para quienes el crimen organizado es la única opción para escapar de las arenas movedizas de la miseria. Unirse a las filas de aquellos les permite probarse, tener dinero y la “libertad” de conducirse hacia un “mejor porvenir”, aunque sea bajo tierra.
Y así es el paraíso…
La realidad es para Kant aquello que el sujeto construye a partir de sí. En la novela Casi el Paraíso (1956), de Luis Spota, el personaje principal “se inventa su realidad” como miembro de la nobleza italiana y consigue una vida de lujos a costa de la ingenua oligarquía mexicana, compuesta en su mayoría por empresarios y políticos corruptos que se consideran miembros de la realeza europea por ser amigos del supuesto príncipe.
En la novela de Spota la realidad es tan frágil como la mentira que la cimienta. La otra cara de la moneda es la retratada en las historias de Fernanda Melchor, cuyo común denominador es la miseria, la misoginia, la ignorancia, la tradición machista y la violencia familiar y social. Y también las drogas, como punto de fuga del vacío existencial.
Todos estos elementos fundan el cáncer de una entidad, de una región, de un país con metástasis. ¿Cómo escapar de un entorno podrido? ¿Cómo recuperar el paraíso terrenal? ¿Cómo sortear los embates de la injusticia? ¿Cómo romper el ciclo de la pobreza existencial y de la pobreza económica? ¿Cómo llegar al punto de equilibrio de la entropía?
En Temporada de Huracanes los personajes femeninos aborrecen a los masculinos, porque el machismo les otorga una ventaja en un mundo con oportunidades reducidas. Mientras que en Páradais los personajes masculinos violentan a los femeninos, “porque merecen ser castigadas” por tener curvas que les roban el sueño. No son capaces de controlar su deseo carnal, porque son animales, y no saben contener su instinto depredador.
Me la voy a chingar así, balbuceaba, después de pararse a trompicones en la orilla del muelle; me la voy a coger así y luego voy a ponerla en cuatro y me la voy a chingar asá. [Páradais]
Hastío y violencia en el paraíso
Melchor también aborda el hastío adolescente y las drogas. En Temporada de Huracanes, Luismi vive dopado, quizás por el abandono o el rechazo, tal vez porque se niega a sí mismo o porque la vida en el trópico no es fácil: hace calor, le da pereza la escuela, trabajar, la vida…
Tal como en Las Batallas en el Desierto (1981, de José Emilio Pacheco), Fernanda Melchor se vale de la figura del “niño” que experimenta “amor” hacia una mujer mayor que él. Sin embargo, existe una marcada diferencia entre Carlitos (de la novela de Pacheco) y Franco Andrade (el pijo). El primero es un niño que desde la inocencia declara su amor a Mariana, la madre de su mejor amigo, y es sojuzgado por una sociedad moralista incapaz de comprender la ingenuidad del acto: el descubrimiento del primer amor idílico e imposible.
Por su parte, Franco, el personaje de Melchor, es un adolescente abyecto cuyo deseo obsesivo ronda en la transgresión paroxística por la que fluye con ímpetu una violencia latente y altamente destructiva, que, como en un volcán, en cualquier momento puede entrar en erupción.
El “amor” de Franco, también idealizado e imposible, es frágil y responde a una aspiración carnal. Si en Las Batallas en el Desierto Carlitos se arma de valor y confiesa su amor a Mariana, en Páradais la cobardía congela al junior regordete que vive con sus abuelos en un fraccionamiento de gente adinerada. Páradais es su edén de displicencia y protervia pueril en el que está encerrado en sí mismo, pero a su vez libre de toda obligación y responsabilidad.
Distopías del Edén
El paraíso tropical es tierra primitiva de barbarie, y los más aptos para sobrevivir, en lo individual, no son los más adecuados para la supervivencia de la colectividad. De esta forma se rompe la premisa maya del trabajo en equipo y triunfa el individualismo en detrimento de los otros.
El Edén se escapa, porque los que trabajan en equipo lo hacen por objetivos mezquinos. La tierra prometida es de unos cuantos.
Hombres y mujeres están destinados a la violencia eterna en el infierno veracruzano. Y por sus pecados los dioses buscarán purificarlos en cada temporada de huracanes.
En este sentido, la obra de Fernanda Melchor es la relación de hechos del eterno ciclo de violencia divina y terrenal.