En el siguiente texto, nuestro colaborador Bernat Castany analiza en profundidad Las que faltaban. Una historia del mundo diferente (Taurus, 2022), el ensayo narrativo de Cristina Oñoro (Madrid, 1979), profesora en la Universidad Complutense, donde construye un fascinante relato, en clave femenina, que desmonta los discursos misóginos heredados a lo largo de diversos pasajes de la historia.
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Que Filóstrato llamó a Cleopatra “filóloga” por su don para las lenguas.
Que Hernán Cortés era conocido entre los indígenas mesoamericanos como “el capitán de Marina”.
Que el nüshu es una escritura secreta inventada por algunas mujeres chinas para acceder a la escritura, que tenían prohibida.
Que Juana de Arco fue un referente para las sufragistas inglesas, algunas de las cuales se manifestaron vestidas como ella.
Que Catalina de Médici, reina regente de Francia, era conocida como “Madame Serpent”.
Que Jane Austen escribió un “Plan para una novela” en el que se burlaba de todos los consejos que había recibido sobre qué temas debía tratar en sus obras.
Que una de las niñas a las que Mary Wollstonecraft hizo de institutriz acabó adoptando el nombre de la maestra que protagonizaba su libro de cuentos Original stories, estudió medicina disfrazada de hombre y trabó amistad con su hija Mary Shelley, a la que ella nunca pudo conocer
Que, con el dinero de su regalo de boda, Marie y Pierre Curie compraron dos bicicletas, que en aquel momento eran instrumento y símbolo de la emancipación femenina.
Que, tras enfrentarse a Clara Campoamor, en 1931, por pensar que en aquel momento las mujeres aún no estaban preparadas para votar, Victoria Kent llevó en Nueva York, junto a su pareja Louise Crane, una vida con la que ninguna mujer española pudo empezar a soñar hasta cuarenta años más tarde.
Que Simone Weil, conocida como “la Virgen Roja”, fue envidiada por Simone de Beauvoir por tener un corazón “capaz de latir a través del universo entero”, acogió en casa de sus sufridos padres a Trotsky, con quien discutió a gritos, y proyectó en 1943 la formación de un grupo de enfermeras dispuestas a sacrificar su vida en el frente como antítesis moral de las SS.
Que en la célebre marcha en contra de la segregación racial que tuvo lugar en Washington D. C., en 1963, ninguna mujer pudo participar en la organización del evento, ni en los discursos que allí se realizaron, cuando mujeres como Rosa Parks o Daisy Bates habían arriesgado tanto o más que ellos.
Que Malala Yousafzai, lectora empedernida de JaneAusten, se dirigía en camioneta al colegio que había fundado y dirigido su padre, el día en que unos talibanes, obedeciendo a las soflamas radiofónica del Mulá FM trataron de asesinarla…
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Estas son solo algunas de las incontables historias que Cristina Oñoro nos regala en Las que faltaban, un libro que trata de solucionar el hecho de que, como dijo Gloria Steinem, desde niñas, las mujeres se dediquen a estudiar su propia ausencia.
Afortunadamente, no es la primera ni la última vez que se planea y ensaya una historia ejemplar de este tipo, desde El Castillo de las damas, de Christine de Pizan, hasta Viviendo mi vida, de Emma Goldman, pasando por las Heroidas de Ovidio o las Mujeres ilustres de Boccaccio. Pero estoy convencido de que pocos libros han conseguido la fuerza narrativa, la densidad de información, la amplitud panorámica y, sobre todo, el alegre contagio de potencia que Oñoro ha logrado condensar en su libro.
Creo que Virginia Woolf no hubiese dudado en atribuirle la rara virtud de la “incandescencia”, que definió, en Una habitación propia, como la capacidad de consumir todos los obstáculos para conferir a la propia obra una expresión completa, no limitada por las particularidades de la propia experiencia, aun cuando esta sea traumática.
De algún modo, la autora ha logrado que, en el cómputo global de la obra, el testimonio y la denuncia, siempre legítimos, se vean trascendidos, pero no olvidados, por el despliegue de una capacidad de resistencia, creación o superación realmente contagiosa. Sin voluntad de ocultar los padecimientos y las injusticias, la autora ha buscado generar en el lector la admiración y la emulación. Y aunque no ignora que esa fuerza interpela en primera instancia al lector femenino, en ningún momento expulsa al masculino, pues prefiere ilustrarlo y compartir con él este tesoro oculto, u ocultado, de energía.
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Pero no se trata solo de que nos contagiemos de su energía, sino también de que vemos brillar en las vidas de esta galería de mujeres extraordinarias las virtudes clásicas de la sabiduría, el autocontrol, la justicia y el coraje, que la tradición misógina suele negarles, en un acto de vampirismo que busca monopolizar la legitimación del poder, pues ¿quién querría que gobernasen unas personas ignorantes, histéricas, egoístas y cobardes?
No se trata, pues, solo de unas vidas ejemplares en el sentido de que amplían nuestra potencia al despertar nuestro deseo de emulación, sino también en el de que evidencian que las mujeres participan en igual medida que los hombres de las virtudes necesarias para llevar una vida plena y ejercer el gobierno de la sociedad y el autogobierno de sus propias vidas.
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En 1850, Ralph Waldo Emerson publicó Hombres representativos, como respuesta a los Héroes de Thomas Carlyle. Emerson quería demostrar que el hombre común tenía el poder, y el deber, de desarrollar las grandes potencias humanas, y les ofrecía modelos que emular: Platón, el filosofo; Montaigne, el escéptico; Shakepeare, el poeta; Goethe, el escritor…
Cristina Oñoro ha llevado a Emerson más allá incluyendo a estas mujeres representativas: Agnódice, la médica; Sofonisba, la pintora; Marie Curie, la científica; Simone Weil, la filósofa; Malala, la estudiante…
Al lector le corresponde el placer de trenzarlos para seguir estando con las que nunca debieron faltar.