El prefijo des- está siendo muy productivo últimamente por estos lares. En el gobierno catalán, sin ir más lejos, uno observa que se usa tanto para lo económico (desinversión o desprivatización) como para lo político (desconexión o desobediencia, mismamente). Ahora vuelve Ajoblanco, revista señera de los 70, década también de muchos des-: el desmelene progre, el desmadre posfranquista y el destape físico e ideológico generalizado. Vuelven con un proyecto, al loro, íntegramente en castellano, por lo que no podemos descartar la des-comulgación o des-legitimación de la revista por parte algunos sectores culturales locales en exceso sensibles a la diglosia.
Acudimos con gran curiosidad a la fiesta de presentación del nuevo Ajoblanco en su flamante y recién inaugurado local de la calle Santa Teresa (aquí ya hay reminiscencias a nombre de ron añejo con humo de tabaco negro y un erotismo místico teresiano y literario que promete. Es bien). El gentío se agolpa en la entrada y ocupa hasta rebosar todos los rincones del local. Espacios funcionales, minimal y blanquísimos en su mayoría (ay, los 80) alrededor de un patio interior central amarillo y tropicalista (ay, los 70) muy concurrido donde se sirven generosamente cervezas Moritz, la sempiterna patrocinadora de la cultura barcelonesa contemporánea (ay, siglo XXI).
Expectación general. Hablan Pepe Ribas y Fernando Mir sobre el nuevo proyecto Ajoblanco. La vuelta y la revuelta (“Revolvemos”, reza su eslogan). Muerte del YO y renacimiento del NOSOTROS. Colaboración y comunidad. Participación. Ilusión y des-amuerme generalizado. Ajoblanco se ha vuelto a desmelenar. También, eso sí, les ha caído la melena a sus miembros fundadores, principio inexorable de realidad que diría Freud.
Hay mucha gente, gente joven, gente con canas, gente entusiasta, gente respetable, incluso gente joven con un proyecto de respetabilidad ya en marcha. En la sala del fondo, donde se ha proyectado un documental sobre la historia de Ajoblanco, vislumbramos a Leónidas, cabeza visible de Enmedio Colectivo, grupo de artistas y activistas especializados en tactical media, un tipo de agitación mediática y cultural colorida cuyo credo afirma que la revolución será divertida o no será. Leónidas luce una frondosa melena negra, rizada, heroica y aguerrida, calza unas zapatillas New Balance y se da piquitos con una señorita teutona de muy buen ver. La revolución es tortolita, divertida y cool, a las evidencias nos remitimos.
Tropezamos más tarde, en un pasillo abarrotado de gente, con Oscar Abril Ascaso, director de Sectores Culturales e Innovación del Instituto de Cultura del ayuntamiento colauita. Ascaso, haciendo honor a la genealogía anarquista de su apellido, reflexiona entre empujoncitos y codazos sobre las posibles sinergias que podrían establecerse entre Ajoblanco y el cercano Ateneo libertario de Gràcia. Nos emocionamos y hasta nos resulta entrañable ver cómo los representantes de la nueva política invocan los paraísos perdidos y las utopías ácratas en cuanto llevan unas Moritz encima. El desmelene y el esplendor de las paradojas del capitalismo tardío realizados, o sea.
A uno le toca la fibra este ambiente prospectivo y retrospectivo, trufado de ideas e ilusiones, aunque, al mismo tiempo, no pueda evitar que su lado escéptico le recuerde ahora (¡maldita sea!) a Boris Groys, quien venía a decir, por formularlo simplificadamente, que vivimos unos tiempos de hardware neoliberal y software neocolectivista. El tiempo del retorcimiento del lenguaje, el eufemismo y la neolengua orwelliana cristalizados en términos como “economía colaborativa” o “consumo responsable”.
Conceptos, todos ellos, que eluden mirar de cara tanto a la sociedad de consumo como al capitalismo desbocado y que buscan un atajo imposible a la vida en común. Y uno piensa también en la contradicción que supone enunciar un relato comunitario desde unas redes sociales telemáticas que pertenecen a mutinacionales o desde instituciones públicas, como el CCCB, que a fin de cuentas son aparatos ideológicos del poder e instrumentos de control social estatales. Puede que el medio no sea el mensaje, pero siempre subyace el mensaje del medio, la ideología inscrita en el medio técnico mismo, en la biblioteca, el auditorio, la revista, la franquicia o el centro comercial.
Nos marchamos confiados en que esta vez no sea así (divina ingenuidad) y que este sea un proyecto realmente independiente. Mientras nos alejamos, divisamos en la calle a un hombre solitario entre la multitud. Delgado, espigado y con perfil de abejaruco. Es Jordi Martí, gerente del Ayuntamiento de Barcelona, que observa quién entra y quién sale de la fiesta. Ya nos topamos con su silueta solitaria en una manifestación del día del trabajador y, en otra ocasión, en el Sónar de día. Inquietante como un agente de la Stasi, oiga. ¿Escribiría un informe al día siguiente? ¿Ya consta Ajoblanco en el Excell del señor gerente? ¿Qué etiqueta o color tendrá asignado el proyecto?
Mejor no pensarlo. Quedémonos con el desmelene, y que dure.