Óscar Marcano: “En «Los inmateriales» la ciudad es una coartada para un viaje iniciático”

Detalle cubierta «Los inmateriales», Óscar Marcano. Editorial Pre-Textos, 2021

 
Después de trece años, el escritor y periodista, Óscar Marcano (La Guaira, Venezuela, 1958) vuelve de la mano de su novela Los inmateriales (Pre-Textos, 2021): el viaje iniciatico y transformador de un joven mochilero venezolano, desertor de la poesía e inmerso en el París transcultural de 1985. En diálogo con Pliego Suelto, nos cuenta el proceso estético de creación del libro, reflexiona sobre el concepto de bildungsroman, explica la filosofía de la plataforma cultural Prodavinci y nos revela los proyectos en que está trabajando. Marcano ha escrito también la novela Puntos de sutura (Seix Barral, 2007) y las colecciones de relatos Cuartel de invierno (Fundarte 1994, Alfaguara 2009) y Solo quiero que amanezca (Seix Barral, 2002).

Has publicado recientemente Los inmateriales. Una novela que te ha llevado tiempo hasta llegar a una versión definitiva. ¿Nos puedes contar cómo fue el proceso de escritura?

Si pudiera sintetizar el proceso de realización de Los inmateriales hablaría de dos períodos. Uno, donde la dejé correr a su aire y le permití todo: atmósferas, juegos, historias, personajes a granel.

Fotografía: Andrés Kerese

“Ella me gobernaba”, y yo me dejaba llevar, como si el tiempo no existiese. Como si trabajara deliberadamente para una obra inconclusa que no vería publicada en vida.

Hasta que experimenté una especie de sobresalto, de sacudón, que me hizo reparar en la realidad. Fue cuando hice el corte al segundo período: tomé el mando, apliqué criterios pragmáticos y comencé a editar, a potabilizar.

Más de 1200 folios se redujeron a quinientos, en la búsqueda de esa astilla de hielo en el corazón que, como decía Graham Greene, necesitamos para canibalizar la vida real.

El título es homónimo a una exposición presentada en la ciudad de París (en 1985), que fue comisariada por Jean-François Lyotard y Thierry Chaput. ¿Qué te llevó a tomar este referente como marco para tu novela?

La novela tuvo varios nombres a lo largo de los años. Para mí el título es importante, y puede ir cambiando mientras se construye la novela, dado que es el clavo que fijas a la pared para colgar tu work in progress.

Pero siempre hay un momento de epifanía, la anhelada parusía del creyente, donde las claves se revelan y en la que los elementos vitales destellan en el contexto para develar el big picture.

Immateriaux, 1985

Cuando descubro que Hugo, el pintor fallecido en 1933, estaba pintando desde el otro lado del espejo ese fresco que involucra al protagonista, a París y al resto del elenco, comprendí el peso de la inmaterialidad.

Fue ahí cuando entendí por qué al protagonista le resonaba tanto, sin haberla visto, el nombre de la expo de Lyotard en 1985, la cual anticipaba todo lo que hoy estamos experimentando tras el salto tecnológico.

Veía el título en los carteles de los postes, en las paredes, y le resonaba sin saber por qué. Hasta que entendió que la inmaterialidad no estaba asociada solo a la tecnología, sino que detrás de todo evento aparentemente azaroso o circunstancial había una causalidad que esparce su armazón para objetivarse.

La magia radica en aceptar el reto y entrar. Detrás de la obviedad causa-efecto, hay una poética que reclama. Así se impuso ese, su cuarto título.

La capital francesa no es solo un escenario sobre el que discurre la vida de los personajes, sino que asume un papel casi protagonista. ¿Por qué te interesaste por situar la narración en esta ciudad?

Porque ahí sucedieron los hechos. Ahí experimentó el “hablante básico” su transformación.

Tal como suele ocurrir: en el lugar que menos nos llama la atención. La ciudad de la que desconfiaba por considerarla sobrevalorada, idealizada por la historia de la cultura, le genera ese estado criminal de introspección que lo lleva a contactar con la parte más antigua de sí mismo. Al punto que no lo califica de monólogo, sino de diálogo interior.

En esa ciudad advierte las claves: el blanco hueso de la arquitectura le habla, el ruido del metro al frenar, el aroma a mantequilla al horno de las boulangeries. Sus itinerarios de flâneur le insuflan la emoción necesaria y lo llevan a comulgar con lo que inconscientemente buscaba.

Pero es claro que la ciudad, convertida en personaje, es una coartada para ese viaje iniciático.

Desde el inicio del libro adviertes al lector que estamos frente a una novela de aprendizaje (un bildungsroman). ¿Qué busca aprender el protagonista?

La vida entera es un bildungsroman. Estamos aprendiendo hasta el momento mismo de nuestra muerte. Recuerda que vivir es arder en preguntas, Artaud dixit. Hay incluso quienes aseveran que a eso vinimos.

Y el protagonista es un joven que, como todo ser humano, busca y busca sin saber a ciencia cierta qué. Sin embargo, está tomado por realidades puntuales: viene de fracasar en la poesía. La ha abandonado al descubrir que no cumple los requisitos que su carácter sagrado exige.

Antonin Artaud, 1896-1948

En consecuencia, ha preferido ser un desertor a un farsante. Sabe que su destino está atado de algún modo a la literatura, pero no tiene idea de cómo. Es cuando se descubre tomando notas de las historias que escucha en la barra del Mogador. El hecho es que está saltando a la narrativa sin saberlo. Igualmente, es Mirabelle, la niña muda, quien en representación de lo femenino lo toma de la mano y lo conduce a la palabra.

Luego está la lectura de las anécdotas aparentemente fortuitas, que terminan de perfilarlo. Cierra el hallazgo del manuscrito, tras cuyo autor emprenderá una búsqueda cuasi policial. Toda esa trama de hechos y personajes conforman su camino de Santiago.

Dejando de lado la novela, junto a Ángel Alayón, diriges el espacio de pensamiento y debate Prodavinci. ¿Nos puedes explicar en qué consiste?

Prodavinci es un sueño que poco a poco se va materializando. Un proyecto de periodismo independiente, nativo digital, que trata de responder a los más altos estándares internacionales en un país bombardeado en alfombra. Una propuesta de periodismo analítico y de ideas, donde se cruzan las ciencias sociales con la literatura.

Lo hacemos con gran esfuerzo, pero también con gran pasión. Un equipo de jóvenes talentosos, desprendidos y comprometidos con la ética y la innovación nos acompañan.

Trabajamos con dinámica de taller, desde el storytelling hasta el periodismo de datos, y ponemos nuestro énfasis en Políticas Públicas, Cultura y Ambiente.

¿En qué otros proyectos te encuentras inmerso actualmente?

Estoy por entregar dos nuevos volúmenes. Un libro de relatos con el regusto de mi anterior Solo quiero que amanezca, y una nueva novela. Pulgas amaestradas es su título. Está anclada en la actual realidad venezolana, y en la caída y destrucción de su tejido social, ciudadano y democrático, por parte de un gang que llegó con un mensaje de redención y terminó secuestrando el Estado para sus propios intereses.

Como dice uno de sus personajes: “El esclavo no quería ser libre. Quería ser amo”. Tiene un aire “repentista”, como suele decirse ahora. Su protagonista es un personaje noir. Un periodista que experimenta la hamartía del drama clásico antiguo en la Caracas de la segunda década del siglo XXI, pierde a su joven esposa embarazada y a su hija nonata en un secuestro exprés.

A partir de entonces experimenta la consecuente transformación: una anagnórisis que nada tiene que ver con la de Edipo.
 

Sobre el autor
(Salon de Provence, 1986). Aunque nacida en Francia, España es, sin lugar a dudas, su país de adopción. De hecho, se especializó en literatura española y, concretamente, cursa un doctorado sobre dramaturgia contemporánea. Es co-directora de la Revista de Investigación Teatral Anagnórisis. Y, a pesar de la crisis, también co-dirige la Editorial Anagnórisis, sello digital especializado en teatro y estudios humanísticos.
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