Esta es la segunda y última parte de la entrevista al filósofo Oscar del Barco (Córdoba, Argentina, 1928), realizada por nuestro colaborador Diego Tatián, acerca de la publicación de Un resplandor sin nombre, (Tercero incluido, 2022), una compilación de ensayos del pensador rioplatense. En esta ocasión, Del Barco trata temas como la construcción filosófica y el sujeto, la relación entre filosofía y religión, “la muerte sacrificial” como camino de trascendencia, las drogas enteógenas o “buscadoras del dios”, la toma de conciencia de la finitud y la sabiduría alternativa a las creencias.
[Leer la primera parte de la entrevista]
¿Qué es un filósofo?
Alguien que vive por el pensamiento.
Necesariamente debemos hablar de niveles, distinguir los diferentes niveles de análisis, desde lo más simple a lo más complejo. Una organización de conductas que se materializan, digamos, como un “deber-ser”: no matar, no robar, amar al prójimo, tener piedad, etc. Una ética del “deber” como comunidad política, religiosa, artística (la poesía, la música, la pintura, la mística, como ‘formas’ ontológicas. Rimbaud, Tolstoi, Beckett, Duchamp… y una infinidad de nombres, digamos, en la humanidad).
Se trata de una toma de conciencia trascendental: el “más que hombre” nietzscheano, el “hacerse vidente mediante el desarreglo de todos los sentidos” rimbaudiano, el vacío de Nagarjuna, el absurdo de Beckett, la mística sin dios del maestro Eckhart…
Esto apunta, en resumen, a las prácticas más elevadas del planteamiento ético (más allá del yo, más allá de los ‘principios’, más allá de los ‘deberes’), que solo encuentran su “sentido-sin-sentido” en el amor y sus formas, en la libertad del afuera (del encierro ideológico-metafísico como dominación de los cuerpos y las almas), en el desprendimiento, en la pobreza, etc. Un mundo otro que mundo.
Esta es, por supuesto, solo una apuesta pero que puede ser trabajada o puesta en práctica aquí y ahora, en el instante absoluto. Hacer-camino, las “obras” como caminos, como intemperie, como una inédita “nada” que rompe el círculo opresivo del ser.
“Más-allá-del-ser” fue el apotegma platónico y el tema central, me atrevo a decir, de la filosofía. Pienso ante todo en Nietzsche, en Heidegger y tantos otros filósofos y artistas que se podrían nombrar. También en algunos poetas argentinos como Macedonio Fernández, Murena, Bonino (que no era poeta pero produjo un gran trabajo sobre el lenguaje), Viel Temperley o Fijman.
Es posible que estemos en un final y en un comienzo de una época sin fundamento. La humanidad está en un límite de muerte y de vida, frente a una posibilidad real de inexistencia y una posibilidad ideal de “salvación”. Todo depende de cada uno, cada uno es responsable, tenga o no conciencia del propio tiempo. Al final de su vida, Foucault dice: “una cosa sin palabras en un lugar vacío”. ¿Cosa? ¿Lugar?
Respecto a Heidegger –mi antiguo maestro, que vos supiste reconocer en su momento– me parece que el “tema” (también en sentido musical, por cierto) de la “técnica» es el punto más intenso del vértigo ideal que articula la gran constelación del “camino” trágico de su pensamiento.
Tal vez hoy lo más importante, en cuanto a Heidegger, sea haber considerado esencial, como culminación de la “historia del ser”, el problema de la técnica. En la técnica lo que está en juego es un destino: si no se logra superar la técnica como materialización suprema de la escisión metafísica, la humanidad marcharía hacia su inevitable destrucción, el hombre alienado como una cosa en una post humanidad automatizada sería el inicio de una nueva edad en la historia-del-ser.
Y ya casi nadie cree que en esta tragedia habite “lo que salva”. Claro que los dados ya están echados y el azar aún no está abolido.
Alguna vez dijiste que la filosofía es una religión. Es algo paradójica esa idea. ¿Qué significa exactamente?
Lo dije. Religión pagana que llama “dios” al “abismo de la razón” (Kant), lo otro con todas sus consecuencias trágicas.
Pensemos en Sócrates, o en el mito de Jesús. La religión como intento, o como plenitud de la nada, algo así. ¿La negatividad? ¿La falta de fundamento? ¿Lo santo-demoníaco?
“Religión” como intento de salir de sí a lo otro que no sabemos, no podemos saber, qué es ni si es. En tal sentido, la palabra “religión” apunta a la apertura perpetua a “eso” sin nombre que llamamos ser, un ser no ontológico, vacío, la posibilidad-imposible de una locura en cierto modo teleológica, cuyo fin es la muerte.
Así de sencillo y ¡trágico! De esta forma “religiosa” sabían los místicos y los primeros mártires cristianos, cuya búsqueda de la muerte sacrificial fue un espantoso ejemplo de la búsqueda real de ese “dios” sin existencia que está en el fondo trascendental de toda religión.
Estoy escuchando el intento-musical fracasado de Jean Barraqué por mostrar “eso” que llamo indeterminado e indecible. Y digo «fracasado» porque no existe alternativa al fracaso, debemos fracasar mejor, fracasar más, sin miedo.
En este sentido, entiendo por religión la potencia de lo otro arrojándonos a la intemperie, socavándonos sin límites, en cuerpo y alma. Pienso, claro, fuera de las religiones estatuidas, de la horrible metafísica del dominio de un dios personal, político, erigido en fundamento del mundo y del hombre, de la tragedia humana…
Los filósofos, desde Platón hasta Heidegger, trazaron un vínculo entre la filosofía y la muerte: filosofar es aprender a morir, una preparación para la muerte, una anticipación de la muerte… ¿Te parece que se referían a una práctica? ¿A una toma de conciencia de la finitud? ¿A una sabiduría alternativa a la de las religiones instituidas?
Sí, es una toma de conciencia de la finitud y esto, por supuesto, es fruto de una práctica. Uno se pregunta: ¿de qué práctica?, y me parece imposible hablar de una práctica como un deber-ser.
Hay una multiplicidad de prácticas conducentes a un “más allá del hombre”. En este sentido juegan un papel importante las drogas llamadas enteógenas, buscadoras del dios, Nietzsche las llamaba dionisíacas.
Foucault, cuya obra gira alrededor de este tema –la obsesión por la muerte como un camino de trascendencia y una práctica consecuente hasta su final–, no solo practicó con múltiples drogas, sino que llevó a cabo prácticas dolorosas como el sado-masoquismo, y una práctica que podemos llamar “literaria”: la superación crítica del sujeto como autor. Práctica del dolor como goce, como apertura a lo propiamente abismal.
En este sentido, también es relevante señalar por su importancia las prácticas escépticas y fundamentalmente místicas. No solo en el cristianismo sino también en el budismo, en el islamismo, el judaísmo…
Ciertas corrientes filosóficas han profundizado en estas búsquedas de lo trascendente. Basta pensar en los estoicos o en filósofos como Bergson, Lévinas o Heidegger, al menos en teoría. Filosofías que exponen el problema de lo sagrado como una suerte de plataforma precisamente de esa búsqueda de lo absoluto. Pienso también en Hegel, Plotino, Blanchot, Foucault y tantos otros pensadores de distintas épocas y corrientes, no únicamente filosóficas, ciertamente. El tema es inagotable.
Sócrates llegó a decir de sí mismo que era un “muerto” en la ciudad, también un “extranjero”. ¿El “estupor de la filosofía” produce necesariamente una soledad, un retiro de lo social, de la política, del mundo?
No. Estoy lejos de pretender plantear un deber ser. Si tomamos en serio la idea de libertad caduca la moral como ley (burguesa), no hay sujeto. Yo diría que… un mar insondable, sin nosotros, sin quién.
Por cierto, este “abismo” –como lo llamó Kant– carece, por lo menos, de nómos, de un nomos-dios ontológico. ¿Qué hacer? No podemos convertir nuestros deseos y nuestras experiencias en imperativos morales.
Si se asume la conciencia de lo libre-ontológico, cada uno de eso absoluto debe asumir sus actos sin fundamentos, sin más allá. Hay que elegir y atenerse a las consecuencias.
Tenía razón Sócrates. Claro, lo mataron.