Rodrigo Fresán: «Un escritor serio aprende mucho de los libros policiales, de terror o de los buenos best sellers«

Fotografía: Claudio Perrone, 2014

 
Tras la gira de presentación de su noveno libro, La parte inventada (Random House, 2014), dialogamos con Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) sobre el papel del lector y del narrador, la escritura en los tiempos de Internet y sobre los proyectos en que trabaja actualmente.

Después de cinco años de silencio, se ha publicado tu nueva novela La parte inventada. ¿Por qué este título?

Es un silencio para afuera, para adentro son cinco años que he estado escribiendo todo el tiempo. Para el escritor, o para el escritor que yo quiero ser, o para los escritores que a mí me interesan, el momento de publicar es casi epistemático porque apenas terminas, tienes que pensar en qué es lo próximo que vas a hacer. El silencio es para afuera, para adentro la cabeza está llena de “ruido y furia”, como decía Shakespeare. Para mí, nunca deja de haber ruido, no existe el silencio.

En cuanto al título, vino de golpe. Me parece que es de las mejores cosas que se me han ocurrido en toda la vida. En el momento en que se me ocurrió incluso temía que ya estuviera utilizado, me parecía que era obvio, en el mejor sentido de la palabra.

¿Consideras que La parte inventada es una novela de carácter autobiográfico?

Todo libro es autobiográfico. A partir del momento en que todo libro sale de dentro de una persona ya viene como envuelto en la placenta del propio ADN de las ideas y del propio envase. Probablemente, este es uno de los más personales que he escrito junto con La velocidad de las cosas (1998) e Historia Argentina (1991). Son libros en los que no solo se deforman cosas que me sucedieron, sino que también se reflexiona sobre el oficio de escribir.

El hilo conductor de la novela se desarrolla en torno a la figura del escritor ante el proceso de escritura, pero también descubre y estudia la presencia del lector y cómo este se enfrenta a un proceso de creación. ¿Cómo nace esta idea de conjugar ambas categorías y unirlas bajo un mismo prisma?

Yo soy un lector que escribe. Es el tipo de escritor que a mí me interesa. Se puede decir que hay escritores que leen y lectores que escriben. Yo soy claramente un lector que escribe. (Suena el móvil. No lo coge)

Me interesa la figura del lector casi como una consecuencia de la propia obra. A lo máximo que puede aspirar un escritor es a terminar creando un lector más o menos propio. Creo que yo tengo un lector propio, que no es exclusivamente mío, que lo comparto con escritores que a mí me gustan mucho (Nabokov, Proust, Melville, Banville,…) y cuyos libros transcurren dentro de cabezas. No me estoy poniendo a esa altura, te aclaro. (Risas).

¿Cómo te definirías como lector?

Me leo mientras escribo, pero hago una lectura completamente viciada por el acto de escribir, no es una lectura pura. Cuando leo, me tengo que releer por obligación, siempre encuentro erratas y cosas que cambiaría. O sea, que es bastante desasosegante la lectura de uno mismo. Todo es perfeccionable, todo podría estar mejor hecho.

Borges hablaba de la relectura.

Borges tenía ventaja porque era ciego. No se releía tanto. (Sonrisas).

¿Y como escritor?

No me toca a mí definirme. Ya he soportado con entereza a lo largo de años desde insultos hasta elogios. Soy el menos indicado para definirme. A mí los escritores que están completamente seguros de quiénes son y cómo son, inmediatamente, me inspiran una cierta desconfianza. Generalmente, no me gusta lo que hacen.

Uno de los escritores que aparece en la novela se llama IKEA, un nombre que nos devuelve a la realidad de manera inmediata. ¿Qué rasgos tiene? ¿Cuáles serían los escritores que se encuentran bajo este epígrafe?

Se llama IKEA porque es una marca de prestigio para algo que no es tan prestigiante. Finalmente, queda como una cosa estándar. Un escritor estándar de una determinada tipología, más que de individualidades, un artículo de consumo masivo como un mueble IKEA.

En La parte inventada hay cierta tendencia a la generalización con personajes como el Niño, el Chico o el Escritor que se contraponen a autores, cantantes y directores de cine con nombre propio. ¿Se trata del retrato de una generación concreta a la que quieres aludir?

No. Es solo dar las gracias y no quiero ser el único. Antes mencionabas a Borges, un escritor constantemente referencial. Y sobre esa etiqueta que me ponen: “Borges Pop”, yo creo que todos los escritores son pop, y también son referentes en lo que hace la época de ellos. Después, el tiempo pasa y esas referencias se van convirtiendo en historias y, entonces, adquieren un cierto prestigio histórico.

¿Cuál es tu relación con el cine y la música?

Me gustaban más antes, los años pasan y te van demandando más de lo que ya te interesaba en esa época. Recuerdo que uno de los días más felices de mi vida –y más inquietantes– fue cuando cogí un número de Rolling Stone y fui a la página de crítica de discos y no conocía a nadie (tenía 7 u 8 años). No sabía quién era quién. Primero, me produjo una especie de angustia y, después, un enorme alivio y me dije “se acabó”, ya no tengo que seguir preocupándome por esto. Me sigo comprando discos, no los pirateo ni nada por el estilo, pero son los discos nuevos de mis viejos conocidos. De tanto en tanto, si hay algo nuevo que me interesa, le presto atención.

La novela transcurre en la ciudad de B. ¿Es una clara referencia a tu ciudad de residencia actual (Barcelona) o a tu ciudad de origen (Buenos Aires)? 

Coindicen en la parte inicial (B), pero claramente es Barcelona, por el funicular, tal vez. Yo vivo en un lugar donde tengo que tomar el funicular para llegar. En Buenos Aires no hay funiculares. Tampoco es una Barcelona exacta, no soy el narrador. Tampoco son mías todas sus filias y sus fobias. Mientras yo las llevo a volumen 5, este narrador las lleva a 57. Una exageración distorsionante, hiperaguda e histérica, digamos.

A la hora de plantear una diferencia con el personaje, el primer paso que di fue decidir que no estuviera casado ni tuviera un hijo, como es mi caso. Este es un anclaje emocional muy sólido y el personaje es alguien que, ingenua y adolescentemente, se ha entregado por completo a la literatura como única familia, amante e hija. Creo que es bastante peterpánico que siga teniendo a los 50 años una idea completamente adolescente de la literatura.

En un pasaje de la novela aparece una frase: “Los paréntesis son el futuro». ¿Qué sentido le otorgas?

El futuro está siempre entre paréntesis. Y el pasado también. Al final del libro dice: “los paréntesis son el pasado”. El presente en que vivimos no es más que un futuro que pasa a través de uno y que inmediatamente se convierte en pasado. Los paréntesis son el presente que separa al futuro del pasado.

¿Cuál es el significado de la abundante presencia de asteriscos, paréntesis y juegos tipográficos en la novela?

Tienen una función narrativa que representa algo diferente, pero no tiene más. Yo no soy muy amigo de los juegos tipográficos. Incluso dentro del mismo libro, el protagonista se ríe del juego tipográfico que hizo alguna vez.

En una entrevista reciente comentaste respecto a Internet y la literatura: “vivimos tiempos tóxicos para la escritura”. ¿Cuál es tu relación con las nuevas tecnologías?

Mi relación no es tan irascible ni tan irritante ni tan furibunda. Hay cosas que me molestan bastante de las nuevas tecnologías, pero no en el grado en el que le molestan al protagonista de la novela. Que cada uno haga lo que quiera. El problema es el uso y abuso de las nuevas tecnologías, sobre todo en lo que respecta a la lectura y la escritura. No me da la impresión de que estén provocando algo valioso, sino todo lo contrario. Se está agotando el espacio, legitimando el error de ortografía, alentando el uso del anónimo y del alias como formas desde las cuales insultar y amenazar.

¿Hablarías de un “todo vale”?

Es como el far west, no hay ley. Además se glamuriza y no hay jerarquías. Yo creo que debe haber jerarquías. Por definición, cualquiera que abra un blog literario se siente al mismo nivel del que lleva haciendo crítica seria durante años. Y tiene cuatro amiguetes, que tal vez son él mismo con otros alias, porque nunca sabremos si se envía los mensajes a sí mismo. Yo no he visto nada excesivamente valioso más que los blogs de publicaciones, donde hay un cierto control.

Vas a cualquier blog literario y sorprende que cuando publican algún apunte elogioso, hay solo dos o tres comentarios. Sin embargo, cuando aparece algún apunte denostativo, hay automáticamente como 500 comentarios. Hay buitres y hienas esperando ahí en la sombra para lanzarse sobre el animal caído. Y todos con alias y con anónimos…

¿”Tiempos tóxicos para la escritura”?

Es lo que te venía diciendo. Esto salió como titular en un periódico e inmediatamente recibió no sé cuántos comentarios y entre ellos esta especie de dictum que dice: “Nunca se escribió ni se leyó tanto como ahora”. Lo cual es verdad, pero nunca se escribió ni se leyó tanta basura como ahora. Nunca ha habido tantas pantallas. Cuando entras al metro, cuenta la gente que lee un libro. Lo que leen es sobre ellos mismos y sobre sus amigos y sobre Shakira y sus amigos. Un poco raro todo, la verdad.

Sin embargo, tienes un blog. ¿Cómo nace este interés? ¿Cómo te planteas la creación de los post?

El blog (Las cosas de la velocidad) no es mío. Lo maneja la editorial, rescata material y lo publica. Yo no sé ni siquiera cómo entrar. De hecho, ni lo veo. Tampoco sé muy bien cómo llegar hasta él. No administro ni los comentarios. No sé cómo hacerlo.

Además de tu labor como escritor y periodista, diriges la colección de literatura criminal Roja & Negra de Random House. ¿Cómo es el paso de la escritura a la dirección y, por tanto, a la selección de escritos para su publicación?

Si yo no dirigiera la colección Roja y Negra, te diría que el 85 por ciento de los libros que leo para Roja y Negra los leería igual, aunque no hubiera ninguna obligación editorial detrás. Es un género que me gusta mucho, que siempre he leído. En realidad, que me encargaran dirigir Roja y Negra es como un premio porque me ha quitado “la culpa” de leer un montón de libros policiales, supuestamente no serios o no profundos o no clásicos. Ahora tengo una razón responsable y justificada para leer esos libros que me encantan.

Siempre digo que un escritor serio aprende mucho de los libros policiales o los de terror o de los buenos best sellers (que cada vez son menos). Yo creo que con este tipo de libros aprendes mucho en cuanto a estructura espacio-tempo-dramática, a completar personajes, a manejar el diálogo. Depende cómo la uses es una información que vas metiendo en tu disco duro, es como ir actualizando un programa.

Sobre el proceso de selección he aprendido mucho en Roja y Negra. Y también está Marta Díaz, que lleva parte de la colección y se lee tanto el manuscrito como el libro editado. El poder del perro, un gran best seller de la colección, lo encontré en una librería de usados, me puse a leerlo y lo recomendé.

Finalmente, ¿qué proyectos tienes entre manos?

Tengo dos libros. Uno es una novela y el otro una nouvelle, pero no puedo decir nada todavía. No obstante, mis libros siempre están relacionados un poco con el anterior y con lo que viene. Quiero decir que no va a haber sorpresas por un lado, pero van a haber muchas sorpresas por otro.
 

Sobre el autor
Sobreviviente, Lic. en Filología Hispánica y Máster en ELE (Universitat de Barcelona), sujeto migrante. Ejerce actividades humanísticas en vías de obsolescencia programada: la docencia (castellano, catalán y literatura) y el periodismo independiente (codirector-fundador de «Pliego Suelto»). Mientras, desarrolla técnicas de sobrevivencia, cree en la utopía de disfrutar del amor, de la comida, de los libros, del viaje, de la cerveza, del vino, y de las conversaciones (presenciales) y fraternas.
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