Sobre el sexo de Barcelona

Cervantes loves Barcelona, M. Pallarol

Dejad que empiece este artículo bisbiseando tipográficamente:  BaRceLoNa, “ni contigo, ni sintigo, tienen mis males remedios, contigo porque me matas, sintigo porque me muero”… Creo que fue el cantautor uruguayo Quintín Cabrera quien escribió una vez que “las ciudades son libros que se leen con los pies”. Y sí… todo lugar, ciudad, calle o habitación te invita en cierto modo a ese peregrinaje topográfico libresco que compone el espacio que envuelve cada capítulo de nuestra vida, sea corta o larga; soporífera o extraordinaria. Veintisiete años (los míos) no son muchos, al menos en comparación a los que llegó la Reina Madre, y si es una vida excepcional o no, perdona, lector, que te robe el juicio y prescinda de la abuela aduladora compulsiva de nietos a la que todos recurrimos en nuestros días bajos para confirmarme a mí misma: “no está mal, nenita, no está nada mal…”.

La “épica” de mi vida me traslada (después de atragantarme con un trozo de magdalena debidamente mojada en el té) a un viaje a Roma en el que acabé en el estudio de un pintor cerca de la Piazza di Spagna. De acuerdo, podéis preguntarme el nombre del pintor (Claudio) incluso detalles sobre su relieve antropomórfico (ajá, como diríamos en Teruel, estaba más bueno que el pan con jamón), pero, por favor, no me preguntéis cómo y por qué acabé en su minúsculo y coquetuelo estudio. Pues, bien, el caso es que acabamos hablando del sexo, ejem, reculo: del género de nuestros países. Italia, dijo Claudio que la sentía como una mujer, un país en el que perderse en la voluptuosidad de la belleza geográfica y humana. A España nos veía como una suerte de sátiro o macho cabrío primitivo pero genial. Lo cierto es que por suerte para los urbanistas de lo utópico, como Le Corbusier, no llegamos a debatir sobre el género de las ciudades, con el pene de España y los pechos de Italia, ah, y el sexo de los ángeles previamente abordado durante el Bizancio, entendimos que era bastante y no era cuestión de competir con la sapiencia de los cardenales, teólogos u otros príncipes de la Iglesia, a los que teníamos a escasas paradas de metro.

Puede que todos estos pensamientos sobre el sexo de los países o las ciudades se deban a una mente tan hipersexualizada como la mía y la de muchos de aquellos que crecimos bajo el signo de la modernidad traída en los noventa a España y las películas ochenteras de John Hughes que nos distraían durante la sobremesa dominguera a golpe de tetas, culos y adolescentes cargados de testosterona o las tardes de veranos interminables en los que mientras nuestros padres veían el mítico Cine de Barrio nosotros preferíamos salir al parque o a la playa a imitar a nuestros ídolos de Superpop y Bravo. Eso sí, a las diez en casa.

¿Y, tú, Barcelona? ¿Eres hombre o mujer? Después de mi viaje a Roma, pensé que eras mujer y Madrid, que rima con David, un hombre, posiblemente tu amante, que no tu esposo. Y esa atribución no se debe al sufijo femenino terminado en “ –a”. Se debe al mar. Sí, amigos de la Teogonía de Hesíodo, el mar huele a Venus y el poder a Zeus. Y son mis propios padres – miembros del Partido Comunista de España en la juventud-  los que en más de una ocasión me han hablado de esa diferencia existente entre Madrid y Barcelona. Durante los años sesenta y setenta, Barcelona, al situarse tan alejada de Madrid y tan cerca de la libertina Francia, podía escapar en mayor medida del ostracismo cultural y control político del  régimen franquista que tenía en la capital su corazón palpitante. Fueron nuestros padres, siendo nosotros unos mocosos o simples espermas, también los que pudieron verse recompensados después de tantos años de lucha política contra el dinosaurio del franquismo, al asistir a la entrada de la democracia en España y con ella toda forma de expresión política, cultural o idiomática en este país. Y puede que toda esa fiesta de la modernidad, de ruptura con el pasado rancio de España, se viviera en Barcelona cuando tuvieron lugar  los Juegos Olímpicos del 92 al canto de Freddy Mercury y la Caballé.

Definitivamente, fue entonces, y así lo han hecho constar los anales de la historia contemporánea, cuando Barcelona se abrió al mundo. Y la escultura de La cara de Barcelona del norteamericano Roy Lichtenstein, apostada al final del Port Vell, daba fe de ello: Barcelona se había convertido en la nueva it girl del Mediterráneo, en la chica moderna que con su sonrisita pop mostraba al mundo lo bien que se lo estaba pasando este país una vez sepultado el poder fálico del tirano.

Mezcla de culturas. M. Pallarol

Transcurrida ya la resaca postolímpica, en el 2005, en pleno centro de la plaza de Glòries (sí, donde Cerdà planeaba establecer el eje uterino de nuestra ciudad) se erigió un pene. Ajá. Habéis escuchado bien, estoy hablando de la Torre Agbar, más comúnmente conocida como el Pene de Barcelona, inaugurado durante la última alcaldía del ya barrido por la historia Joan Clos. Ese pene revestido de aluminio multicolor venía a confirmar que Barcelona ya no entendía de diferencia entre sexos o nacionalidades (mientras se entendieran en catalán, home és clar) y que bajo suelo barcelonés no se practicaría ningún tipo de castración política o de ningún otro tipo. Vamos que nuestro pene crecía a sus anchas. El tamaño importa, vamos si importa, y en este coito que se estaba librando en Barcelona, la Torre Agbar  se iba a convertir en el pene feliz que le otorga la luz polícroma no ya de la modernidad, sino del futuro.

Confirmado: Barcelona ya no era solo moderna, era la ciudad del futuro capaz de competir con Tokio o Nueva York. Era una ciudad unisex con útero y pene que empezaba ya a cautivar a gente no solo del resto de España sino del mundo entero. Con la entrada del nuevo milenio, Barcelona ya no era femenina o masculina, se unía al orden de las grandes ciudades modernas del mundo. Para el asombro de cardenales u otras gentes aficionadas a discutir sobre el sexo de las cosas, entes o lugares —como una servidora—, Barcelona pertenecía ya al tercer sexo (anda, como nuestro Bowie patrio, Miguel Bosé). Y nuestros políticos ufanísimos; Barcelona era ya toda una chica de portada, la ciudad que mejor  quedaba en las postales.

Poco queda ya de la Barcelona libresca de Marsé o Montalbán, o de la Barcelona que acogió y, en parte, encumbró a la mayoría de los pesos pesados del “boom” hispanoamericano. Y puesto que nuestra actual intelligentsia ha considerado más oportuno dedicarse a la épica de la República o la Guerra Civil, han sido algunos de nuestros jóvenes escritores los que han retratado la cara más antipática pero real de la Barcelona que no se aprecia desde el Bus Turístic.

Es el caso de la recomendadísima antología Odio Barcelona (Melusina, 2008) compuesta por doce relatos críticos escritos por autores de la ciudad condal (una mera aclaración tras tanto hablar de penes de aluminio: lo de condal no viene de “condón” sino de ciudad de condes). Todos ellos hablan sobre esa Barcelona víctima de la esquizofrenia de unos políticos que por una parte reclaman la vuelta a un pasado arcádico donde se halla nuestra identidad nacional (en el que todos hablaban obviamente catalán y éramos todos ricos porque nuestros impuestos se quedaban en la Corona Catalano-Aragonesa) y su obsesión por convertirla en una urbe internacional (lo de internacional para nuestros políticos no alude a los países que se incluyen del ecuador para abajo, “solo guiris”, vamos). Con tanto debate entre lo nacional y lo internacional (respirad hondo, que ya hemos dejado atrás lo del sexo de las ciudades)  es perfectamente normal que nuestros políticos se hayan olvidado de todos esos ciudadanos oriundos de Barcelona o no, que tienen que lidiar en su día a día con hipotecas, alquileres, subidas en el IVA de los productos y servicios, el incremento de las matrículas universitarias, etc. Demasiada vaina para los políticos, como dirían en argot venezolano, y demasiados motivos para odiar a Barcelona, como reza el título de la antología mencionada.

Y yo también te he odiado, Barcelona, y te he ignorado, pero siempre —y quizá me esté dando cuenta de ello en este preciso instante tipográfico— te he amado. Quise cantar en tus calles, vender artesanía en los parques, pedir un mundo mejor  cuando iba al instituto o la universidad, encontrar un buen trabajo, vivir sin ser una sanguijuela para mis padres, y siempre parecía que lo ponías todo en mi contra, que me expulsabas de ti. Y ahora he vuelto, quizá para volverme a ir,  pero tengo que decirte que he aprendido a amarte desde la distancia, como le pasó a Cortázar con Buenos Aires. He sido ya de tantos lugares que después he tenido que abandonar, que no me importa que seas hombre, mujer o hermafrodita. Te quiero porque me has demostrado que eres mucho más de lo que los demás querían que fueras. Eres mi ciudad, un hermoso y constante mutante. Vientre y seno para la gente que encuentra la belleza en la convivencia de lo vetusto y lo moderno; para los que se aman más a sí mismos en la diferencia; para los que pueden expresarse en más de un idioma; en definitiva, para los que suman y no restan. Me fascinas tanto como al papito (sí, vuelvo a robarle otro epíteto a nuestro gran intelectual Miguel Bosé) de la lengua española Miguel de Cervantes, quien decía de ti en boca de Don Quijote: “La flor de las bellas ciudades del mundo”. Y mientras tanto, en mis momentos bajos, cuando sienta que vuelves a echarme de ti, miraré a lo alto y avistaré el Pene de Barcelona, que con su miscelánea de colores me recordará en medio de la oscuridad que a veces discutir sobre el sexo de los ángeles es incluso hasta sano.

 

Sobre el autor
Nombre vulgar con el que se conoce a la rubia homínida nacida en Barcelona el 30 de abril de 1985. Heredera del humor cervantino y del posado veraniego de Anita Obregón, una clarividente mañana, después de desayunar Kellogg’s Special K, decidió dedicarse de lleno a su verdadera vocación: curiosear como un gato. Licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Barcelona, ha trabajado como profesora de español en Bates College (Estados Unidos), Estonia y España. Es colaboradora habitual de Pliego Suelto desde 2011
6 total comments on this postSubmit yours
  1. Escribes muy bien. –Un madrileño.

  2. cuando desperté, en busca de qué, en busca del tiempo perdido, Barcelona todavía estaba allí… (Muy requetebien, Miss Slov.)

  3. Really good Mary. I like your comments about Teruel. An inmigrant.

  4. Pues que forma mas interesante de exponer algo que tambien a mi me inquieta por tener sensaciones enfrentadas. Barcelona ni contigo, ni sintigo…sencillamente genial.

  5. ¡Me ha encantado tu artículo!

  6. Bien y buen ritmo María y la velocidad pertinente para andar y desandar la ciudad más allá de los pies, y de los prismas con que la padecen y la desean y hasta la escupen para que según que cosas, según que, resbalen mejor. Mantente. Me ha gustado saber de ti después de esos añitos de ausencia física que no espiritual. Y me gusta como ausentas los adjetivos que no han de ir y evocar los que reclaman su sitio sin manifestarse del todo. Me hablaron días atrás de la revista y le seguiré.

    U.

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