Esta es la segunda de las tres entregas escritas por nuestro colaborador Bernat Castany sobre el libro biográfico Valéry. Tratar de vivir, (Ediciones del Subsuelo, 2021 | Traducción de Mateo Pierre Avit), de Benoît Peeters. En esta ocasión, Castany habla del silencio de dos décadas sin publicar de Valéry, de su influencia en Borges y Bolaño, de sus “pecados políticos” por sus tendencias conservadoras y demofóbicas, y de sus filias y discrepancias con André Breton, principal representante del surrealismo.
7. El último retiro
Hacia 1897, Valéry decide dejar de publicar. Decisión que cumplirá durante casi dos décadas, a lo largo de las cuales se va a generar a su alrededor un mito semejante al de Rimbaud: “ennoblecido por los años de silencio e identificado imprudentemente con el señor Teste”.
Como dirá André Breton, en El surrealismo, su figura es la del ideal: “el hombre que, un buen día, se vuelve de espaldas a su obra, como si, una vez alcanzadas determinadas cumbres, esta rechazara en cierto modo a su creador”. Lo cual no deja de recordarnos a las “mañas del zorro” de Juan Rulfo. Y, nuevamente, Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño.
Pero una cosa es no publicar y otra muy diferente no escribir. Porque, siguiendo el modelo de los Cuadernos de Leonardo da Vinci, que le fascinan, Valéry va a iniciar una serie de cuadernos en los que llevará a cabo todo tipo de investigaciones y reflexiones, que en un principio no son más que abreviaturas, listas, guiones y frases interrumpidas, pero que irán hilándose y condensándose con el tiempo.
En dichos cuadernos habla de matemáticas, de física, de epistemología, de metafísica, y de cualquier tema que sea lo suficientemente abstracto, difícil y, por lo tanto, estimulante. En ellos, “su relación con el conocimiento se parece mucho a la exaltación mística”, y a su culto a Rimbaud se une el culto a los científicos.
Parece que Valéry quiera imponerse una disciplina científica, una ascesis intelectual para curarse de su sentimentalismo. Lo cierto es que “el amor, para Paul Valéry, es una herida siempre dispuesta a reabrirse; por ello, en los Cuadernos, lo denigrará durante años”. Como diría Marco Aurelio, en las Meditaciones: “La relación sexual es una fricción del intestino y eyaculación de un moquillo acompañada de cierta convulsión”.
Los cuadernos de Valéry son una especie de hypemnomata, al modo de esas mismas Meditaciones de Marco Aurelio (tal y como nos enseñó a leerlas Pierre Hadot en La ciudadela interior). En ellos, con ellos, a través de ellos, Valéry “intenta transformarse a sí mismo, más allá de un proyecto de obra. Los Cuadernos son el lugar de esta reinvención permanente”.
Según Jean-Louis Schefer, Valéry tuvo “la constancia, la paciencia y la humildad de ser todos los días, todas las mañanas, desde la primera taza de café, un adolescente que había sabido preservar la imprevisibilidad de una obra, es decir comenzar cada mañana el proyecto”.
En los Cuadernos, Valéry parece querer desarrollar un nuevo “arte de pensar”, una especie de Arithmetica universalis.
Su primera reforma será de corte lingüístico. Quiere luchar contra “la falta de precisión que según él desacredita casi toda la filosofía, tratar de redefinir las nociones con el rigor de un matemático se convierte en el trabajo primordial”. Para ello, pretende “hacerse un diccionario propio”. ¿Cómo?: “decapando a la vez la mirada y la lengua”.
8. Primeras y últimas prosas
En 1895, Valéry publicará su Introducción al método de Leonardo da Vinci, uno de sus textos más poderosos. Y en 1896, su Velada en casa del Señor Teste, que es una de sus obras más admiradas hasta nuestros días. Según le contará a André Gide, en una carta del 18 de mayo de 1896, la intención de esta obra es “inventar la historia de un tipo que piensa, puesto que nadie quiere ponerse a ello”.
De un lado, parece la exacerbación del mítico personaje de Auguste Dupin, el cerebral detective creado por Edgar Allan Poe. Del otro, no hay duda que influyó en muchas de las obras de Jorge Luis Borges, desde “Funes el memorioso” hasta “Pierre Menard, autor del Quijote”. El inicio es celebérrimo:
Sobre la influencia del Señor Teste en Borges, sobre la que seguramente se han escrito varias tesis doctorales, baste comparar el siguiente fragmento del Monsieur Teste, de Valéry:
Con este otro de “Funes el memorioso”, de Borges:
Nótese, a su vez, cómo en ambos casos el narrador es una especie de Dr. Watson fascinado por la inteligencia superior del protagonista. Cabe añadir que tanto Borges como Valéry mostraban una cierta tendencia (que unos considerarán muy inglesa, otros muy judía, y hasta es posible que en alguna otra parte del mundo haya quien la considere muy birmana o bostwanesa), hacia la autoderisión o autodenigración.
9. Primum vivere
En su “Prólogo” a Thèmes anglais de Mallarmé, Valéry dirá que:
Pues Valéry podría haberse incluido perfectamente en esa lista, porque su vida laboral nunca fue verdaderamente satisfactoria.
En 1896, Valéry pasa una temporada en Londres, donde se dedica a traducir artículos referentes a Sudáfrica. Admira de lejos a Cecil Rhodes, conocido como “el Napoleón del Cabo”, y sueña con irse a vivir a Sudáfrica para tener una vida llena de aventuras en el seno del imperio británico.
Valéry lo describe como un hombre de acción: “activo para actuar, embriagado por la acción pura como se embriaga uno por la ciencia pura, […] ardiente de esa pasión, de ese sorprendente derroche que solo se satisface al sentir que territorios inmensos cambian de forma en sus manos, los hombres circulan, luchan, se enriquecen en el círculo que un poderoso pensamiento les asigna, y realizan mediante el juego de sus instintos y de su naturaleza lo que el grandioso jugador ha previsto”.
Octavio Paz dijo en cierta ocasión que Rimbaud pasó de ser un excelente poeta a ser un pésimo aventurero. Rhodes, en cambio, es una especie de Rimbaud (léase ‘Rambo’). Por eso Valéry siente lo que Mark Cholodenko llamó “la tentación del recorrido Rimbaud”. Pero, como diría Cervantes, al final “fuese y no hubo nada”.
Finalmente, Valéry hallará un trabajo en las antípodas de aquel sueño. Se convertirá en lector por horas y secretario de un hombre rico e impedido por una enfermedad, llamado Édouard Lebey. En un principio aquel trabajo debía durar unos meses, pero Valéry acabará trabajando para Lebey durante casi veinte años. No sé si llamarlo Odisea, encierro o evocar el genial “Wakefield” de Hawthorne o la angustiante Misery de Stephen King.
Durante sus horas de servicio, Valéry leerá en voz alta una y otra vez los sermones de Bossuet y de Bourdaloue, cuyo clasicismo “marcarán profundamente la concepción valeriana de la frase, favoreciendo su evolución hacia el clasicismo”. No hay mal que por bien no venga.
10. Pecados políticos
Puede que una de las razones por las que Valéry haya sido olvidado sea su más bien triste trayectoria política. Su madre, de ideas conservadoras, lo educó en el desprecio hacia el pueblo y la democracia. Básicamente “como si la Revolución no hubiese existido”.
Vemos en él cierta demofobia antidemocrática, que no deja de recordarnos a aquella triste boutade de Borges, quien bromeó, en momentos más bien delicados: “Descreo de la democracia, ese curioso abuso de la estadística”.
Llama la atención el siguiente fragmento de un cuento, titulado “El Yalú”, que Valéry publicó en 1895. En él un letrado chino critica la democracia europea, si bien no es difícil encontrar los propios descreimientos del autor, y los de toda una tradición autoritaria que dura hasta nuestros días:
Por si esto no fuese suficiente, Paul Valéry se posicionará, en el caso Dreyfus, con los antisemitas, a los que acabará sumándose también su amigo André Gide. Nada que ver con su admirado Mallarmé, que apoyará a Dreyfus y a Zola.
La verdad es que, tal y como dice Benoît Peeters: “¿Cómo no sorprenderse al ver a Valéry, que lucha desde hace seis años contra los ídolos y las ideas vacías, aliarse con lo peor? ¿Por qué haber hecho suya la divisa de Leonardo da Vinci –Hostinato rigore, ‘con un rigor obstinado’- si es para unirse a los defensores de la verborrea nacionalista y de los insultos antisemitas?”.
Maurice Blanchot estudia la actitud de Valéry durante “el Caso” en “Los intelectuales en cuestión”. La postura de Valéry afectará para siempre a su reputación política. Pero no todo el olvido de Valéry puede reducirse a la cuestión política. De un lado, las posturas políticas de Borges, Céline, Chesterton, Mishima, Heidegger o Alain también fueron, por así decirlo, lamentables, y son autores que siguen leyéndose. Del otro lado, Valéry tampoco es un autor que haya sido especialmente reclamado por las comunidades interpretativas conservadoras o antidemocráticas.
11. La decadencia del silencio
Como decíamos, una cosa es que Valéry se pasase veinte años sin publicar, y otra muy diferente que dejase de escribir. Porque cada mañana, al alba, Valéry escribía durante varias horas esos misteriosos Cuadernos, que acabarán ocupando miles de páginas.
Pero la relación de Valéry con los Cuadernos es ambivalente. Por un lado, es cierto que busca el borrador, la inclusión, la intuición abandonada, tal y como le confesará en carta a su amigo Pierre Louÿs: “A nadie confío aquello en lo que he pensado todo el día. Acaba como notas informes en mis cuadernos. Pero ¿qué le voy a hacer? Me he acostumbrado a buscar sin objetivo, y algunas veces a encontrar sin hacer ruido”.
Y en el “Prefacio” a sus Analectas: “En suma, no he escrito todo esto sino para aplazarlo, para que no vuelva a pensar en ello hasta…, la vez próxima. Nada da más audacia a la pluma que aplazar al infinito la época de la escritura definitiva”.
Por el otro, Valéry “soñaba con poner en práctica todo ese material”. Pero no encuentra el momento, las fuerzas, las energías, la confianza… y al aproximarse a los cuarenta años, tiene la sensación de haberse estancado, un sentimiento de “decadencia intelectual”, de haber construido “inútiles andamios” y “máquinas complicadas” sin funciones claras. El “sistema” con el que soñaba no ha llegado.
No es extraño, pues, que Valéry se sienta cansado de sus Cuadernos: “Qué fatiga me causa este maldito archivo. Ideas, veleidades, rectificaciones, recaídas, remordimientos. Sería una obra hermosa, y que yo podría hacer, el describir una vida intelectual. Pero ¡qué me importan las obras! La era de los libros se aleja. Hay demasiados y este demasiados revela la vanidad de imprimir.” (Paul Valéry, carta a Jeannie Valéry).
No le ayuda, claro está, su complicada situación familiar: hijos pequeños, piso minúsculo, trabajo precario e insatisfactorio. Según afirma en sus Cuadernos:
Le falta, además, un interlocutor: “Vivir no es vivir sin objeciones, sin esa resistencia viva, esa presa, esa otra persona, adversario, resto individuado del mundo, obstáculo y sombra de mí: otro yo.” (Paul Valéry, carta a Fourment, 1903).
12. Valéry y Breton
Pero su silencio habla por él. El mito Valéry se erige en la mente de algunos jóvenes literatos, como el mito Rimbaud (y Mallarmé) lo había hechizado en su juventud. Será ese mito el que llame la atención de un joven André Breton.
Breton lo visitará de forma casi diaria, fascinado por aquel nuevo Rimbaud. Y aunque Valéry no se abrirá totalmente a la nueva cultura que Breton intentará mostrarle, le ofrecerá su amistad, abogará por él ante Gallimard, hasta conseguirle un trabajo en La Nouvelle Revue Française, donde deberá releerle en voz alta a Proust las pruebas de una parte de En busca del tiempo perdido.
Pero cuando Valéry publique, en 1917, tras veinte años de silencio editorial, La joven Parca, Breton se sentirá profundamente decepcionado. No tanto por el estilo neoclásico de dicha obra, como por haber roto su silencio rimbaudiano. A partir de ese momento, la distancia entre ambos escritores se irá haciendo cada vez mayor, hasta dar lugar a una ruptura total, en 1923.
Tanto es así, que cuando Breton publique, en 1924, el Manifiesto surrealista, en el que el célebre “La marquesa salió a las cinco” (con el que Valéry había pretendido caricaturizar y renunciar al género de la novela), le enviará un ejemplar con una irónica dedicatoria: “A Paul Valéry, 1871-1917”.
Tras la ruptura con Breton, Valéry no volverá a interesarse por la literatura joven.