Za Za es el alias de un narco pre-jubilado. ZAZA es el nombre del transatlántico más grande del mundo. ZAZA es una droga sintética que revoluciona el orden mundial. Estos son los hilos conductores del nuevo libro de Ray Loriga (Madrid, 1967), escritor, guionista y director de cine. Nos reunimos con el autor a propósito de la presentación en Barcelona de Za za, emperador de Ibiza (Alfaguara, 2014) y charlamos con él acerca de los pormenores de la novela, de narcotráfico y geopolítica, del consumismo, de las mutaciones de Ibiza, de cine y literatura, entre otras muchas cosas.
Ibiza juega un papel crucial como escenario en tu última novela. ¿Cómo has experimentado el cambio de Ibiza, del apacible lugar donde pasabas tus vacaciones cuando eras niño, al “parque de atracciones del desenfreno” de hoy en día?
El contraste es brutal. Mis padres tenían un pequeño apartamento en San Antonio. Era un pueblecito de pescadores, con unas pocas casitas. El Café del Mar era un chamizo donde se iba a ver el atardecer y a tomar un café o una Coca Cola. Antes del dance y el chill out la música que sonaba era la de la radio (sonríe). Y luego, tenía también ese punto del hippismo de los 70, los primeros extranjeros, un poco distintos y sus drogas. Yo lo veía como un niño de Madrid. Todavía se tenía la sensación tardofranquista. Ibiza era un paraíso.
Hoy me divierte para mi experimento literario. Y eso ya es sorprendente. Pasar un día allí y verlo es como ir una vez en la vida a Las Vegas. Mezclo la Ibiza de los que viven y la Ibiza de los que pasan. Está la Ibiza del viaje de dos días, incluso algunos sin hotel. Y luego, hay otras Ibizas, todavía existen sitios tranquilos. Ibiza es un nombre que mencionas en cualquier país del mundo y la gente lo asocia con juerga. Identifica esa marca con un concepto. Ibiza: desenfreno, Ibiza: sexo, Ibiza: drogas, Ibiza: sol, Ibiza: playa, Ibiza: baile. Es Un Coney Island de la mente, como decía Ferlinghetti.
Za Za, emperador de Ibiza conduce al lector a una curiosa cadena de coincidencias y situaciones azarosas que bordean el humor y el absurdo. ¿Te has inspirado en algún personaje o circunstancia para escribir esta novela?
Conscientemente no. Sí en el tono evidente de algunas novelas: J. G. Ballard y sus Noches de cocaína (1996) o Kurt Vonnegut y sus locuras. Pero no en una situación ni en un personaje concreto. Me he inspirado en un tono para hacer una novela, que siendo divertida (espero que lo sea), busca un poco reírse ante el desastre. Todo puede parecer muy serio, pero si te separas un poquito y empiezas a ver el punto del sinsentido, a mí por lo menos sí me provoca la risa.
A lo largo del libro se muestra siempre ese tono de comedia y caricaturización de los personajes. ¿Cómo definirías el tipo de humor que representas?
Dicen los ingleses que «humor» es la palabra que no se menciona cuando se hace, porque basta que lo hagas para que lo estropees todo. El humor es muy delicado. Tienes que guiarte con el instinto. Vas perfilando un tono humorístico a partir de la lectura y de la experiencia de admirar a otros humoristas, pero luego tienes que seguir tu propio instinto para encontrar aquello que a ti también te hace gracia. Durante la redacción de esta novela he tenido la suerte de encontrarme riéndome de algunas de las mamarrachadas que se me ocurrían mientras escribía.
¿El barco es una metáfora del aislamiento?
El barco es la metáfora evidente de varias cosas. Un Leviathan del absurdo, del sinsentido. El barco acaba siendo la obsesión de ser el más grande. Se parece a todo menos a un barco. Es como un hotel que navega, desprovisto de toda experiencia marinera, tiene ascensores y helicópteros. Es todo menos un barco. Hay muchas excentricidades guiadas por la obsesión, por el tamaño, por la demostración del poder, por una grandeza que es muy miserable, por otro lado.
El tema de la droga es omnipresente. Se habla de informes de la DEA y rutas de tránsito. Incluso Carlos el Viejo hace un diagnostico geopolítico del asunto. ¿Cuál es tu interés al tratar con humor un tema tan polémico como el narcotráfico internacional?
Me interesa por distintos motivos. Uno es el de salud pública y el otro es el geopolítico. El aspecto que menos me importa es el moral. No elaboro un juicio moral al respecto. Me interesa la droga como sistema de poder y la lucha contra ella como control. Me interesan aspectos geopolíticos acerca de cómo afecta, por ejemplo, el boom de las drogas sintéticas al orden mundial. Estamos hablando de países productores (de hoja de coca, amapola y marihuana) que van a perder peso geopolítico. Veremos cómo se resienten y cómo se resisten. Estamos hablando de países que construyen ejércitos, contraejércitos y paraejércitos que ejercen una presión internacional considerable. Y, por último, estamos hablando de una cuestión que afecta también geopolíticamente: la masa productora –campesinos y obreros– que no van a Ibiza ni se divierten ni se drogan ni nada, pero para los que el cultivo de droga es su forma de vida.
Estados Unidos es el país que más invierte en la lucha contra la droga y, al mismo tiempo, es el que más consume. Todo el rato están jugando al gato y al ratón moral de la frontera con México, que incluye toda la producción de Hispanoamérica.
Yo no soy yogui, ni siquiera soy Pep Guardiola (sonríe). Soy un hombre humilde y normal (risas). De lo que intento hablar en la novela es de la obligación de ser feliz como manera de destruir la misma felicidad. Es decir, como una forma de frustración para una sociedad a la que se le exige “ser feliz”. Pero no solo “ser feliz”, tranquilamente, sino «estar eufórico». Es la confusión entre euforia y felicidad. Za Za, teniendo muy poquito, era mucho más feliz que cuando se ve metido en esta espiral absurda del éxito, de la riqueza y del poder.
La sociedad somos todos nosotros. Aquí no hay un malo acariciando un gato como en las películas de James Bond. Somos cómplices. Vamos cayendo en nuestra propia trampa del sistema de productividad: el éxito. Y el premio se lo damos al final al más productivo. Y el más productivo es el que gasta más dinero y compra más cosas. Y cuando te quieres dar cuenta, resulta que tu felicidad es ese coche que pasa por ahí, la mujer que ves en las revistas o las vacaciones que no te puedes pagar.
Lo inalcanzable…
Sí, lo inalcanzable. No de una manera espiritual, noble y saludable para el alma, sino lo inalcanzable y material. Una droga materialista. Sí, porque en esta sociedad occidental, si no consumes eres un desertor, casi como un traidor al sistema. Parece que el único ser válido es el que produce y consume.
De otro lado, han pasado más de dos décadas de Lo peor de todo y de Héroes. ¿Qué nuevas lecturas haces hoy de tus dos primeras obras?
Tengo más recuerdos que relecturas. A veces por las traducciones, como no suelen ser en orden exacto, de pronto te encuentras con un libro tuyo que sale en Rumanía y tienes que ir a presentarlo. En esas ocasiones sí que lo releeo un poco para poder hablar del libro.
El escritor en veinte años va cambiando. Todo libro es un poco como Rashomon, aquella película de Akira Kurosawa, donde hay distintos testigos para el mismo acto. El escritor tiene un punto de vista y por eso lo ha escrito, pero no es el único testigo de su propio libro, afortunadamente. A veces te sorprende ver cómo son los otros ángulos de las otras miradas. Eso es lo que completa un libro. Es parte de su magia.
A mí, sí me gusta que los libros, digamos, tengan lugares fértiles. No cerrados del todo. Que estén abiertos a distintas miradas, a distintas percepciones, a distintas reacciones. Por otro lado, también hay una manera de hablar de tu tiempo, sin condenar al libro a su tiempo. George Orwell está hablando de un momento concreto, de una sociedad concreta y de unos miedos concretos. Sin embargo, puedes leerlo cincuenta años después y sigue siendo actual.
Volviendo a Za Za, ¿te lo imaginas físicamente?
Es curioso, no suelo imaginarme a los personajes. Y de hecho, no los suelo describir. Dejo el espíritu ahí para que cada uno lo rellene a su manera. En mis novelas hay personajes con nombre y sin nombre, pero no tienen una descripción física. No se dice si son altos, si son gordos, si son bajos. No se especifica, y a mí me gusta esa idea, que cada uno se pueda imaginar al personaje.
Actualmente, ¿qué autores, directores o músicos despiertan tu interés de manera especial?
No soy muy ávido de actualidad, para bien o para mal. Leo transversal y diagonalmente. Hay autores que sigo. Rodrigo Fresán, por ejemplo, que acaba de sacar un libro, y es un escritor que siempre leo, cualquier cosa que publica me interesa mucho. Acabo de leer el último libro de Agustín Fernández Mallo (Limbo), que me ha gustado mucho. Leo a escritores que me son también cercanos, tanto porque somos amigos o porque nos leemos mútuamente. Es el caso de Martín Casariego, Eduardo Iglesias y una serie de escritores que conozco y son contemporáneos míos. Es difícil estar en todo. En cuanto al cine, ando un poco despistado y tengo una lista de películas que quiero ver. La trilogía Paraíso de Ulrich Seidl, que tengo en espera, o la nueva de Antony Cordier, que es un tipo que me interesa siempre, aunque a veces para irritarme.
Y en cuanto a la música, he sido muy fanático del rock, del pop y de la música electrónica. A propósito, se ha muerto uno de los fundadores de Devo, Bob Casale. (Silencio). De lo nuevo-nuevo-nuevo tampoco estoy muy al día. En lo DJ digital estoy un poco pez. Oigo mucha música de toda la vida, jazz… ¿Qué música tiene Za Za, emperador de Ibiza? Algunos grupos son evidentes, como Everything but the Girl y los Teenage Fun Club, que aparecen citados.
Hace pocos días Amazon elaboró, desde Estados Unidos, una lista de “Cien libros que hay que leer en la vida”. Sorprende que solo aparezca una obra escrita originalmente en lengua castellana: El amor en los tiempos del cólera de García Márquez. Tú, que has vivido cinco años allí, ¿cómo interpretas este hecho?
Una lista de los cien libros que hay que leer en la vida en la que no aparezca El Quijote se define a sí misma. No sé quién habrá hecho la lista. Te puedes dejar algunas cosas fuera, pero dejarse El Quijote…Es la primera novela moderna de la historia. Yo no concibo la novela tal como la conocemos hoy sin El Quijote. Probablemente no existiría.
¿Vivir en Nueva York de qué manera te ha influido en tu carrera como escritor y cineasta?
Supongo que es bueno viajar siempre y, sobre todo, vivir en otro sitio. Cuando vuelves a tu tierra, la ves de otra manera, la ves con una visión más panorámica. Aunque también se puede escribir maravillosamente sin salir de un pueblo. Nueva York, como es un lugar de grandes entusiasmos por las cosas más dispares, sobre todo si son anglosajonas (risas), te permite bajar un poco la guardia del prejuicio y estar un poco más abierto a las cosas.
¿Has pensado en escribir una novela sobre tus otras aficiones: fútbol, boxeo, patinaje,…?
Siempre acaban colándose en alguno de mis libros mis deportes favoritos. Y aparte es casi un fetiche para mí, como un talismán. Es ya una superstición.
¿Y para cuándo una nueva película de Ray Loriga?
Pues, no lo sé. La verdad es que tengo algo ahí que parece que camina, pero, lo del cine…vamos a ver…vamos a ver…
Malos tiempos para la lírica…
Y ahora peor, después de la muerte de Germán Coppini…