¿Qué puede llevar a una persona a convertirse en miembro de ETA? Es la incógnita que se plantea Aitor Merino (Donostia, 1972), actor y co-director, junto a Amaia Merino, de Asier ETA biok (Premio Irizar, Festival de San Sebastián 2013 y seis galardones internacionales). El documental, basado en un hecho real, parte de las conversaciones entre Aitor Merino y Asier Aranguren, amigo del director desde la infancia que optó por el camino de la lucha armada. ¿Cómo se hizo la película? ¿Cómo se afrontó la polémica y la censura? Aitor Merino nos responde a esta y otras preguntas a través del siguiente diálogo.
A través de Asier ETA biok (Asier Y yo) pones el dedo en la llaga en un tema tabú en toda España: el conflicto vasco. ¿Cómo nace la idea?
Nació de Amaia, mi hermana y co-directora de la película. Asier estaba a punto de salir de prisión y pensamos que sería interesante aprovechar ese momento para comenzar a grabarle. En aquel momento la idea era vaga: simplemente, grabar a Asier en su reincorporación a la vida fuera de la cárcel y seguirle en su cotidianeidad. Él ni siquiera tenía noticia de nada. De hecho, como se ve en la película, las imágenes del momento en que sale de prisión y se abraza a su familia las grabé escondido tras un seto sin que se diera cuenta.
El resultado final de la peli no tiene nada que ver con aquella sencilla idea inicial. De manera natural fui tomando parte de la grabación, no imaginábamos que la película terminaría hablando sobre Asier y yo, sobre nuestra amistad. Además, está el tema de la violencia como herramienta para lograr objetivos políticos; cómo me afecta personalmente el que mi amigo haya pertenecido a ETA, con todo lo que eso implica.
Has logrado plasmar una mirada desprejuiciada y basada en matices, no en blanco y negro, como suele ocurrir cuando se trata el tema. ¿Qué factores han contribuido para que un director de cine vasco, como tú, radicado veinte años en Madrid, haya decidido afrontar la situación a través de una actitud abierta y receptiva?
En realidad llevo en Madrid 25 años. Llegué con 16 para estudiar arte dramático y me quedé. Eso supone que llevo bastante más de la mitad de mi vida en Madrid. Esta ciudad me recibió con los brazos abiertos y, después de tanto tiempo, me siento un madrileño más. Cuando llegué, siendo tan joven, traía unas ideas muy concretas respecto al conflicto que me había tocado vivir desde niño, y los nuevos amigos que hice en la escuela de arte dramático –jóvenes inquietos como yo, pero de procedencias diversas– fueron un nuevo mundo para mí.
ETA estaba muy activa en esos años y el tema era inevitable. Sus puntos de vista, sus preguntas, hicieron que yo pusiera en cuestión mis propias ideas, y de alguna manera yo creo que hice lo propio con las suyas. Pero, en general, fuera de ese círculo de amigos íntimos, en público, he pasado estos veinticinco años mordiéndome la lengua.
A pesar de mi rechazo a la estrategia violenta de ETA, mi percepción del conflicto era muy distinta a la que se transmite desde los grandes medios de comunicación, los cuales, a su vez, conforman la visión de la mayoría de la gente. Que la actividad de ETA ha sido nefasta en todos los sentidos –estratégico y, sobre todo, ético– para mí es evidente.
Pero el Estado español, a lo largo de las últimas décadas, ha vulnerado todos los derechos fundamentales: ha torturado y asesinado, ha clausurado medios de comunicación, ha encarcelado a personas por su labor política, ha ilegalizado partidos y asociaciones de todo tipo (encarcelando a sus integrantes), y todo ello con total impunidad. Y con el silencio cómplice de los medios españoles –y me permito generalizar, porque en este casi no ha habido excepciones–.
A esto hay que sumarle que se entró en la dinámica perversa del “o estás conmigo, o contra mí”, de los “buenos contra malos” al que haces referencia, y que beneficia siempre a los dos bandos enfrentados, pero más aún al poderoso.
En ese ambiente viciado, hace doce años, Asier, mi gran amigo desde la infancia, se integró en ETA. Yo nunca rompí mi amistad con él. Viviendo en Madrid, como podrás imaginar, la situación no era sencilla. Así surgió el leitmotiv de la película: ¿Cómo hacer entender qué pudo llevar a Asier a tomar una decisión que a mí mismo me costaba asimilar? Entendiendo siempre que tratar de comprender y justificar son cosas distintas, claro.
Algunas salas españolas se han negado a exhibir el documental sin que sus responsables lo hayan mirado. ¿No te resulta curioso que le cierren la puerta a un filme que de alguna forma apela a la concordia?
Sí, y me causa mucha tristeza.
Sin embargo, Asier ETA biok tiene el Premio Irizar y numerosos galardones internacionales. Se ha estrenado en Francia, Argentina y Ecuador. ¿Cómo percibes la recepción del público y la crítica a nivel estatal e internacional?
Lo que más nos ha sorprendido es la buena acogida que está teniendo en todas partes, tanto por parte de la crítica como del público. Pese a todos los problemas, más de 30.000 espectadores han pagado por verla en los cines, algo rarísimo tratándose de un largometraje documental. Y ahora que acabamos de lanzarla en DVD y plataformas digitales como Filmin, Yomvi o Feelmakers, el público de las localidades en las que no pudimos estrenarla en cines ahora puede verla desde casa.
Después de las proyecciones, siempre que podemos acudimos para charlar con el público. Y claro, las preguntas que nos hacen varían un poco de un sitio a otro. No es lo mismo mostrarla en Zarautz, por ejemplo, que en Mérida, Múnich o Buenos Aires. Bueno, en realidad, lo que varía claramente de unos lugares a otros es la percepción del conflicto, su lectura política. Sin embargo, sí se repiten comentarios similares respecto al tema central de la película: la amistad. Y la violencia, claro. Son temas universales.
La película está hecha en base a experiencias reales y personales narradas en primera persona. ¿Qué dificultades y facilidades has hallado a la hora de hacer el papel de ti mismo?
Facilidades muchas, porque el material propio lo conozco muy bien (risas). Lo difícil ha sido la responsabilidad para con Asier. Le hemos grabado en situaciones difíciles y totalmente íntimas junto a su familia, las hemos editado, hemos escrito un guion que, aunque está totalmente impregnado de afecto, no es para nada complaciente con él ni con algunas de sus ideas, y además hemos lanzado la película a las salas de cine, a festivales de todo el mundo, con una repercusión mediática enorme para tratarse de una película documental. Para Asier, su familia y las personas que le quieren ha sido, y está siendo, un proceso difícil. Han sido muy valientes y generosos.
¿Mantienes comunicación con Asier? ¿Qué sabes de él?
La semana anterior al estreno, es decir, a mediados de enero, Asier fue detenido junto a otras siete personas (la mayoría de ellas abogados) y enviado a prisión incondicional y sin posibilidad de fianza. Está encerrado en la cárcel de Aranjuez. He podido visitarle tres veces. Son cuarenta minutos en los que te comunicas a través de un telefonillo, desde el otro lado de un panel de metacrilato.
¿Que qué sé de él? Teniendo en cuenta que está en espera de juicio y que puede estar en prisión preventiva hasta cuatro años cuando debería estar libre y sin cargos, que su familia tiene que recorrer 500 km de ida y otros tantos de vuelta para la mísera visita semanal, y que está en la cárcel por trabajar de manera totalmente pública como mediador entre el colectivo de presos y distintos organismos políticos y sociales con el objetivo de que los presos se atuvieran a la legalidad penitenciaria, y que se ha abierto un proceso de paz del que él ha sido parte activa, y que desea una paz duradera y ha apostado desde hace años por el rechazo el empleo de la violencia con fines políticos… teniendo en cuenta esas circunstancias, está bastante bien.
Por otra parte, ¿cuál es tu opinión sobre la irrupción de jóvenes realizadores vascos que han comenzado a documentalizar el conflicto en Euskadi, como el caso de Ander Iriarte y su Echevarriatik–Etxeberriara (2014)?
La realidad es un mosaico multicolor. Echevarriatik–Etxeberriara me parece un documental interesantísimo. Creo que se estrenará en septiembre. Ojalá pueda llegar a un público abierto, que desee conocer puntos de vista distintos, aunque no comparta las ideas de quienes participan en la película. Ver y escuchar. Compartir vivencias, y que cada cual saque sus conclusiones. Espero que de ahora en adelante se hagan muchos proyectos de todos los colores.
Cuéntanos la labor que han tenido la co-directora Amaia Merino y la productora Ainhoa Andraka (Doxa Producciones) en relación al guion, rodaje, producción y montaje.
Para el espectador que haya visto la película puede resultar un poco confuso, ya que el dispositivo cinematográfico que hemos empleado es el autobiográfico, en primera persona del singular, como si yo solito hubiese hecho todo y estuviera compartiendo lo filmado desde la sala de montaje, en mi casa. Pero la realidad es que esto es un trabajo de equipo: la dirección y el guión los hemos hecho Amaia y yo, y el montaje es de Amaia. Además de hermanos, somos los mejores amigos, nos entendemos y complementamos muy bien.
Amaia vive desde hace dos décadas en Ecuador, donde trabaja como montadora de cine. Eso llevó a la participación de la ecuatoriana Gabriela Calvache, de Cienática Films, lo que propició que el proyecto ganara un premio del Consejo Nacional de Cine del Ecuador.
Después se unieron Ainhoa Andraka y su equipo de Doxa Producciones. A partir de entonces, el proyecto empezó a cuajar verdaderamente. Hicimos una campaña de crowdfunding que funcionó muy bien, y nos pasamos otros dos años terminando el proyecto. Ainhoa ha sido el otro pilar fundamental de la película, ha hecho de todo. Desde las labores típicas de producción hasta editar algunas escenas, ayudarnos a Amaia y a mí a afinar el guión, resolver marrones, y un larguísimo etcétera. Han sido más de tres años en los que todo el equipo lo hemos dado todo.
Tal y como comentas, la obra también se ha financiado mediante la participación del público a través del micromecenazgo. ¿Cómo ha sido esta experiencia?
Estupenda. Más de doscientas personas apostaron por la película cuando todavía era un proyecto. La parte económica que ganamos por este medio, 8.500 euros, es pequeña en comparación con el coste total de la peli, pero nos permitió seguir adelante en un momento en el que no teníamos ni un céntimo. Pero lo mejor ha sido sentir el respaldo de tanta gente desconocida.
De todas maneras, el micromecenazgo no puede ser el sustento fundamental del cine ni de las distintas disciplinas artísticas como está pasando en muchísimos casos en los últimos años. Se necesita más y mejor implicación por parte de las instituciones, no hay otra manera de construir una industria competitiva.
Tanto Amaia como tú coinciden en diferentes entrevistas en resaltar el trabajo del director israelí Avi Mogravi, creador de De cómo superé mi miedo y aprendí a amar a Ariel Sharon (1997). ¿Hasta qué punto os ha inspirado?
Mucho. La decisión de narrar el documental en primera persona del singular, de hablarle al espectador mirando directamente a cámara, y de utilizar el humor aún tratándose de un tema tan serio fue resultado de ver su trabajo. Avi Mograbi es un cineasta único, y esa película, una joya.
Por otra parte, en tu faceta de actor has trabajado con directores como Montxo Armendáriz, Vicente Aranda, Carlos Saura, Pilar Miró e Icíar Bollaín. ¿Cómo experimentas la alternancia de roles actor-director?
Muy bien, porque son trabajos complementarios que se alimentan mutuamente. Pasarme a dirigir no me ha quitado las ganas de seguir actuando. En cuanto pueda me pondré delante de una cámara o sobre el escenario. Tengo monazo.
¿En qué momento decides saltar a la dirección y preparar tu ópera prima El pan nuestro (2007), nominado al Goya 2008 en la categoría de cortometrajes?
Actuar es maravilloso, pero te debes a un director, a ser un vehículo guiado por otro. Desde siempre me ha atraído la idea de dirigir, de contar mis historias a mi manera. Para cuando dirigí ese primer corto, ya había escrito un par de largometrajes y no sé cuántos cortos que se quedaron en el cajón de proyectos inacabados.
Tu labor de guionista te emparenta con la literatura. ¿Qué libros y autores prefieres leer o releer?
Disfruto leyendo tanto novelas como autobiografías o ensayos. Leo de todo y por épocas, según me dé. Mi último gran descubrimiento ha sido Thomas Bernhard. No estoy muy al tanto de las novedades literarias, la verdad. Y ya que emparentas el trabajo como guionista con la literatura, el puente entre ambos es el teatro. Para escribir guiones hay que comprender las leyes de la dramaturgia.
Ser actor te permite acercarte al teatro desde un lugar de privilegio, porque cuando trabajas en una obra no puedes limitarte a leer el texto y ya está. Hay que estudiarlo –literalmente, aprendértelo de memoria–, analizarlo miles de veces junto a tus compañeros, sumergirte en él durante las semanas o meses que lo interpretas frente al público. Hay textos que pasan a formar parte de ti. Como para cualquier persona de teatro, los clásicos están en el altar de mi biblioteca: Shakespeare, Ibsen, Chéjov, Williams…
¿Cómo es el día a día de Aitor Merino, cuando no actúa ni dirige ni está de viaje?
Antes de esta película, hacía una vida bastante normal, si es que la vida de un actor tiene algo de normal. Desde que hicimos la peli, vivo con una maleta a cuestas. Y como no soy precisamente organizado, mi día a día es un desastre. He intentado mantener las plantas de mi casa con vida, pero caput, no han resistido.
¿Proyectos? ¿Qué viene después de Asier ETA biok? ¿Es cierto que preparas una obra de teatro?
Sí, por fin voy a poder saciar el mono de subir a un escenario con la estupenda Smiley, una historia de amor, escrita y dirigida por Guillem Clua, que estrenaremos en septiembre en el Teatro Lara de Madrid. En cuanto a dirigir otra vez, me rondan varias ideas. Muchas terminarán en el cajón de los proyectos, y alguna habrá que acabe cuajando. No tengo prisa. Lo inmediato: una semanita de sol y playa en la que aprovecharé para estudiar el texto de la obra.