Hoy tenemos tendencia a pensar que la prosa precede a la poesía, quizás porque, cuando aprendemos a escribir, lo hacemos en prosa y solo después, si nos adentramos en la literatura, descubrimos la poesía, que presuponemos más exquisita.
Sin embargo, históricamente la aparición de la poesía precede a la de la literatura en prosa. En el siglo XIV, las reglas para la versificación estaban más claras que las de la escritura en prosa. Y no es hasta la llegada de Alfonso X el Sabio cuando se empieza a trabajar en formalizar y dar difusión a la narrativa.
Alfonso X era perfectamente consciente de que no puede haber unidad nacional sin unidad lingüística.
Su corte se convirtió en un particular laboratorio de ideas, en una especie de «seminario» o centro de estudios del que surgieron los principales escritos y donde se decidió que los contenidos tradicionalmente reservados al latín (leyes, historia, ciencia) se difundieran mediante el castellano. Curiosamente, el galaico-portugués quedó para la lírica.
El propio Alfonso X como autor de las Cántigas es, junto con López de Ayala, Jorge Manrique y el infante Juan Manuel, uno de los padres fundadores de la lengua castellana y artífice de alguna de las obras que se convertirán pronto en modelos para la naciente literatura vernácula. Con ellos podemos decir que nace la literatura española.
Como se sentían los pedagogos de una joven nación, la prosa que más cultivarán será el relato doctrinal y didáctico. La narrativa por el deleite puro, desvinculada de una enseñanza, no empieza hasta más tarde, con la proliferación de novelas de caballerías, sentimentales y pastoriles, que irán ocupando cada vez un mayor lugar en el imaginario de los siglos XV y XVI. El proceso culmina, de alguna manera, con el Quijote.
Dentro de este panorama, Don Juan Manuel se dedica a la única literatura que se considera digna de su condición nobiliaria: las narraciones ejemplares. En este contexto nace su célebre libro El conde Lucanor, una recopilación de relatos que no podían ser más canónicos en su forma. Todos los «exemplos», de estructura idéntica, empiezan con Lucanor pidiéndole consejo a Patronio sobre cómo conducirse en una determinada ocasión.
—Patronio, algunos omnes de grand guisa, et otros que non son tanto, me fazen a las vegadas enojos et daños en mi fazienda et en mis gentes, et quando son ante mí, dan a entender que les pesa mucho porque lo ovieron a fazer, et que non lo fizieron sinon con muy grand mester et con muy grant cuyta et no lo pudiendo escusar. Et porque yo querría saber lo que devo fazer quando tales cosas me fizieren, ruégovos que me digades lo que entendedes en ello.
A lo que Patronio contesta con una anécdota ejemplarizante.
El texto, hoy, es considerado la cima estilística de la prosa de su tiempo. Azorín, ya de por sí un modelo de transparencia y rigor expositivo, habla maravillas de él. Y comparada con el resto de la producción de la época, es cierto que El conde Lucanor destaca —aunque el castellano antiguo haga difícil percibirlo— por su voluntad de claridad, naturalidad y concisión literaria, los tres pilares eternos de la buena prosa.
Pero no paran ahí sus méritos.
Uno de los más significativos, en lo histórico, seguramente sea, como hemos mencionado, haber recopilado las principales historias didácticas que circulaban entonces por Castilla.
Resultan perfectamente reconocibles, dentro del vasto anecdotario de Patronio, las fábulas del cuervo y la raposa y otras creaciones de Esopo; la historia del emperador desnudo (exemplo XXXII) y el cuento de la lechera (Exemplo VII), adoptando los ropajes de la época, y más.
Como enciclopedia del saber popular, como summa de conocimiento, El Conde Lucanor tiene un valor impagable. Ya lo afirmaba el autor: «Este libro fizo don Iohan (…). Et puso en él los enxiemplos más aprovechosos que él sopo (…). Et sería maravilla si de cualquier cosa que acaezca a cualquier omne, non fallare en este libro su semejança».
Don Juan Manuel, en definitiva, perfecciona y fija un molde narrativo que influirá en escritores futuros y resultará clave en el desarrollo literario. Los cincuenta y dos exemplos del libro primero del Lucanor pueden considerarse los primeros cuentos escritos en castellano, y son preciosos y admirados aún por su calidad formal.
Hoy sabemos que la calidad de un compositor se muestra, más que en la melodía, en la capacidad de desarrollo y de articulación sinfónica. Y esta obra es buena prueba de ello.
Tanto por la artística organización de su material, por su atención a la simetría, a los ritmos ternarios, como por su fluidez narrativa, la maestría del diálogo y la plena humanidad de las conciencias enfrentadas de Lucanor y Patronio, podemos considerar al infante Juan Manuel el primer artista narrativo de su tiempo, y además plenamente consciente de ello.
Et aun los que lo tan bien non entendieren, non podrán escusar que, en leyuendo el libro, por las palabras falagueras et apuestas que en él fallarán, que non ayan a leer las cosas aprovechosas que son ý mezcladas. (Prólogo)
Y en esta conciencia radica la modernidad de Juan Manuel. El infante reivindica su originalidad estilística, quizás sin la estridencia exhibicionista del Arcipreste de Hita, su coetáneo, pero con igual contundencia.
Digamos que cada vez falta menos para que el cuento se reclame como género absolutamente personal, y para que, a principios del siglo XVII, en 1613, en el prólogo de las Novelas ejemplares, un tal Miguel de Cervantes pueda declarar:
Soy el primero que ha novelado en lengua castellana; que las muchas novelas que en ella andan impresas todas son traducidas de lenguas extranjeras, y estas son mías propias, ni imitadas ni hurtadas; mi ingenio las engendró y las parió mi pluma. [Cervantes, Novelas ejemplares]