En el marco de la exposición La luz negra, que acoge el CCCB hasta el próximo 21 de octubre, charlamos con Raimon Arola, doctor en Historia del Arte y experto en simbología y tradición hermética. Arola ha ejercido la docencia durante más de 30 años en la Universitat de Barcelona y colabora en diversas publicaciones especializadas, entre ellas Arsgravis, la cual dirige junto a Lluïsa Vert Es autor de ensayos como La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente: siglos XV-XVII (J. Olañeta, 2012), El símbolo renovado. A propósito de la obra de Louis Cattiaux (Herder, 2013), o Cuestiones simbólicas. Las formas básicas (Herder, 2015). Recientemente ha publicado su poemario L’encontre. Poesia i gnosi (Arola Editors, 2018).
La exposición La luz negra se abre con el mural del artista Leon Ka, donde se conjugan una serie de signos y formas de carácter esotérico. ¿Qué aspectos destacarías de esta obra?
A grandes rasgos, se trata de un mural en el que se reproducen imágenes de magia o alquimia antiguas, pero adaptándolos. Observamos, en primer lugar, tres círculos mágicos reunidos por dos serpientes que, al encontrarse, crean un ouroboros.
En la parte izquierda, vemos símbolos muy parecidos –aunque no exactos– a la invocación de los ángeles, y alfabetos masónicos, como un modo de conjugar e invocar la presencia de esos ángeles, espíritus superiores o seres varios. En este sentido, podríamos decir que este es otro de los grandes temas de la exposición.
En la parte derecha, se encuentra la mirada, que reproduce una figura rosacruz del siglo XVII. Es importante la mirada, ya que es donde reside el cuerpo perceptivo. De hecho, en el centro hay una conjunción del cuerpo perceptivo y de los espíritus angélicos.
Bien es cierto que los signos no son los tradicionales, pero van jugando con los dos triángulos, que forman un corazón, con el triángulo invertido en el centro. Y todo ello presidido por el ojo de Horus: el ojo sagrado, el que todo lo ve.
Según Enrique Juncosa, comisario de la exposición, el título “La luz negra” remite al sufismo, la rama mística del islam. ¿Podrías profundizar más en ello?
Se trata de una expresión de gran importancia. Todas las tradiciones espirituales poseen dos aspectos. Por un lado, el exoterismo, es decir, la luz blanca o luz del sol, tradicionalmente vinculada a la idea de Dios –que es la misma etimología que “día” o “deva”–. Por otro, el esoterismo, esto es, la luz secreta, oculta tras el mal o lo no ordenado, en otras palabras: la luz negra.
Los orientales lo llaman el sol de medianoche, una luz que se encuentra dentro de la materia y que no es precisamente la luz de los ángeles. En el cristianismo observamos que el nacimiento de Jesús se produce en medio de la noche, en el momento del año de mayor oscuridad. Y recordemos que San Juan de la Cruz habla del rayo tenebroso, expresión que procede de la cábala hebrea.
Así, el iluminado lo es porque se ha despertado su luz negra, no porque posea la luz exterior. Por ello, la capacidad de ver en la negrura o en lo secreto, juega un papel fundamental, ya que cuando se va en busca de ese sol de medianoche, se debe atravesar el mundo del mal, la capa de cosas heterogéneas que no atañen propiamente a la relación del hombre con Dios.
En muchos artistas, hay una parte de atracción hacia lo negro, hacia las flores del mal, hacia lo perverso, pero he aquí la diferencia entre los que se pierden en ella y entran en el satanismo, o los que la atraviesan en busca de la perla escondida. Los artistas se sienten identificados perfectamente con esa expiración (no tanto inspiración) o evocación interior de la luz.
Los artistas que reúne la exposición proceden, en su mayoría, de Norteamérica, por ser este un país donde el esoterismo ha tenido una mejor recepción. Sin embargo, más allá de esta línea anglosajona, ¿qué autores consideras importante mencionar?
En general, considero que debemos recordar la importancia de Francia en nuestra cultura. En el cambio de siglo, el ocultismo fue una moda originada por el mago y escritor francés Éliphas Lévi, muy valorado a su vez por la siguiente generación de ocultistas entre los que destaca su discípulo Papus. Ambos tuvieron un peso determinante en autores como Baudelaire, Rimbaud, Verlaine Lautréamont o incluso André Bretón, que se sirvieron del ocultismo como un medio contra la estética predominante y las normas sociales del momento.
Y luego muchos escritores ingleses se interesaron por las prácticas ocultistas.Drácula, sin ir más lejos, tiene como tema el espíritu que busca la sangre para encarnarse; un tema muy tradicional. Luego podemos observar toda esa creación de seres animados, de golems, sin olvidar a Frankenstein.
En este contexto, difícil sería no pensar en el mago y ocultista inglés Aleister Crowley, una figura de un peso y una popularidad innegables en el campo de las tradiciones secretas…
Crowley es conocedor de todas las culturas, se hacía llamar la Bestia 666. Se ocupa de todos aquellos temas que, precisamente, se oponen a la luz exterior. Él mismo expresa: “yo soy la luz interior secreta”.
Crowley se encuentra muy cerca de la magia negra. Trabaja con fuerzas destructoras, imita signos mágicos y juega con símbolos, como por ejemplo el 777 (en lugar del 666). Era pintor, poeta, novelista, excursionista, y redescubrió todos los esquemas secretos.
En definitiva, se trata de un personaje con una fuerza hipnótica muy potente, que ha ejercido una gran influencia (el cineasta Kenneth Anger, los Beatles, Alan Moore, o poetas como Pessoa, por ejemplo). No es de extrañar, por tanto, la cantidad de seguidores así como de enemigos que tuvo. Sin ir más lejos, René Guenon, tradicionalista y en desacuerdo con las prácticas ocultistas y pseudoespiritualistas, atacó a los teósofos y al mismo Crowley.
Crowley también creó su propia baraja del Tarot. Recordemos que el tarot nace hacia 1450 en Milán, aunque según la tradición egipcia, el dios Thot (Mercurio en la mitología romana, el Hermes griego, el mensajero) fue el inventor de los jeroglíficos y también el mítico creador de las cartas. En el fondo un tipo de lenguaje cifrado que servía para describir la Gran Obra de los alquimistas.
Siguiendo esa línea, Crowley crea el Tarot de Thot junto a la artista inglesa Frieda Harris, encargada de las ilustraciones de la baraja. Además, como complemento, Crowley escribe el ensayo El libro de Thot, publicado en 1944.
En cualquier caso, el tarot siempre ha ejercido una gran fascinación, pensemos en Dalí o Jodorowsky, quien siempre lleva las cartas en el bolsillo.
A su vez, contemporáneo a Crowley fue el filósofo, pedagogo y arquitecto Rudolf Steiner. ¿A qué atribuyes la importancia de su figura para el arte del siglo XX?
Podríamos decir que Steiner es la base del arte abstracto. Fue secretario de Helena Blavasky, fundadora de la Sociedad Teosófica, hasta que, desencantado, creó su propio movimiento al que denominó Antroposofía, cuya sede es el Goetheanum –así llamado en honor a Goethe–, y diseñado por el propio Steiner. Se apartó así del ocultismo decimonónico y el orientalismo de Blavasky, para centrarse en la tradición occidental (Paracelso, Boehme, Goethe…), los procesos de conciencia, los niveles de realidades, las vibraciones, los colores…
El propio Kandinsky concibe la abstracción a partir de él. La obra de Kandinsky De lo espiritual en el arte (1912) está basada en las teorías del teosofismo y anuncia la nueva función que habría de caracterizar a la obra de arte a partir del siglo XX.
También en Punto y línea sobre el plano (1926), así como en las conferencias que impartió en la Bauhaus, Kandinsky desarrolla la correspondencia entre las formas y los colores: el ángulo agudo (45º) se relaciona con el amarillo, el obtuso (135º) con el azul, y entre los dos extremos, el recto (90º), de color rojo. Y los tres se resuelven en las formas básicas: el ángulo agudo responde al triángulo, el recto al cuadrado y el obtuso al círculo.
Kandinsky comprendió, a su vez, que existía un orden, “cosmos”, que regía los mundos espirituales y se interesó por la geometría sagrada.
Has publicado libros como La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente (siglos XV-XVIII) o Alquimia y Religión. Los símbolos herméticos del siglo XVII. Como estudioso de la cábala y la alquimia, ¿dónde crees que reside su importancia?
Responderé a esta pregunta a través de otra figura aquí presente: Jung y su Libro Rojo, anterior a todas sus teorías, y con el que busca la luz que está oculta detrás de la conciencia. Un libro que permaneció inédito hasta su publicación en 2009 y que, sin embargo, recoge las visiones que tuvo a partir de 1913, tras una profunda crisis por la ruptura con Sigmund Freud después de la publicación de Transformaciones y símbolos de la libido (1912).
Todas esas visiones, que irrumpen y son trasladadas –en formato de texto e ilustración– al Libro rojo, no son sino la base de toda su obra teórica posterior (la imaginación activa, el inconsciente colectivo, los arquetipos, los tipos psicológicos…). Tras tales visiones y después de sus teorías sobre el inconsciente colectivo, el estudio de la cábala y la alquimia occidental le proporcionaron los argumentos para relacionarse con la tradición europea. De hecho, la colección de libros de alquimia que tenía Jung es impresionante.
Sin embargo, El libro rojo permaneció oculto. Estaba escondido, probablemente por el temor a que al conocerse lo tacharan de ocultista o de mago. El inconsciente colectivo le daba función a toda esta idea y viceversa, ya que también sirvió para todos los grandes estudiosos de la religión como un modo de entender que hay un inconsciente que es un estado religioso (en su sentido de religare) y sirve para todas las culturas por igual.
Las diferentes tradiciones esotéricas nunca han sido del todo aceptadas, valoradas o han sido malinterpretadas. ¿Hasta qué punto lo esotérico, cuya esencia es oculta, interna, secreta, precisa ser visibilizado?
Este es un tema muy interesante. Existe una gran reacción hacia el ocultismo por parte del racionalismo, la ciencia o la Iglesia.
Antes del pensamiento racionalista, los humanistas del Renacimiento habían llevado a cabo la gran síntesis, que consiste en la magia astronómica, la cábala teológica y la alquimia médica. La cábala explica los misterios divinos, el libro sagrado, la revelación (los artistas aquí expuestos no pueden hablar de revelación, ya que no sería luz negra, aquí interesan los mundos intermedios o las experiencias).
Por otro lado, la alquimia se ocupa del estudio de la permutación de la materia. Es decir, el trabajar la luz negra, aquella que –como comentaba anteriormente– está oculta detrás de la conciencia, pero para transmutarla en blanca. Por último, la magia sería el mundo que permite la combinación de los dos.
Sin embargo, en el siglo XX las tradiciones esotéricas como la alquimia y la cábala se han perdido. El auge que han tenido durante el Renacimiento se ve destruido por la guerra de las religiones, hasta desembocar en la Ilustración, donde estas tradiciones ya no tienen cabida y acaban por quedar marginadas.
De ahí que a partir del siglo XIX todo este conocimiento de la luz oculta llegara muy maltrecho, supersticioso o devaluado. A lo sumo se puede encontrar masonería, sin embargo, esencialmente ya se ha perdido lo potente.
Entonces es el arte, a partir del siglo XX, el refugio de la búsqueda espiritual.