Entrevistamos al escritor Alberto Torres Blandina (Valencia, 1976), quien nos habla de Después de nunca (Aristas Martínez, 2019). Su última novela sucede en una esfera espacio-temporal donde el fin del mundo ya ha ocurrido, y nadie se ha dado cuenta, mientras un virus se expandía por la Tierra. Después de nunca es la última entrega de una suerte de trilogía distópica, iniciada por Con el frío (Aristas Martínez, 2015) y seguida por Contra los lobos (Aristas Martínez, 2016). Torres Blandina habla sin tapujos de la época en que vivimos, de un mundo hiperconectado y paradójicamente incomunicado, de la distorsión interesada de la realidad, de las fake news, del miedo como forma de control, del coronavirus, la telebasura, el neoliberalismo y la ultraderecha, los terraplanistas y Trump. En la entrevista también se refiere a Los cementerios vacíos (La Moderna, 2019), otro libro suyo más personal, y a su confinamiento literario en Corea, donde comenzó el proyecto en que trabaja actualmente.
En los tiempos que corren, tu distopía no parece tan descabellada. Nos encontramos con una pareja de detectives capaces de inventarse noticias falsas para que la realidad sea más llevadera…
El punto de partida de la novela es que ya ha sido el fin del mundo y nadie se ha dado cuenta porque estábamos demasiado ocupados.
Como el rabo de una lagartija moviéndose tras ser cortado o una gallina corriendo sin cabeza, la humanidad continúa adelante a pesar de su final.
Es una idea que parece simple, pero que más allá de la apariencia de chiste me parece importante por sus implicaciones. Tras el fin, la realidad empieza a enrarecerse, pero todos aceptan con normalidad lo insólito.
Las fake news son una cuestión recurrente en toda la trilogía…
Las fake news, las conspiranoias, las paranoias colectivas se convierten en lo común. La Verdad pierde consistencia, pero seguimos cumpliendo horarios y plazos, insertos en nuestras rutinas y agobios.
Con todo esto quiero señalar muchos de los problemas del mundo capitalista actual. Desde las burbujas de realidad que están creando las redes sociales y los medios partidistas, más interesados en dar la razón que en analizar los datos; hasta la falta de tiempo para detenerse a pensar con cierta profundidad, lo que nos convierte en irresponsables empuñando banderas y repitiendo lemas simples que nos salvan de tener ideas propias.
Un mundo cada vez más fanatizado y polarizado.
La novela también describe una serie de desviaciones que ponen de manifiesto que “no fuimos capaces de adaptarnos”. Esta frase resuena más que nunca en esta carrera contra el coronavirus…
Creo que el nuevo mundo empezó el 11 de septiembre de 2001, cuando asistimos en directo a una pequeña desviación de lo posible. Lo increíble sucedió. La ficción se coló en la realidad y asistimos al choque de los aviones contra las torres gemelas como quien ve una película.
Desde entonces todo se ha ido volviendo muy loco, lentamente. Pero a nadie parece llamarle excesivamente la atención. Estamos demasiado ocupados pagando la hipoteca y yendo a terapia. Ahora mismo nos vemos confinados en casa por un virus global, algo que un mes antes no hubiésemos creído.
Observo a mi alrededor y no es creíble que un payaso machista y racista de color naranja como Trump gobierne Estados Unidos, que los terraplanistas hagan congresos multitudinarios, que el clima se haya vuelto loco y una niña asperger lidere la revolución verde, que un ser anacrónico y casposo como Abascal salga a caballo para salvar España (igual que Don Pelayo o El Cid Campeador) y la gente lo vea como normal y le vote.
Me parece interesante observar el mundo actual desde lo que propone mi novela: que todo acabó ya y esto es solo un epílogo cada vez menos consistente y creíble.
Muchos lectores me han escrito diciéndome esto mismo, que todo lo que ocurre (sobre todo después del virus, que también sale en mi novela, por cierto) se parece demasiado a lo que yo escribí.
Abascal como sueño ridículo de los patriotas nostálgicos de las dictaduras paternalistas. Trump como la encarnación de los males del capitalismo: el neoliberalismo prepotente hecho carne. Greta sería la precipitación en un cuerpo de niña de la izquierda asperger, incapaz de conectar emocionalmente…
Mi novela plantea una nueva realidad como concreción de los sueños y deseos de la gente que no está nada lejos del mundo actual. Da miedo pensar el mundo desde mi texto.
Por otro lado, el fin del mundo será casposo o no será. Porque la realidad es siempre cutre, con poca épica.
El apocalipsis será retransmitido por Ferreras en La Sexta y contraprogramado por Sálvame o Gran Hermano. También será aprovechado por la oposición para meter mierda. Aunque estemos a punto de morir, todos aprovecharán. Habrá memes graciosos sobre el fin del mundo que compartiremos en grupos de whatsapp. Y estoy seguro de que nos pillará en mal momento: estresados por cumplir plazos del trabajo y yo qué sé qué.
Es de ese apocalipsis costumbrista, sin ninguna épica, del que quería hablar en la novela. Un mundo en el que hasta los sueños se nos han quedado cutres y estereotipados.
Creo que esa es una de las reflexiones de la novela: ni siquiera sabemos soñar con cierto glamour. Los sueños de la humanidad se hacen realidad y dan verdadera penita…
¿Tenías claro desde un inicio cómo querías terminar la trilogía o la idea fue mutando conforme avanzaba la escritura?
Tenía bastante claro el esquema global desde el principio. La idea era escribir tres novelas totalmente diferentes en estructura, narrador, tono y género que pudiesen leerse por separado, pero que juntas alumbrasen una historia mayor.
Al mismo tiempo quería proponer un lugar marginal, pero elocuente, desde el que observar el mundo que nos rodea. Es importante mirar la realidad desde lugares menos habituales para ver cosas que normalmente no vemos.
Además de capítulos más al uso, donde se van desgranando los elementos de la trama, en la novela aparecen pequeños interludios, de una página máximo, que parecen funcionar como un mantra de lo que va sucediendo en el universo. ¿Cómo te planteaste la estructura del libro?
Después de nunca funciona con la estructura de una novela policíaca: resolución del misterio + historia personal del investigador + relato aparentemente independiente, que solo al final entendemos cómo se relaciona con la trama principal.
Pero la verdad es que me interesa más bien poco el género policíaco. Solo uso este género, como utilicé el terror o la distopía en las anteriores novelas, para analizar nuestra sociedad presente. Algo similar a lo que hace Black Mirror, por citar un referente mainstream.
En el mismo momento del lanzamiento de Después de nunca publicaste Los cementerios vacíos. Un libro que se ancla profundamente en la realidad, con la narración de una cuestión personal e íntima. ¿Se puede decir que con esta publicación pretendes dar un giro en tu escritura?
No me gusta repetirme, necesito probar nuevas cosas, trabajar en cierto desequilibrio para que mi obra tenga músculo y concentración.
Tras estas novelas un tanto weird en las que utilizo lo fantástico para desenmascarar lo real, me apeteció trabajar con la realidad sin filtros. O con los menos filtros posibles, pues la sola escritura ya es un filtro.
Tiene su lógica. Al acabar Después de Nunca tuve claro que vivimos en un mundo de mentiras y fake news. Pensé que mi siguiente indagación debía ser buscando lo real. En las pequeñas historias de la gente. Las historias que ni siquiera sabes cómo contar porque carecen de misterio, épica o enseñanzas, como quieren la mayoría de los lectores. Y para ello empecé con mis historias.
Los cementerios vacíos es un texto directo, desgarrador y tan sincero que incomoda. En él cuento un drama personal sin concesiones con lo que debe ser el decoro o la literatura. Es pura víscera mezclada con papeles médicos y farmacéuticos reales. Una escritura dolorosa sobre la asepsia fría de la prosa clínica.
También has estado en una residencia de escritores en Corea del Sur para preparar otro libro. ¿Qué se siente al estar aislado y dedicarse exclusivamente al oficio de escribir?. ¿Puedes avanzarnos algo de ese libro?
El libro que estuve escribiendo en Corea es un compendio de historias mínimas de personas de todo el mundo. Tengo en estos momentos cuarenta países, pero quiero tomármelo con calma y llegar hasta los sesenta o setenta para que el abanico sea amplio. Es un proyecto fascinante que me está enseñando muchas cosas. Principalmente, que la diferencia es insignificante sea cual sea la edad, género, raza, cultura, religión… Las historias importantes de nuestras vidas son casi idénticas en los cinco continentes si cambiamos la ropa y el idioma.
Respecto a mi estancia en la residencia Toji de Corea, allí tuve la oportunidad de dedicar todo mi tiempo a la escritura durante dos meses y medio en un lugar tranquilo y precioso.
Fue duro estar tan aislado, en medio de la montaña, pero me centré muchísimo en el libro. De otra forma habría sido imposible. El ritmo de mi vida (trabajo como profesor) no me permite escribir tantas horas. Tampoco el ritmo de mi cerebro, siempre preocupado por mil cosas…