Entrevistamos a la escritora Alicia Kozameh (Rosario, Argentina, 1953) a propósito del desembarco en España de su novela 259 saltos, uno inmortal, que inaugura el catálogo del sello Barbarie editora. El libro explora el exilio, la experiencia carcelaria y los tentáculos criminales de la dictadura militar argentina (1975-1983). En tono confesional, Kozameh nos habla de las diversas formas de exilio, de la realización estética, la intrahistoria y recepción de su novela, de identidad y diáspora, de las lecciones de la memoria histórica y de los proyectos literarios en los que trabaja actualmente. La autora argentina, residente en Los Ángeles, ha publicado una veintena de libros, muchos de los cuales han sido traducidos al inglés, al alemán, al francés y al italiano.
259 saltos, uno inmortal, aunque publicada originalmente en 2001, es tu primer libro que se edita en España. ¿Por qué crees que se ha tardado tanto en publicarte aquí?
Nunca se me había ocurrido pensar en eso. 259 saltos, uno inmortal estaba ya publicada en castellano tres veces, por tres editoriales diferentes: dos argentinas (Narvaja y Alción) y una estadounidense (Ars Communis). Barbarie es la cuarta. Me imagino que el estar mucho más concentrada en la escritura que en la publicación hizo que no prestara atención a las direcciones que toman mis libros. Traducida al inglés, al alemán, al francés, 259 saltos, como otros de mis libros, en realidad ha estado paseando bastante.
También sabemos que durante el siglo XX España era una especie de punto central, de meca para los escritores hispanohablantes. Si no estabas publicada/o en España, eras invisible. Yo nunca lo sentí de esa manera. Se suma a eso la intervención de la tecnología, que ha cambiado enormemente el mundo de la publicación y de la difusión de los textos publicados en cualquier lugar del planeta. Lo que quiero decir es que nunca pensé en hacer esfuerzos para que mis libros se publicaran en uno o en otro lugar específico, país, o idioma.
En general ha habido acercamientos con propuestas por parte de las editoriales, como sucedió con Barbarie. Y a eso lo recibo con alegría.
¿Cómo está siendo la recepción del libro entre los lectores españoles?
Por lo que me va comentando la editora, Sonia López Baena, muy bien. Aunque vivo en Los Ángeles, ella me va contando lo que tiene que ver con la llegada del libro a los lectores. Yo estuve para la presentación del libro en Madrid, que se hizo con viejos y entrañables amigos como Reina Roffé y Patricio Pron, y que fue excelente, con muchísimo público muy entusiasta. Fue realmente agradable y festivo, en el sentido de que verdaderamente se estaba celebrando la salida de esta edición del libro.
Pronto, el viernes 20 de mayo, va a haber una presentación virtual con el Fondo de Cultura Económica y mi traductora al alemán (que ha traducido varias novelas y también varios cuentos míos), Erna Pfeiffer, con la que podemos dialogar muy cómodamente porque nos conocemos desde hace más de treintaicinco años y que, como académica, conoce mucho de mi trabajo por haber escrito muy específicamente sobre él. Desde ya, otra amiga entrañable.
Y habrá más eventos de este tipo en el futuro. Esta pandemia que todavía estamos atravesando ha activado más recursos que van más allá de la presencia física.
Tu libro inaugura el catálogo de una nueva editorial, Barbarie editora. ¿Cómo ha sido el proceso de edición?
Sonia se acercó a Juan Maldonado, el editor de Alción, cuando, después de leer muchos libros y buscar uno para inaugurar su editorial, eligió este. Obtuvo los derechos para Europa y empezamos a trabajar. Mi tarea natural fue la de la revisión del PDF. Se limitó a eso, claro. Pero debatimos bastante sobre, por ejemplo, el uso del lenguaje.
259 saltos es una novela en la que el personaje principal es una muchacha argentina que acaba de llegar al exilio en California, que después de dos años va a México por un año, y vuelve a Los Ángeles por otro medio año. Todo esto antes de hacer un intento de volver a Argentina durante los inicios de la recién estrenada democracia. Y tiene que regresar a Los Ángeles después de cuatro años en Buenos Aires por amenazas recibidas contra ella y su hija de cuatro años cuando se presenta su primera novela sobre el tema de la experiencia carcelaria.
O sea que, básicamente, y sobre todo porque está escrita en primera persona de este personaje, se incorporan todos los modismos, las combinaciones del castellano con inglés y del español mexicano, que realmente existen y que en California se usan con total frecuencia.
Sonia, que es muy rigurosa –y menos mal que lo es– tuvo algunas dudas sobre cómo iba a ser recibida esa mezcla idiomática. Mientras hablábamos de eso yo pensaba: bueno, no se trata de una torta de vainilla o de una de chocolate, sino de una marmolada. Sara, el personaje principal, está plantado frente a una realidad que constantemente muta y la sorprende. Incorpora todo y aprende y absorbe lo nuevo, que en dos días será viejo, o estará ya naturalizado, mientras sigue absorbiendo.
El estilo es coloquial, musical, en muchas áreas muy poético, en otras más prosaico. Todas las traducciones son fieles al estilo porque es el estado natural del libro, y porque era necesario que reprodujera la manera en que se vive el exilio. Yo diría: cualquier exilio.
Finalmente, Sonia y la correctora de la editorial comprendieron muy bien este aspecto, y todo quedó como debía ser para esta novela, siguiendo las pautas de todas las otras ediciones. El exilio continúa siendo un fenómeno que no deja de repetirse, y en ese sentido (y no es que uno deba celebrarlo) 259 saltos es una novela que siempre se actualiza. Sigue leyéndose como si los habitantes de tantos países del planeta viviéramos siempre en el exilio, o en el exilio del exilio. Y yo diría que así es, por diversas y dolorosas razones.
Tu escritura se ha relacionado, desde tus primeros escritos, con la autobiografía al narrar experiencias como tu encarcelamiento o tu exilio. ¿Consideras que tu escritura es autobiográfica?
Hay allí un error inicial que confunde todo lo que sigue. Yo escribo desde muy chica. La cárcel llegó cuando tenía 22 años. Hasta ese momento había llenado con poesía, cuentos e intentos de novelas una pila alta de cuadernos y papeles. Antes de que se produjera una publicación de relevancia, me detuvieron.
En la cárcel llené cuadernos, pero la presencia constante de la represión no permitía elaborar mucho los textos, desde ya, porque se estaba pendiente de la vida (y de la potencial muerte) cotidiana, de la gran violencia de las sorpresivas requisas, de las noticias de asesinatos de nuestros familiares fuera de las cárceles en las que estábamos, en la calle, en sus casas, en los campos de concentración.
En términos de si mi escritura es autobiográfica, tiene tantas variaciones, combinaciones con experiencias de otros, cambios de todo tipo, que no, no puede ser llamada autobiográfica. Yo escribo ficción y poesía. Nada de lo mío es directamente autobiográfico ni totalmente testimonial. Hay momentos en que está más cercano a lo que he vivido, pero siempre a medias.
En la mayoría de los episodios relatados hay modificaciones que responden a la necesidad dramática del género que elija en el momento de escribir. Suelo producir un personaje central al que le atribuyo protagonismo en situaciones que han sido reales pero que nada, o poco, han tenido que ver conmigo, Alicia, la autora de la novela o del cuento. Conozco suficientemente muchos de los temas a los que dedico un texto como para mantenerlo en el equilibrio de la verosimilitud. Eso no significa que todo me haya sucedido a mí.
Además, no solo escribo sobre cárcel y exilio. Alterno con muchos otros temas que son muy intensos, duros, podríamos decir, pero para nada autobiográficos, como las novelas Basse danse, Eni Furtado no ha dejado de correr, Natatio aeterna, y el libro de poesía Mano en vuelo, además de la mayor parte de la pentalogía poética Sal de sangres, entre otros. La novela Bruno regresa descalzo tampoco es autobiográfica, aunque trata de cárcel y exilio de un personaje hombre, también ficcional. Quiero decir: no está basado particularmente en nadie que yo haya conocido. Aunque en cierto momento del proceso de escritura consulté a algunos compañeros sobre situaciones muy puntuales vividas por ellos.
La novela se construye a base de retales, de pinceladas fragmentarias que sirven para reconstruir las vivencias de la protagonista. ¿Cómo se gestó esta estructura?
Por veinte años no sentí ninguna necesidad de escribir sobre la experiencia del exilio. Una madrugada me desperté con algún tipo de ansiedad, de urgencia emocional, como si hubiera tenido un sueño que no recordaba, y con la idea fija de que necesitaba escribir sobre el exilio. Mientras mi vida transcurría en Los Ángeles, en México, y otra vez en Los Ángeles en un exilio real y cotidiano, nunca pensé en que esa vida pudiera ser objeto de tema literario.
Creo que la necesidad de convertirlo en escritura surgió cuando ya había dejado de sentirme exiliada. Pero sucedió sin haberlo planeado, ni siquiera pensado. Creo que descubrí que ya no me sentía en situación de exilio, cuando necesité escribir sobre el tema. Se había creado la distancia necesaria, el exilio estaba en otro espacio, y ahora podía referirme a él, profundizar, pensarlo, reflexionar, convertirlo en símbolo, en metáfora, en metonimia.
Y pasaron tantos años, porque en realidad viví dos exilios: uno al tiempo de haber salido de la cárcel, desde 1980, y otro a partir de 1988, después de haber estado de regreso en Buenos Aires desde 1984 a 1988, cuando fuimos amenazadas de muerte tanto mi hija de cuatro años como yo, en forma muy explícita, como comenté anteriormente. Eso sucedió a la salida de la presentación de mi libro Pasos bajo el agua (Ed. Contrapunto, 1987). Pasó en democracia, pero no plena: el aparato represivo estaba intacto. De manera que me senté a escribir.
El resultado final fue muy diferente de lo que me había planteado. Mi intención era darle forma a una novela quizá dividida en capítulos, al menos hasta terminar de contar la historia, y después vería si iba a ser necesario hacer modificaciones, estructurales o relativas a detalles. Pero sucedió que comencé la escritura y a los pocos minutos tuve que interrumpir. Las emociones me habían invadido y dominado. Salí a caminar, a sacudirme la ansiedad.
Cuando regresé y me senté otra vez frente al papel no pude retomar el párrafo en el que había dejado y empecé con otro. Me sucedió lo mismo varias veces consecutivas. Enseguida entendí que ese iba a ser el ritmo, la dinámica, y que no tenía alternativas más que adaptarme a mi propia respiración y a la necesidad de alejarme y descansar del acoso del tema. Y decidí numerar los párrafos. Algunas líneas tienen una o dos palabras. Los últimos párrafos tienen varias páginas. El título iba a variar de acuerdo al número del último párrafo que necesitara escribir.
Mientras avanzaba en la escritura del libro algunas revistas me pedían párrafos ya terminados para publicarlos, y los titulaban más o menos así: “Fragmentos –o ‘Adelanto’–de la novela 300 saltos en el exilio”. Pero nunca intenté que el último “salto” tuviera un número específico.
Esta estructura, a la que se alude en el título mismo a través de la noción de saltos, se materializa en el texto a través de saltos temáticos, saltos temporales… ¿Es una metáfora del salto al vacío de cualquier migración?
El salto inmortal es ese en el que, después de tantos saltos –sí: temporales, temáticos, espaciales– la lucha reivindicativa, política, por la justicia, continúa. Pervive. Es la lucha de la humanidad por la supervivencia y por la igualdad. Por eso el salto es inmortal y no lo contrario. Va más allá de la inmigración misma, pero que incluye cualquier experiencia como refugiado, como inmigrante, como integrante de una diáspora, de cualquiera que trata de sortear la muerte donde sea que esté.
Es la lucha que nos mantiene vivos y que va heredando cada generación, que es instituida de diferentes maneras, que toma diversas formas, que empuña diferentes tipos de armas. Pero que perdura, paralela a la pelea constante por la supervivencia, al instinto de conservación de la especie.
¿Cómo se construye la identidad desde el exilio?
Eso depende de la edad, de las vivencias previas al exilio, de la madurez de la persona que ha tenido que exiliarse. Si uno sabe quién es, las razones de su exilio, si no tiene nada de lo cual arrepentirse, si está orgulloso de sus experiencias y de las decisiones tomadas a lo largo de su vida, uno sale de su lugar de origen siendo el que es y continúa siendo el mismo.
En realidad, esa identidad inicial no se construye sino que se refuerza. Así es como yo siento mi experiencia. Uno se lleva a sí mismo hacia aquí y hacia allá dentro de uno mismo. Uno transporta en su recorrido esa persona que uno ha sido y trata intensamente de seguir siendo. La persona que uno es. En eso se invierten fuerzas, energías, imaginación, creatividad de todo tipo. Hay desarrollo, crecimiento, expansión, siempre desde la base propia, desde los orígenes propios, desde el fondo de uno mismo.
Al mismo tiempo, como nos ocurre a todos, exiliados y no exiliados, las células de la piel se van renovando minuto a minuto. Todo lo que uno aprende y lo nuevo que es descubierto cambia el sesgo de la mirada. La amplían, la nutren. Si, por lo contrario, se producen cambios drásticos o profundos, lo que probablemente pase es que esa persona no era la que creía ser o lo que otros creían que era. Esa permeabilidad con respecto al medio que rodea al exiliado varía según las características y las convicciones, los principios, de quien vive en esa situación.
Y para finalizar, ¿en qué proyectos te encuentras inmersa actualmente?
En este momento estoy trabajando en dos libros. Tengo una colección de cuentos/relatos, Ofrenda de propia piel, publicada en el año 2004, y estoy preparando un Ofrenda de propia piel 2.
Y el otro proyecto es una novela extensa. Muy extensa, probablemente. Con algunos detalles todavía inciertos como para contar sobre eso. Pero allí vamos, trabajando, creciendo y aprendiendo, siempre de la mano de la palabra.