Un paseo por el museo de la policía de Bogotá: de comisarios, narcos ilustres, rólex de oro y escopetarras

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Ahora ya estoy acostumbrado, pero en el año 2008, durante mis primeras horas, días, meses en Drogotá1, me sorprendía la cantidad de policías, militares, guardias de seguridad, gente vestida de uniforme con armas a la vista que había, que hay, que seguirá habiendo por las calles de Drogotá.

No he conocido otra ciudad con tanto uniformado en sus calles.

¿Son las fuerzas del orden las garantes de la felicidad? En un país que en las encuestas dice ser el más feliz del mundo uno se encuentra con “poemas” como este.

Si quieres ser feliz un día, embriágate,
Si quieres ser feliz un año, cásate,
Si quieres ser feliz toda la vida, hazte policía.

Museo Policía Bogotá

Esta suerte de haiku luce en las paredes del edificio sede del Museo Histórico de la Policía Nacional. Su autoría corresponde al Mayor Humberto Aparicio, su director. De él fue la idea de copiarlo, con buena letra, en una de las paredes del museo. Todo el museo está regado con frases más o menos inspiradas, poéticas o simplemente delirantes, pensadas y escritas por este policía literario.
 
Policía, Quijote contemporáneo.
Policía = hombres y mujeres, antorchas al viento.
Policía = manjar de vida.

Y el preferido de mi guía, porque el museo de la policía no se puede visitar sin protección policial.

El policía debe ser elegante hasta para pecar.

«El mayor de los mayores», bautizó al Mayor Aparicio un periodista en un artículo en El Tiempo. Con 82 años Aparicio es el policía con más tiempo de servicio, el más antiguo y el que atesora más medallas y reconocimientos. Son 60 años en el cuerpo. Su gesta más destacada fue la toma de la Universidad Nacional. Sucedió el año 1967. El presidente Carlos Lleras se sacó un cargo de la manga y nombró a un policía Comandante de la Universidad Nacional.

Plafón de Pablo Escobar

“Me tomé la Universidad con 120 policías y sin disparar un solo tiro”, asegura el Mayor Aparicio orgulloso de su gesta. Con estos méritos lo extraño es que no ascendiera de cargo, pero “no quería estorbar en esos grados de ahí para arriba”.

En 1984 le encargaron la misión de su vida: armar el museo de la policía. A esa tarea se ha dedicado desde entonces. El edificio, casi en la confluencia de la carrera 9ª con la calle novena, es imponente. Cuatro plantas, decenas de salas temáticas y un mirador desde donde se contempla gran parte de Bogotá.

Lo recorro acompañado de Brandon, un joven que hace el servicio militar en la policía. Le pregunto si es obligatorio en Colombia y me responde que sí. Le digo entonces que tengo varios amigos que no lo hicieron y me dice que claro, que hay excepciones, que se puede comprar la libreta militar, que en función del estrato cuesta más o menos millones de pesos.

Una de las primeras “obras” que me muestra el guía es una motocicleta de la segunda guerra mundial, que vaya usted a saber cómo terminó en el puerto de Buenaventura. Brandon asegura que aún funciona. Pero la estrella del museo, quién más, es Pablo Escobar.

Un regalo de Pablo Escobar

En otro patio de la primera planta, el curador ha colocado una Harley que Escobar le regaló a su primo y testaferro Juan Enrique Urquijo Gaviria, alias “el arete”. La tapa de la gasolina, el espejo retrovisor y el medidor de aceite están bañados en oro. La motocicleta está encerrada en una urna de cristal, transparente, con un candado, como si los policías temieran que el fantasma de Pablo arrancara la moto y se fuera a dar una vuelta por el centro de la ciudad.

A pocos metros está la sala Escobar. Al igual que Rajoy con Bárcenas, “ese señor del que me habla usted”, el guía Brandon se esfuerza por no nombrar a Escobar y habla de la pistola que perteneció a “este sujeto” o de la chaqueta que “este sujeto” llevaba el día que fue neutralizado por la policía. El uso del verbo “neutralizar” me parece muy original. Es una variante de la acepción tercera del Diccionario de la lengua española: ‘anular, controlar o disminuir de algo o de alguien considerados peligrosos’.

Del “sujeto” Escobar se guardan otros objetos curiosos, como una pistola de bolsillo apodada “la moza”, como llaman algunos a sus amantes, o como la cinta de casete original con la grabación de las seis llamadas que hizo a su familia en Bogotá en diciembre del 2003 que precipitaron su fin.

Caracol Televisión, 2009-2012

Mi fetiche preferido es Pablo Escobar Gaviria en caricaturas, 1983-1991, un libro que parece ser una novela gráfica de la que, según Brandon, solo existe esta copia. Le pregunto por qué no puede hojearse y me responde que contiene demasiados comentarios ofensivos contra la policía. Le pregunto también por Narcos, la serie, y me dice que El Patrón del mal es la buena, que ahí sí se cuenta la verdad sobre Escobar. Como que mandaba matar a los carpinteros que construían una mesa como la que ahora observamos, con varios fondos.

Brandon se mueve rápido. Debo estar concentrado para no perder el hilo de su discurso mientras, por ejemplo, tomo fotos a La Contadora de dinero, una máquina que se supone que cuenta 1200 billetes por minuto, o al rólex de oro del Mono Jojoy, que algunos dicen que es falso, confiscado en la operación Sodoma.

Sin tiempo a perder, me veo delante de la famosa Escopetarra, del músico César López. Brandon asegura que solo hay cinco ejemplares. Una la tiene Juanes, otra Shakira, otra Fito Páez, otra la tenía Paul McCartney hasta que la ¿perdió? en el 2010 y la quinta es propiedad de la ONU y es la que observo ahora con detenimiento.

Jineth Bedoya, 2010

En una entrevista César López dijo que esperaba más compromiso por parte de Fito. “Le expliqué cómo era el rollo y él se mostró muy amable. Poco a poco fue cortando la comunicación justo cuando el proyecto está creciendo. Yo no descarto la posibilidad de llamar a Fito Páez para decirle oiga, hermano, usted no ha hecho nada con la escopetarra, devuélvamela”. 

En la segunda planta hay una sala con retratos de todos los jefes que la policía de Drogotá ha tenido. Destaca el del fundador, el señor comisario especial Juan María Marcelino Gilibert Laforgue, un francés que vino desde París, donde al parecer también fundó o reformó la policía, y que, según Brandon, tenía el complejo napoleónico. A saber, como medía apenas metro y cincuenta y cinco, se sentía acomplejado por la altura y trataba mal a sus subordinados.

En una vitrina queda como prueba la férula de castigo, un objeto de madera con forma de boomerang que se usaba para pegar a los subordinados, o sea “como mecanismo para restablecer la disciplina del cuerpo de policía”.

César López con Escopetarra

Brandon me cuenta datos interesantes, como que en China el 80% de los policías son mujeres porque consideran que son menos corruptas. En la sala de las leyes, bajo un amenazador retrato de Moisés blandiendo las tablas de la ley, Brandon me habla de Solón, un sabio ateniense que teorizó sobre la importancia, para los jóvenes, de llevar a cabo el servicio militar. “Gracias a él estoy yo aquí con usted”, me dice.

De los 18 a los 20 el ateniense hacía su servicio militar en calidad de efebo. Los mandaban a alguna fortaleza de la frontera ática y ahí aprendían sobre el manejo de armas y las tácticas de guerra. En los días de permiso, regresaban a Atenas, donde se entregaban a los placeres del cuerpo. Desisto de preguntarle a Brandon a qué se dedica cuando cierra el museo.

Hacia el final del recorrido me encuentro con la estatua de Temis, la jueza de los dioses, la que encarna el orden divino, las leyes y costumbres. Temis ocupa el lugar del zodiaco Virgo, mi signo. Le hago una reverencia antes de salir a la calle, a esta Drogotá supuestamente feliz, llena de policías.
 


1Marc Caellas ha escrito varios libros dedicados a ciudades cuyos titulos juegan siempre con el nombre de cada una de ellas. Carcelona, Barcelona. Caracaos, Caracas. Drogotá es el libro que en estos momentos escribe sobre la capital de Colombia. Una versión ampliada de este artículo forma parte de Drogotá. El libro se publica el 2 de mayo en Colombia y el próximo año en España.

 

Sobre el autor
(Barcelona, 1974). Escritor y dramaturgo. Es autor de «Caracaos» (2015) y «Carcelona» (2011), publicadas en la editorial Melusina. Residió durante más de una década en ciudades como Londres, Miami, São Paulo, Caracas, Bogotá o Buenos Aires, donde se dedicó a la dirección de artes escénicas de obras de Giuseppe Mandredi, Sarah Kane, Rodrigo García, David Foster Wallace y Robert Walser. Actualmente trabaja en su nuevo libro Drogotá y en la pieza teatral «El paseo» de Robert Walser, en el marco del Festival Kosmopolis 2017.
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