El Director. Secretos e intrigas de la prensa narrados por el exdirector de El Mundo (Libros del KO, 2019), de David Jiménez (Barcelona, 1971), ha abierto un gran debate sobre el statu quo del periodismo en España y sus nexos con la corrupción política y financiera. Pliego Suelto conversa con el autor sobre el polémico libro, la censura, la precariedad laboral en la prensa y de sus nuevos proyectos, entre ellos, la producción de la serie El Director a través de la plataforma Fremantle. Jiménez ha escrito también El lugar más feliz del mundo (Kailas, 2013), El botones de Kabul (La Esfera de los Libros, 2010) y Hijos del monzón (Kailas, 2007).
Una amplia trayectoria profesional como la tuya (desde becario hasta director de El Mundo, pasando por la corresponsalía en Asia) implica desarrollar un “sexto sentido” periodístico. ¿Cómo observas el panorama actual de los medios en España?
Me entristece ver que apenas hay salidas dignas para los que empiezan.
La mayoría de los medios del país viven de acuerdos inmorales con empresas, cuando no del chantaje de ofrecer coberturas amables a cambio de publicidad.
En provincias es casi imposible hacer nada parecido a periodismo, porque todo está subvencionado.
La opción de marcharse de corresponsal, como hice yo, es muy difícil porque se pagan miserias incluso a quienes se juegan la vida en un conflicto.
Pero en medio de una situación deprimente, nos encontramos con un mundo nuevo que surge con proyectos que se van abriendo paso entre el fango. Veo poca esperanza en los medios tradicionales y una luz al final del túnel en los nuevos proyectos que surgen de gente que siente una gran pasión por el periodismo.
El Director está dedicado “a los futuros periodistas”. ¿Qué esperas de ellos, teniendo en cuenta la cronificación de la precariedad laboral en la prensa? ¿Qué iniciativas novedosas y proyectos independientes destacarías en el ámbito nacional?
Voy mucho a las universidades, incluso ahora que apenas tengo tiempo. Una de las mejores cosas que han pasado con El Director es la manera en la que ha inspirado a esos futuros periodistas. Podrían haberse deprimido al leer lo que se cuenta, pero ha ocurrido al contrario: lo han tomado como una llamada a recuperar el oficio. Me llegan currículos todas las semanas de periodistas. “Para cuando montes El Normal”, me dicen, en referencia a ese diario idealista que varios prometimos fundar en una chocolatería de Madrid.
El optimismo que me queda sobre la profesión en España me viene de las facultades, porque creo que hay gente muy preparada y con ganas.
También se están haciendo grandes cosas fuera de los medios tradicionales. Ahí está 5W, que solo hace periodismo internacional en profundidad, y hoy es un medio modesto, pero rentable. Soy suscriptor, porque si no apoyamos a quienes apuestan por la calidad, entonces ganan los manipuladores, los que se gritan en tertulias y chantajean con la información.
En El Director… recreas la memoria y la intrahistoria del periodismo español contemporáneo. ¿Qué opinas de las reacciones, en el ámbito periodístico y político, que ha suscitado su publicación?
El libro recibió muchas críticas cuando aún no había salido y muchas vinieron de periodistas que admitían no haberlo leído. Es difícil encontrar mejor ejemplo del estado del oficio.
Me ha fascinado ver cómo el establishment periodístico, económico y político reaccionaba a la publicación de El Director tal como se les describe en el libro. Medios que lo han censurado, sedes de grandes corporaciones del IBEX que han vetado su presentación… Y realmente, nada de ello importa. Viven en 1986, cuando podían decidir qué leía la gente.
Quizá la mayor contradicción, previsible, es que los intentos de desprestigiar al libro y a su autor solo ayudaron a empujarlo.
En el capítulo «Los Acuerdos» sostienes: “El sistema estaba perfectamente engrasado […] El poder económico protegía al poder político, el poder político protegía al poder económico. La prensa protegía al poder económico…”. ¿Qué debates éticos te ha planteado constatar in situ esta realidad?
Hay una escena en el libro donde el presidente de la empresa, que lleva días tratando de impedir la publicación de una información negativa sobre Cesar Alierta, señala a la redacción y dice: “Piensa en ellos, hay decisiones que cuestan puestos de trabajo”.
El pasaje define las encrucijadas morales de un director. Quieres hacer periodismo independiente y tu propia empresa te dice que si lo haces serás el responsable de la defunción del diario.
Por eso digo que estaba más a gusto en Afganistán que en el despacho de director. En las coberturas como corresponsal solo era responsable de mí mismo.
¿Podríamos decir que «Los Acuerdos» representan la rendición o capitulación de un sector periodístico frente al poder y sus redes de corrupción, ya que en países con larga tradición de libertad de prensa estos tratos resultan inaceptables y en España no?
Se enfadan mis colegas españoles cuando digo que tenemos la peor prensa entre las democracias liberales. Pero es verdad.
En España el periodismo ha normalizado lo que en otros lugares sería un escándalo.
La falta de rigor, las ataduras con la política y la empresa, el sectarismo informativo, la manera en la que la información se ha convertido en espectáculo y entretenimiento. Estos son problemas que existen en otras democracias, pero no conozco ninguna donde la decadencia sea tan pronunciada como aquí.
Parafraseando al título de una entrada de tu blog: ¿estamos ante “El triunfo de los mediocres”?
Con el talento expulsado de un diario como El Mundo en los últimos años se podría hacer el mejor diario de España.
La prensa ha emulado a la política en su rechazo a la excelencia. A menudo sobreviven los que dedican más tiempo a la conspiración, la intriga y las relaciones. Mientras, quienes solo se ocupan de trabajar y tratar de mejorar el producto, quedan desprotegidos y son los primeros en caer.
“El triunfo de los mediocres” explicaba el fenómeno desde la educación, porque es ahí donde empieza todo. En la escuela son los gamberros y los faltones los guays. El que se esfuerza, se porta bien y saca buenas notas es el pringao o empollón.
Esto, que tenemos tan asumido, es justo al revés en sistemas como el estadounidense o el británico. Tienen otros problemas, sin duda, pero el fomento de la mediocridad no está entre ellos.
En el capítulo «El lector cabreado» te preguntas: “¿Cuándo había empezado a joderse el periodismo?”…
Los periodistas han perdido el poder en las redacciones en favor de directivos que no saben de periodismo y, además, no les importa.
Yo entiendo la necesidad de rentabilidad de un medio de comunicación, pero cuando tienes un diario, una radio o una TV no vendes lavadoras, sino noticias que sirven para que los ciudadanos se formen una opinión y tomen decisiones. Por eso es importante que esa información les llegue limpia de intereses. Pero hoy no es el caso.
En el libro existe también una vocación autocrítica y de explicar la condición humana del periodista, su función social y sus riesgos (reporteros muertos, secuestrados, despedidos o ninguneados). ¿Consideras que hoy más que nunca es necesario llevar a la práctica el modelo que proponías: “periodismo más riguroso, ético e independiente”?
Pero es que sin esos elementos no es periodismo. Pasa a ser propaganda, militancia, relaciones públicas.
La crítica que más me sorprende de El Director es cuando un veterano dice: “Pues vaya, por supuesto que las cosas están podridas. Qué se esperaba este”.
Hemos llegado a un punto en el que contar la verdad es un acto de coraje, cuando es la esencia de nuestro trabajo y debería ser lo normal. Vamos, como el médico tratando de salvar vidas o el abogado defender a su cliente en un juicio.
El oficio ha caído en un cinismo desmoralizante y autodestructivo. El periodismo necesita idealistas que crean en la misión de la verdad.
En 2014, obtuviste la beca Nieman de la Universidad de Harvard. ¿Qué tal fue la experiencia allí y los proyectos en el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts sobre los desafíos digitales de la prensa?
Me di cuenta de lo retrasada que estaba la prensa en España. Cuando en EEUU se había enterrado el debate entre papel y digital, aquí estábamos bloqueados pensando qué hacer.
Allí han entendido que la tecnología, la innovación y el cambio no son enemigos del periodismo, sino sus aliados. Pero sobre todo entendieron que la esencia del oficio no podía cambiar y que en mitad de la mayor oferta informativa de la historia, la calidad, el rigor y la ética decidirían a los triunfadores de la nueva era.
Aquí se tomó el camino contrario y se está pagando.
¿Tu próximo libro se orientará al reporterismo literario como El lugar más feliz del mundo o a la literatura de viajes como Hijos del monzón? ¿O apuntas a una historia de ficción, como tu novela El botones de Kabul?
Ficción o no ficción, ambos sirven para contar la verdad.
No sé escribir despegado de la realidad, y mis próximos libros, que ya se están cocinando, buscarán contarla.
¿Puedes ampliarnos en qué proyectos estás trabajando de cara a 2020?
Preparo un podcast de entrevistas que saldrá en mayo. Sigo escribiendo mis columnas para The New York Times y con mis participaciones en RTVE. Entregaré mi próximo libro antes de que acabe el año. Y hemos iniciado la producción de la serie de TV sobre El Director…
Es curioso: todo el mundo me decía que si publicaba el libro estaba muerto profesionalmente y que nadie me volvería a dar trabajo. Ha ocurrido lo contrario: desde agosto rechazo proyectos todos los meses por falta de tiempo.
Como me decía un amigo periodista: “Has sobrevivido a la verdad”.