Esta es la segunda entrega de nuestra serie de lecturas sobre la filosofía y del pensamiento político. Nuestra colaboradora Àger Pérez Casanovas analiza el concepto de tiempo, según la percepción de pensadores como Walter Benjamin, Gershom Scholem, Jacques Rancière, Pat Mainardi o Judith Butler.
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Kairós tou poiesai a Kyrio (‘es tiempo para que el Señor actúe’). Esta fórmula, que abre el tiempo sagrado, kairos, en la divina liturgia, designa también lo que tradicionalmente hemos considerado el tiempo político.
El tiempo para que lo político suceda, esos son los momentos verdaderamente significativos, los que quedan escritos en la historia. Pero ¿qué ocurre con los otros tiempos? ¿Acaso no son políticos de un modo efectivo y muy real?
El archipiélago de lecturas que dibujaremos nos ayudará a acercarnos a lo político desde el reparto de los tiempos.
Si bien la filosofía política contemporánea ha tendido a regresar a un mesianismo secularizado, nuestra propuesta es ampliar el foco hacia aquellos tiempos que quedan ocultos y silenciosos, tiempos que no cuentan o que quedan en suspenso. Son aquellos que quedan fuera de kairos, evaporados como menos que momentos o fagocitados por la cotidianidad.
Descubrir estos tiempos significa enaltecer el día a día como un registro espacio-temporal político, correr las cortinas de los dormitorios y las cocinas, y exhumar esas vidas que no merecen ser vividas ni recordadas.
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A lo largo del siglo pasado, el tiempo político se ha pensado desde un paradigma del evento (kairológico). Es decir, los acontecimientos políticos ocurren en momentos especiales cualitativamente marcados y que son instantes que constituyen la marcha hacia una redención teológica –es esta la concepción del tiempo-ahora (Jetztzeit) de Walter Benjamin en su Tesis sobre el concepto de historia.
Como Scholem, Benjamin defiende un mesianismo judío secularizado que entiende «la salvación como un proceso que tiene lugar públicamente ante los ojos de todos en el escenario de la historia y está mediado por la comunidad» (Scholem, Conceptos básicos del judaísmo).
Aunque a lo mejor Benjamin sea el filósofo mesiánico más renombrado, es parte de un largo linaje.
Como muestra Mar Rosàs en su panorámica Mesianismo en la filosofía contemporánea: de Benjamin a Derrida (Herder, 2016), la filosofía política continental desde Levinas y Derrida, hasta Badiou y Agamben, ha desarrollado un discurso sobre el encuentro, el evento, el instante, el shock y la interrupción que favorece este instante marcado como el tiempo propio de lo político, frente a la cotidianidad de un flujo homogéneo cotidiano y, en el fondo, insignificante.
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Cabe preguntarse qué implica esta distribución del tiempo entre el tiempo histórico, político y representativo de una colectividad y una esfera pública; y el tiempo cotidiano, ordinario y, sobretodo, íntimo, que es apolítico.
Es esta división la que cuestiona Jacques Rancière en una de sus primeras obras, La noche de los proletarios: archivos del sueño obrero (Fayard, 1981). Hay una división de temporalidades, una distribución de tiempos que fija el orden de los roles y los espacios que habitamos: el obrero habita el tiempo del trabajo y la productividad, y eso es lo que “cuenta” socialmente, lo que se le reconoce como la actividad a la que debe dedicar su tiempo.
Investigando los archivos y los escritos de los obreros franceses del siglo XIX, Rancière desvela otra temporalidad que no es la del ritmo de trabajo: en su tiempo de ocio los obreros escriben – epistolarios, poesía– y ocupan así un rol que no les corresponde.
La exigencia de un tiempo íntimo propio y descansado se siente también en el punzante manifiesto El movimiento de las ocho horas (1865), del maquinista norteamericano Ira Stewart –¡qué diferencia entre llegar a casa exhausto y de noche, y regresar suficientemente sosegado como para decidir sobre los hábitos diarios y los propios pensamientos!
Este empleo del tiempo íntimo es, para Rancière, un acto político y, aún más, emancipatorio.
Las máquinas del tiempo del día a día –la productividad de la oficina, la formación de la escuela– devienen lugares espacio-temporales políticos y lugares de emancipación, cuando nosotros imponemos en ellos nuestro propio “orden del día”. La creación de nuevos regímenes del tiempo es un acto político.
Como suele pasar, la poesía le llevaba aquí la delantera a la filosofía, y ya en 1935 Carlos Bulosan percibía la significación política del tiempo cotidiano en Ciudad fábrica (1935):
esos fueron los años en los que a las cuatro en punto el silbato
los llamaba al trabajo, y luego se apresuraban de vuelta
a casa, llenos de fatiga y hambre y amor
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En los años cincuenta, la Generación Beat tomaba el relieve y daba un segundo paso, corriendo las cortinas de los espacios de descanso y placer, de los rincones improductivos y de los tiempos perdidos. Su emancipación política consistió en hacer de los asuntos de los dormitorios, las cocinas y la carretera un sujeto digno de ser poetizado. En Howl (1955-1956), Allen Ginsberg aullaba:
Los asuntos íntimos, domésticos, las conversaciones para pasar el rato en la taberna, entraban así en lo poético y lo literario, y a la vez en la esfera pública y política. Hay en esta redistribución de tiempos un potencial oculto: pues ¿no es acaso lo doméstico, lo íntimo y los tiempos privados del dormitorio y la cocina, lo femenino por antonomasia?
Repensar el tiempo fuera de la productividad del trabajo reconocido como político abre las puertas a politizar otras ocupaciones del tiempo: las tareas del hogar.
Así, en 1970, en plena segunda ola feminista, Pat Mainardi publicaba La política de las tareas del hogar (ThePolitics of Housework, Redstockings, 1970) reafirmando el carácter político de la falta de reconocimiento del tiempo que dedicaban, principalmente mujeres, a cargas de trabajo doméstico.
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Finalmente, después de enaltecer los tiempos cotidianos, y politizar hogares, cuidados (y también placeres), cabe cuestionar el valor político de un tercer tipo de tiempos. Se trata de los tiempos ocultos de aquellos que habitan en sufrimiento o en suspenso.
Son estas vidas las que Judith Butler remueve en Vida precaria: el poder del duelo y la violencia (2004), analizando la significación política de aquellos presos pseudo-reconocidos que se encuentran en una situación de detención indefinida.
Butler se pregunta ¿qué valor le damos a una vida que ponemos en suspenso, y qué significa políticamente este dejar fuera de juego, en tiempo muerto? Otras vidas cuyo largo sufrimiento en el tiempo y por motivos políticos han sido silenciadas son más difíciles de exhumar.
El testimonio borrado, la memoria, y la voz perdida de los muertos a veces rehúye el ensayo filosófico.
Por eso, terminamos este recorrido con una invitación literaria: Actos Humanos (2014), de Han Kang. Se trata de voces de una herida del pasado –originada en la masacre de la ciudad surcoreana de Gwangju de 1980, y que no cicatriza– desde una prosa que habita la violencia del tiempo con aplacamiento, sosiego y densidad.