Si las puertas de la percepción estuvieran limpias, todo aparecería como es, infinito.
The Marriage of Heaven and Hell
Con estas palabras de William Blake (1757-1827), arranca el movimiento psicodélico de mitad del siglo XX, que se origina con el descubrimiento del LSD de Albert Hoffman en torno a 1938 y cuyas bases teóricas establece Aldous Huxley en su obra The Doors of Perception (1954). Si estiramos un poco más del hilo llegamos hasta el famoso grupo musical The Doors, liderado por Jim Morrison.
No hay duda, Blake es el poeta de la modernidad, el primer visionario que anticipa las catástrofes de la sociedad tecnocrática. Blake es el espíritu que se le aparece a Allen Ginsberg una noche de 1948 –mientras leía sus Songs of Innocence and Experience (1789)– para transmitirle las esencias de su poema universal, Howl (1956), explicándole que existe un Molloch que quiere acabar con las mejores mentes de su generación, que es preciso reivindicar la imaginación y acabar con los monstruos de la industrialización.
Ginsberg, con la aparición de Blake, dijo tener una visión de unidad con el universo que le permitió entender su lugar en él. Desde aquel día, el joven norteamericano entregó su vida a la poesía. Como para otros miembros de la Generación Beat, Blake fue el espíritu que alumbró el camino, imitando su individualismo, la actitud vital disidente y la voluntad de abrir las puertas de la percepción hasta regiones desconocidas.
Además de poeta, William Blake fue pintor de mundos imaginarios llenos de dioses, gigantes y extrañas criaturas en un entorno frondoso de bosques encantados, antes de que Tolkien lo narrara en su famosa saga. Sus grabados de línea negra y enérgicos colores desprenden la modernidad de un cartelista y anticipan el estilo de un dibujante de cómic.
Blake fue incomprendido en su tiempo, sólo seguido más tarde por el joven W.B. Yeats y convertido en referente de toda la contracultura norteamericana a mediados del siglo XX.
Vagué por cada calle de real privilegio
cercana al Támesis de real privilegio
y advierto en cuanto rostro encuentro
signos de debilidad, signos de dolor.En cada grito de cada hombre,
En cada grito de temor de cada niño,
En cada voz, en cada prohibición,
Escucho las ataduras que la mente forja.(London, Songs of Experience, 1794)
Blake vivió el Siglo de las Luces, el culto a la razón y el despegue de la revolución industrial en un Londres consumido por el carbón y la polución que poco después de morir el poeta se convirtiría en el infierno industrial que tanto temió. Por eso, anticipándose también a los románticos, expresó su rechazo a la industrialización y al pensamiento mecanicista.
Para el poeta visionario, Urizen, el Mesías de la Razón, fue la peor de las bestias de su particular panteón personal, donde Isaac Newton aparece pintado como un mono con un compás en la mano. El científico y filósofo empirista es asimismo el responsable de los molinos satánicos que ensombrecen el espíritu humano, trayendo la corriente del materialismo desolador que arrasará las ciudades de Albion, el paraíso imaginado por Blake.
Vuelvo mis ojos a las Escuelas y Universidades de Europa y allí veo el Telar de Locke, cuya trama ruge atroz lavada por las norias de Newton. Negra la tela se pliega en pesadas coronas sobre Nación. (William Blake)
Blake fue poeta para huir del cientifismo racional y para dar expresión a unos mundos interiores que generaron una cosmogonía propia y un profundo sentido religioso, no necesariamente católico, pero sí muy místico, y vinculado a la naturaleza. En su pensamiento, la esencia del ser humano es la imaginación. Esta es la razón de ser, aquello que nos realiza, el espíritu que nos hace hombres, sacándonos del letargo propio de la legión de los muertos vivientes que transitan del hogar a la fábrica.
La imaginación, y no la materia, es la realidad primordial, una idea que la generación de soñadores de los sesenta también hará suya.
La imaginación es el cuerpo divino de Todo Hombre. (William Blake)
Actualmente, la obra de Blake está siendo reeditada por Atalanta. Recientemente han publicado los dos volúmenes de Los libros proféticos en una lujosa encuadernación de tapa dura que incluye todos los grabados originales. Cada tomo consta de unas 700 páginas y cuesta 58€. Con ese dinero, uno casi se puede costear un viaje low cost a Londres para contemplar las pinturas y grabados de Blake que se exponen de forma permanente en la Tate Gallery. No obstante, para adictos, y no tan adictos, a la obra de Blake, la publicación de estos libros supone un acontecimiento único en nuestro país y, como es habitual en Atalanta, se trata de una edición muy cuidada.
El año pasado, como anticipo, la misma editorial publicó los muy recomendables Ocho ensayos sobre William Blake de Kathleen Raine. Un libro excelente para los que ya conozcan la obra de Blake en el que se establecen vínculos con el canto a la imaginación de Milton, los universos internos de Swedenborg o se constata la influencia de los Vedas indios, que Blake pudo conocer mediante la primera traducción al inglés de Charles Wilkings y los estudios de William James.
Especialmente interesantes resultan los ensayos dedicados a Blake y Maya o Blake y la ciudad, así como el dedicado a la comparativa entre el Apocalipsis de Miguel Ángel y el del visionario inglés.
Durante las próximas semanas, voy a ir publicando en Pliego Suelto distintos escritos vinculados a la Contracultura estadounidense –aquella que arranca a mediados de los cincuenta con la Generación Beat y acaba con el fin del sueño hippie, en los primeros setenta– y nadie mejor que William Blake como figura inspiradora o gurú de aquel movimiento. Los Beats –como antes los simbolistas, bohemios y decadentes– adoraron su locura, soledad y malditismo social. Los hippies fliparon con sus universos imaginarios y acompañaron sus viajes lisérgicos con las visiones de Blake.
De algún modo, la grandeza de Blake fue despertar antes que nadie, alumbrando la llama de la espiritualidad con un canto a la imaginación en una sociedad que iba camino de la locura debido a su fascinación por la rueda del progreso y los avances tecnológicos. Por este y otros motivos, creo que hoy es también necesario leer, contemplar y estudiar atentamente la obra de Blake.
MariaJoséRagué
26/06/2014
Este comentario es de una gran belleza y de una enorme verdad. Espero que quienes todavía están abiertos a descubrir mundos, a formar su espíritu, lean todo lo que recomiendas, sobre todo a Blake y también en otro nivel pero importante de todos modos a Ginsberg. Gracias por dar buenas pistas para el desarrollo de nuestro sentido de la belleza. María-José Ragué