Esta es la segunda entrega de la serie escrita por nuestro colaborador Bernat Castany a partir del ensayo Nuestra mente nos engaña: Sesgos y errores cognitivos que todos cometemos (Shackleton, 2019) de la catedrática de Psicología Experimental Helena Matute. Castany, a partir de una lectura atenta y abierta del libro de Matute, organiza esta entrega en dos grandes bloques-reflexiones “Los sueños de la razón moderna producen monstruos” y “De la utilidad e inutilidad del error para la vida”.
#2 Los sueños de la razón moderna producen monstruos
Gracias al giro copernicano presentado por Matute, y defendido por Nietzsche, podemos comprender mejor algunas de las principales críticas que tanto Nietzsche como luego la posmodernidad realizaron contra la modernidad, que, tras la propuesta humanística, de corte escéptico, relativista y razonabilista, se metió en el callejón sin salida del dogmatismo racionalista y universalista.
Según estudia Stephen Toulmin en su imprescindible Cosmópolis. El trasfondo de la modernidad, los tres sueños modernos (formar un método racional, una lengua exacta y una ciencia unificada) se unían en el gran sueño de purificar las operaciones de la razón humana descontextualizándolas, esto es: divorciándolas de situaciones históricas y culturales concretas.
Esos sueños modernos (de los que surgirían monstruos) no dejan de ser una versión elaborada de los viejos sueños cognitivos de percibir la realidad con total precisión, recordar el pasado de forma exacta y razonar de forma infalible. Pero, por lo que pudimos ver en la entrega anterior, desde un punto de vista adaptativo, esos sueños, ni son posibles, ni son deseables.
Al parecer, todo sueño encierra un deseo, y todo deseo un pecado de hybris. De ahí dictum de Goethe que nos insta a tener cuidado con lo que deseamos, porque podría llegar a hacerse realidad.
Este será uno de los temas fundamentales de la obra de Borges, y también de la posmodernidad (ya que la posmodernidad no deja de ser un desarrollo innecesario de la obra de Borges). En relatos como “Funes el memorioso”, donde la percepción y la memoria del protagonista le impiden pensar, y vivir. En “El Aleph”, donde el exceso de percepciones es inasumible, cognitiva y existencialmente, por el protagonista. O en “La muerte y la brújula”, donde el detective fríamente racional fracasa frente al intuitivo.
La obra de Borges (quien, en su juventud, afirmó estar sentado a la derecha de Nietzsche, aunque luego no volviese a citarlo, por haber quedado su nombre unido al del fascismo y el antisemitismo) es, en buena medida, un ejercicio de reconciliación con los límites existenciales y cognoscitivos.
En esa misma línea apunta un libro como Nuestra mente nos engaña, donde se recomienda asumir que el conocimiento no puede, ni debe, ser perfecto, por lo menos “perfecto” en términos modernos, o tecnocientíficos, sino que debe ser efectivo, esto es: apto para la supervivencia.
Razón por la cual debemos aceptar el conocimiento tal cual es, porque sus limitaciones, que suelen adoptar la forma de errores, tienen un sentido. Pero, para comprender mejor este aspecto, sería bueno esbozar a continuación una pequeña filosofía del error.
#3 De la utilidad e inutilidad del error para la vida
Decíamos que nuestra mente no aspira a ser perfecta en el sentido tecnocientífico, sino solamente en un sentido adaptativo, que es el de sobrevivir en un mundo incierto y cambiante, para lo cual necesitamos una herramienta flexible, que contemple e incluya la incertidumbre.
El precio de esa adaptabilidad son los errores. De ahí que tengamos que pensar en ellos, para realizar un ejercicio de reconciliación con nuestro sistema cognitivo real.
Matute distingue en su ensayo, para empezar, dos tipos de errores:
De un lado, estarían los errores aleatorios, que son casuales e imprevisibles, por ser relativos a las situaciones y a las personas, y, por lo tanto, no son susceptibles de ser estudiados de forma científica.
Del otro lado, estarían los sesgos cognitivos1, que son el resultado de esa estructura cognitiva perfectamente diseñada por millones de años de evolución para sobrevivir, y que, por seguir unas pautas muy concretas, se repiten y se pueden estudiar.
Aunque decíamos que los errores aleatorios no son susceptibles de ser estudiados científicamente, su impacto sobre los procesos de toma de decisiones ha sido estudiado, entre otros, por dos autores como Daniel Kahneman y Amos Tvsersky2.
Según nos dice Matute, el “ruido” en la toma de decisiones se produce cuando un conjunto de personas no coincide en sus estimaciones acerca de un hecho o una decisión. O, incluso, cuando una misma persona realiza estimaciones diferentes en momentos temporales distintos, siendo, en la mayor parte de las ocasiones, inconscientes de la divergencia. Lo que sucede, según Matute, es que:
A no ser que tengamos un protocolo muy claro que seguir, factores aparentemente irrelevantes tales como el hambre, el cansancio, el tiempo atmosférico, el trabajo acumulado, el humor con que nos hayamos levantado ese día o el ruido ambiental en un momento dado influyen enormemente en nuestras estimaciones. [Helena Matute]
Esta cuestión es esencial porque refuta uno de los dogmas fundamentales de la economía, que considera que el ser humano toma siempre decisiones de forma racional barajando intereses y pérdidas. Y demuestra que “muchas de las decisiones que la economía suponía que debían tomarse de manera racional las tomamos de forma bastante irracional y sesgada”.
Lo cual no solo ha supuesto una revolución en la “economía conductual” o “economía del comportamiento” (la ciencia que estudia la conducta humana y la toma de decisiones en relación con la economía), puesto que se trata de “un punto de partida más realista y con mayor poder predictivo”, sino también porque esta perspectiva niega el pilar fundamental del neoliberalismo, mostrando la necesidad de una mayor regulación del mundo económico.
En lo que respecta a los “sesgos cognitivos”, cabe preguntarse, para empezar, por qué llamamos “errores” o “sesgos” a un tipo de estrategias cognitivas que son beneficiosas para nosotros.
La cuestión es que, desde el punto de vista de “la verdad”, estas estrategias deforman la realidad, si bien desde el punto de vista de “la supervivencia”, estas estrategias son beneficiosas.
Por si esto no fuese suficiente, este tipo de “errores” pueden resultar, como hemos dicho, adaptativos, o beneficiosos para la supervivencia, entonces los llamamos “heurísticos”. Aunque, en otras ocasiones, pueden resultar verdaderamente perjudiciales, llevándonos a cometer errores fatales, entonces los llamamos “sesgos cognitivos”.
Los “heurísticos” (de heuriskein, ‘hallar’, ‘inventar’, de donde eureka y también heurística, que designa un conjunto de reglas de conocimiento o de descubrimiento) serían “atajos del pensamiento” que “han surgido en el contexto evolutivo, y tienen su razón de ser”.
Los “sesgos cognitivos”, por su parte, serían el torcimiento de los heurísticos, que, “fuera del contexto en el que evolucionaron, se pueden convertir en trampas mentales que nos afectan, a veces de manera muy dañina, y tanto a nivel individual como colectivo”.
Lo interesante es ver que los heurísticos y los sesgos son las dos caras de la misma moneda. Son, en fin, el resultado del mismo proceso mental, “que a veces nos ayuda, pues ha evolucionado para algo y tiene su razón de ser, pero si cambian las condiciones entonces se puede convertir en un sesgo peligroso”.
La cuestión es que todo nuestro aparato cognitivo habría sido “moldeado por la evolución de forma sesgada”, ya que “la percepción precisa de la realidad y el recuerdo fiel, incluso los cálculos racionales y complejos, no son, en principio, habilidades que hayan podido favorecer la supervivencia de nuestros ancestros”. Más bien al contrario, son “las respuestas rápidas, intuitivas, emocionales y automáticas las que permitieron sobrevivir”.
De ahí que “todo nuestro aparato cognitivo esté sesgado, sin remedio, en una dirección muy, muy concreta, la que nos permitió sobrevivir”.
Claro que, aunque los “sesgos cognitivos”, como, por ejemplo, inventar realidades que no percibimos o tomar decisiones sin esperar a contar con todos los datos, suponen una gran ventaja evolutiva, en ciertos contextos (más naturales que sociales) y en cierto grado (dentro de unos límites “razonables”).
El problema reside en que ya no vivimos en selvas vegetales ni en cavernas primitivas, como hace millones de años, sino en selvas sociales y cavernas mediáticas, en las que esos sesgos pueden resultar, y de hecho resultan, fatales.
No solo a nivel individual, cuando nos asustamos o atormentamos con sobreintepretaciones, falsos recuerdos o supersticiones absurdas. También a nivel colectivo, puesto que, en algunas situaciones sociohistóricas especialmente duras (crisis económicas y sociopolíticas), no solo nuestra parte animal se activa (exasperando nuestros sesgos cognitivos), sino que somos sometidos a la manipulación sistemática (propaganda política, fake news), que busca aprovechar estos “sesgos cognitivos”, para dirigir nuestros pensamientos y decisiones.
De algún modo, somos mentes primitivas arrojadas en un mundo hipermoderno, y resultaría importante comprender ese desfase para tratar de reducir sus efectos.
2 Kahneman fue galardonado en 2002 con el Premio Nóbel de Economía, por su aplicación de sus estudios psicológicos sobre juicios y toma de decisiones en situaciones de incertidumbre a las “ciencias” económicas; premio del que no pudo gozar Tversky, porque había muerto años antes.