Sergi Bellver (Barcelona, 1971). Escritor, editor, periodista cultural, profesor de narrativa y uno de los fundadores del movimiento Nuevo Drama nos habla de su ópera prima Agua dura, recientemente publicada por el sello digital Sub-Urbano Ediciones y, en papel, por Ediciones del Viento. Editó los libros colectivos Chéjov comentado (2010) y Mi madre es un pez (2011; con Juan Soto Ivars), y ha prologado una nueva traducción de El jugador de Dostoievski (2013). Ha colaborado en Cultura/s de La Vanguardia, Qué Leer y Tiempo. Desde 2010, sus cuentos han sido seleccionados para una decena de antologías en España y Latinoamérica
Has participado en varios libros colectivos de relatos y has editado dos antologías. Agua dura (2013) es tu primera obra publicada en solitario como autor. ¿Cómo experimentas esta paternidad literaria?
Como el verdadero inicio de un viaje muy esperado. Un buen amigo editor me dijo hace un par de años que yo había dejado de ser “novel” incluso antes de publicar mi libro, porque entre todas las antologías en las que he participado y mis trabajos en torno al relato breve como crítico o como editor freelance ya había empezado a labrarme un nombre. Mi amigo es muy amable, y es verdad que en ese pequeño hábitat de la edición independiente y, en especial, en el peculiar mundo del cuento, ya se me conocía un poco.
A veces incluso a mi pesar, como cuando tuvo lugar la exagerada polémica tras la publicación de la antología Mi madre es un pez, que edité con Juan Soto Ivars en la desaparecida Libros del Silencio, un trabajo del que seguimos estando muy orgullosos. Pero lo cierto es que para el lector medio, que deambula por cualquier librería sin atender a la tonta hoguera de vanidades de los escritores, sigo siendo un perfecto desconocido.
Por eso estoy tan contento con la primera recepción general de la crítica y, en especial, con la respuesta de los lectores a la publicación de Agua dura, porque mis relatos les han llegado a casi todos ellos en crudo, sin tarjeta de presentación, y porque han empezado a leerlos sin prejuicios. De modo que, como autor, para mí este libro ha supuesto poner el contador a cero, empezar por fin mi viaje y hacerlo además con una sonrisa. Y eso anima a seguir caminando.
¿Cómo nace la idea de escribir un conjunto de cuentos sin conexión aparente, cuyo único elemento común es “el agua como metáfora oscura”?
Desde que en 2007 decidí dedicarme por entero a la literatura, tuve siempre en mente la idea de escribir un libro de relatos bastante parecido al que he terminado por publicar. Me puse a ello hace tres años y durante un par el título provisional en mi carpeta de borradores fue Los días anfibios. Allí guardaba poco a poco las primeras versiones de unas historias en las que abundaban los ahogados, los naufragios vitales y otras zonas pantanosas del ser humano. Es decir, que desde el principio tuve claro que el agua iba a ser la metáfora recurrente que sostuviera el armazón del libro.
A partir de 2010, cuando empecé a publicar mis relatos en España y Latinoamérica, cada vez que me pedían un cuento para una antología intentaba conciliar aquella idea inicial con cada nuevo proyecto. Conforme trabajaba en los cuentos, me di cuenta de que asomaba otro nexo entre la mayoría de textos: la familia como una compleja fuente de conflictos, a veces larvados, pero que siempre dejan huella. No fue algo premeditado, sino más bien la decantación natural e inevitable de una parte de mi historia personal, marcada por lo familiar durante algún tiempo. Imagino que le sucede algo parecido a mucha gente, gente que ha perdido a alguien muy cercano, que ha crecido entre conflictos caseros o que ha tenido una infancia complicada.
Creo que de ahí nace cualquier hilo capaz de coser los cuentos de Agua dura, al tratar de convertir en literatura lo más sutil y hondo de la experiencia y destilar su significado con la libertad fabuladora de la narrativa. Tal vez por eso lectores muy distintos conectan con algún detalle del libro, porque a pesar de distanciarse y evocarla en la ficción, mis relatos nacen de una verdad que también les atañe.
Llaman la atención los cambios de escenario: Holanda, Brasil, Inglaterra, Grecia, Rusia, España o Islandia. ¿De qué manera los viajes te han ayudado a trabajar las atmósferas de los lugares que aparecen en tus relatos?
Descubrí mi vocación literaria ya un poco mayor, cuando por fin entendí que la ficción podía servirme para intentar descifrar el mundo, a los demás y, acaso, algo de mí mismo. De niño iba para pintor y apenas escribía, a ratos y sin demasiada constancia. Sin embargo, siempre pensé que escribiría crónicas de viaje. Viajar es lo que más me llena, a ser posible en solitario, y, desde que tengo memoria, en todas las habitaciones en las que he vivido en Barcelona o Madrid he colgado un inmenso mapa del mundo. Me ha servido en muchos momentos de inspiración y hasta de refugio, cuando imaginaba grandes rutas por las que ausentarme de una realidad bastante gris. De modo que la literatura de viajes, de alguna manera, estuvo ahí desde el principio, ya un par de décadas antes de imaginarme siquiera como narrador.
Salvo en los casos en los que la historia me pedía un entorno determinado, en Agua dura la localización de cada relato tiene un poco de juego, bien por dibujar lugares en los que he estado, como la Holanda de “El nudo de Koen”, bien por interpretar otros destinos aún sin visitar pero que forman parte de mí, digamos, geografía mítica. Es el caso de el relato “Islandia”, que cierra mi libro y con el que no en vano he participado en Nómadas (2013), la singular antología de relatos de viajes que ha publicado Playa de Ákaba. Por otro lado, Barcelona, mi ciudad, tiene un gran protagonismo en la novela en la que llevo trabajando algunos años, así que en mis cuentos he preferido salir de ese decorado, airearme e invitar al lector a viajar conmigo.
Desde un punto de vista más técnico, y como ya ha señalado algún crítico, mi manera de trabajar con el paisaje no es nunca casual ni con fines ornamentales, sino que obedece al propósito de construir sentido, de apoyar el simbolismo esencial del cuento, de sostener su tono y de profundizar en los personajes. Sé que hoy en día, del mismo modo que se mira con cierto desdén el trabajo con el léxico, no se cuida demasiado ese aspecto y la descriptiva se considera un ademán casi decimonónico, pero no me interesa obedecer a ninguna tendencia general y creo que la obligación de un narrador es ser coherente con su voz y echar mano de todo aquello que le ayude a comunicar lo que pretende.
Y el paisaje ha sido siempre un inmenso y complejo reflejo de lo humano en manos de los artistas de cualquier tiempo. Así que no veo justificación alguna para pasar de largo por él con esas prisas tan contemporáneas, en las que la metaliteratura y la autoficción parecen coparlo todo, como si los escritores fuéramos fetos ensimismados en su burbuja de líquido amniótico. Mejor salir y exponerse, mancharse de vida ahí fuera y escuchar no sólo a la gente, sino también la voz del paisaje. Prefiero ignorar el ruido de las modas.
En el libro se percibe cierta idea del viaje como huida, pero también como venganza ritual e intensificación del presente. ¿Planteas la narrativa como una forma de aventura y escape?
No se trataría, en todo caso, de un escapismo gratuito, sino de la necesidad de poner a prueba nuestras convicciones y certezas a través del viaje, al modo del Ulises homérico, es decir, enfrentando en el camino a cada personaje con sus sombras para que descubra si quiere de veras regresar a Ítaca o caiga en la cuenta de que ya nadie le espera allí. Para ver si se ahoga en sus miedos y obsesiones o prefiere emerger de su naufragio siendo otro y empezar de nuevo.
Como ya he dicho, elijo cada entorno según el sentido de la historia, y ese paisaje a veces hostil, a veces extremo y casi siempre inquietante, no hace otra cosa que revelar la odisea particular de cada personaje. Todos se mueven en un espacio moral anfibio, algunos llegan a tierra firme y otros caen al agua, pero todos trazan una trayectoria en la que el lector puede reconocer algunas de sus propias derivas.
Eres un nómada apasionado de las travesías, lo que te ha llevado a establecer nexos con el ámbito literario hispanoamericano y también en Estados Unidos, unos lazos que se han acentuado desde la publicación de Agua dura en Sub-Urbano. Cuéntanos esta experiencia.
Es una de las más gratificantes de todo esto. En realidad, tenía pensado publicar este libro más adelante y empezar mi singladura literaria con la novela, pero gracias al escritor peruano Salvador Luis y al editor Pedro Medina, de Sub-Urbano Ediciones, me tomé en serio la posibilidad de invertir el orden. Ya había publicado en algunas antologías de relatos en Bolivia, Perú o Ecuador, y siempre he intentado estar muy pendiente de lo que se hace en la otra orilla del Atlántico, ya que siento que a menudo los autores y lectores españoles y latinoamericanos nos damos un poco la espalda, pero soy bibliófilo y nunca me había planteado el tema del libro digital.
Al recibir la propuesta desde Miami y comprobar la seriedad del proyecto, me decidí muy pronto. Poco después se materializó la posibilidad de publicar también en el sello español Ediciones del Viento, de modo que ambas versiones conviven y se benefician la una a la otra. La verdad es que, gracias al libro electrónico, resulta muy estimulante saber que tus historias pueden llegar al instante a lectores de Estados Unidos, de Latinoamérica o de cualquier otro lugar. Eso nos enriquece culturalmente a todos. Creo que la intención de Pedro Medina de tender puentes entre unos y otros a través de su sello editorial es todo un acierto. Ojalá Sub-Urbano Ediciones siga afianzándose como punto de encuentro alternativo de la literatura en español.
También el cine tiene presencia en tu imaginario literario, y además has escrito guiones para cortometrajes. ¿Cómo relacionas lo cinematográfico con tu narrativa?
He comentado en alguna otra entrevista que Agua dura es, entre otras cosas, el libro de aprendizaje de un narrador y el homenaje de un lector. Sin dejar esa idea, creo que también es el de un espectador tan entusiasmado por un buen puñado de películas como por los mejores libros de su biografía lectora. Como narrador nato, y seguramente contagiado por mi cinefilia y por mi vocación frustrada con la pintura y el dibujo, en mis historias la imagen, la escenografía, el movimiento, la luz y la distancia focal de la “cámara” tienen una importancia capital.
A veces he escrito como si rodara en mi cabeza una road movie, como en “Islandia”, aunque luego el proceso creativo fuera por completo literario, sustentado sobre todo en el lenguaje. Pero en otras ocasiones escribo muy condicionado por mi reciente faceta de guionista, como en “Propiedad privada”, donde de forma deliberada quise ser un poco más directo con ese lenguaje y apoyarme del todo en, por así decirlo, el story board del cuento. Digamos que casi lo escribí plano a plano. Tanto es así que, alentado por una amiga actriz de Los Ángeles, trabajo desde hace poco en la adaptación de ese mismo relato a guión cinematográfico.
“Propieda privada” es, además, un tributo más o menos velado a The Shining, tanto a la novela de Stephen King (1977) como a la película de Stanley Kubrick (1980), al hilo de mi voluntad de corresponder humildemente a tantos maestros, cosa que también hago en muchos momentos del libro con otros escritores al citarles, homenajearles o versionar sus historias, como en “Mala hierba” con Conrad o “Deseo de ser Dimitri” con Kafka.
Una de las mayores satisfacciones que me ha traído Agua dura ha sido tener noticia de cómo varios lectores y críticos descubrían en mis relatos una suerte de temperatura afín a otros escritores, como Faulkner, Hamsun, McCarthy o Henry James, pero también al cine de directores como Jarmusch, Wenders o Herzog, por ejemplo. Supongo que, como contador de historias que suele pensar en imágenes, en el fondo me daría lo mismo escribir libros que dirigir películas, sólo que eso resulta bastante más caro y complicado, así que me temo que seguiré como narrador y guionista.
¿Qué papel simbólico juega el bestiario que aparece y desaparece en las páginas de Agua dura?
Del mismo modo que el tratamiento del paisaje en mi narrativa tiene la vocación de construir sentido, en este libro he querido añadir un elemento simbólico más a través de la fauna que merodea por sus cuentos. Casi en cada relato aparecen los animales, de nuevo para ahondar en el significado de la historia, para revelar la naturaleza de los personajes y para activar algún resorte en el subconsciente del lector. Si el agua es desde antiguo símbolo de las emociones humanas, cada animal es un tótem que invoca alguno de nuestros deseos e instintos. Y en mis relatos los utilizo como códigos más o menos encriptados que le sugiero al lector para que termine de elaborar su propia interpretación de cada historia.
Todos los animales que, en femenino, están conectados con la protagonista de “Propiedad privada”, por ejemplo, dan la clave de otra capa de lectura del cuento, más política de lo aparente. La extraña fauna de “Banana Dream” me sirve para intentar ridiculizar la gran estafa de la posmodernidad. El jabalí de “En la boca del otro” saca a la bestia del protagonista y termina por humanizarlo más que sus propios semejantes. En “Islandia”, cada escama y cada espina ayudan a una cierta armonía semántica en el texto. La serpiente de la parte inicial de “Los ojos de Sarah” no es más que un espejo del papel del antagonista en el conjunto del relato. Y todavía hay tortugas, elefantes, lobos, ballenas, unos cuantos perros y media arca de Noé en el libro. Un arca que amenaza con hundirse a cada rato en el agua dura de mis relatos, pero que, en todo caso, no está ahí por casualidad.
Tus temas son las relaciones humanas, esa “escurridiza noción de familia”, el doble, la identidad, la venganza y la ausencia. ¿Qué dificultades has encontrado al construir el perfil psicológico de tus personajes e insertarlos en los relatos?
Al moverme en las dimensiones del relato, prefiero obviar algunas cosas y me interesa más mostrar las pulsiones vitales de los personajes que indagar demasiado en el porqué de sus acciones. Otros dos temas fundamentales del libro, junto a los que bien señalas, son la búsqueda personal de un lugar en el mundo y la posibilidad de redención en algunos de esos personajes. No dejan de ser temas relacionados con la familia, hasta en lo primigenio. De hecho, una de las lecturas más interesantes e inteligentes que he recibido ha sido la del escritor Óscar Esquivias, que presentó mi libro en Madrid y que habló de reminiscencias casi bíblicas en el perfil de los personajes fundamentales de Agua dura.
Y sí, supongo que muchos de ellos han salido, después de un “casting” más o menos inconsciente, de entre los arquetipos del Antiguo Testamento. Al lector más avezado no le costará demasiado identificar al Ángel Caído del Edén, a una suerte de Abraham contemporáneo, a un anciano David que hace frente a lejanos gigantes o, desde luego, a Caín y Abel haciendo de las suyas en varios relatos. Casi todos ellos buscan un refugio y, a veces, una segunda oportunidad.
Editaste el libro colectivo Chéjov comentado (2010) y escribiste el prólogo de la nueva traducción al español de El jugador, de Dostoievski (2013). ¿Cómo crees que se manifiesta en la actualidad la vigencia del legado literario de ambos escritores rusos?
Los admiradores del médico de Tagnarog estamos de enhorabuena, ya que la editorial española Páginas de Espuma acaba de acometer la loca empresa de publicar por primera vez en castellano toda la narrativa breve de Chéjov. En 2010 se cumplió un siglo y medio de su nacimiento y quise celebrarlo con Chéjov comentado, poniendo al día para el lector español una breve selección de sus relatos y, sobre todo, tomándole el pulso a su influencia en varios de los mejores autores hispanoamericanos de cuentos de los últimos años, como Eloy Tizón, Hipólito G. Navarro, Jon Bilbao, Eduardo Halfon, el mencionado Óscar Esquivias y muchos otros. También con traductores y eslavistas como Marta Rebón o el propio Paul Viejo, responsable de esos Cuentos completos de Chéjov.
Creo que, si algo quedó claro tras nuestro trabajo colectivo, fue que Chéjov es, definitivamente, el padre del cuento moderno, y que su herencia sigue siendo fértil entre los mejores narradores del presente. En cuanto a Dostoievski, otro de mis autores más admirados, aproveché la nueva traducción de El jugador para, en mi extenso prólogo, reivindicar no sólo la vigencia de su literatura, sino incluso, y con los condicionantes específicos de nuestro tiempo, la necesidad de un compromiso ético de su calibre entre los escritores de hoy en día. En ambos trabajos conté con la complicidad y el apoyo del sello Nevsky Prospects y, para que los lectores de Pliego Suelto que lo deseen puedan abundar más en esa vindicación de Dostoievski, cuento también ahora con la gentileza de sus editores para ofrecerles aquí el PDF del prólogo a El jugador.
¿Qué es el movimiento Nuevo Drama? ¿Cómo surge y qué plantea?
Tras el verano de 2011, tres escritores por entonces todavía inéditos y embriagados de ilusión por cambiar algunas cosas, Manuel Astur, Juan Soto Ivars y yo, quisimos dar una voz de alarma ante cierta inercia general en la cultura española y, en especial, en la mayor parte de la literatura que se presentaba como “novedosa” en nuestro país. Nunca fuimos contra nadie, pero sí estábamos hastiados del cinismo de algunos extremos de la posmodernidad y de su elitista pátina intelectual, de libros vacíos y sin vida, tan plegados a las modas del momento y tan despegados del lector. Nos llamaron reaccionarios, pero simplemente reaccionamos ante el ruido de una fiesta que ya había degenerado, la dejamos atrás y propusimos otra manera de hacer literatura. Otra manera de entender la creación artística, sin la soberbia de creernos una vanguardia más, cuando ya todas dijeron lo que tenían que decir hace más de ochenta años y, para colmo, lo dijeron mejor.
Con la humildad de aceptar de nuevo a los maestros y la necesidad de volver a colocar al ser humano en el centro del hecho literario. Enseguida, pasada la resaca inicial, entendimos que sólo a través de nuestras propias obras y de nuestro trabajo podríamos elaborar un discurso de veras honesto y, con suerte, efectivo, que calara en la gente. Por eso nos olvidamos al instante de toda la prestidigitación dialéctica de esas falsas vanguardias. No podíamos caer en el error de imitar sus estrategias, de modo que nada de manifiestos rimbombantes, nada de abrumadores discursos infestados de citas, nada de congresos endogámicos y nada de venderle a la gente el mismo humo en distinto frasco. Mejor no armar jaleo y dedicarnos a contar historias, a tratar de hacerlo lo mejor posible y volver a emocionar al lector con algo que, aún en la ficción, conserve intacto el rastro poético de la vida.
A día de hoy, casi dos años y medio después, entre los tres fundadores de este movimiento hemos publicado dos novelas, un poemario y un libro de relatos. Otros títulos están en camino y, sobre todo, otros autores se nos están uniendo en este viaje, autores que a su debido tiempo publicarán nuevos trabajos bajo el sello del Nuevo Drama. O no. Porque, al final, nada de esto es demasiado importante ya y, lo que es mejor, cada vez nos parece menos urgente reaccionar, porque estamos esperanzados, ya que día a día encontramos a más personas, lectores, libreros, editores, autores y artistas de otros lenguajes creativos con la misma ilusión por cambiar las cosas y desandar el torpe extravío de la posmodernidad para retomar el camino donde lo habían dejado nuestros padres.
Matar al padre con furia juvenil nunca fue vanguardia, sino uno de los impulsos más antiguos y cansinos del mundo, tanto como el de los viejos padres que nunca dejan respirar a sus hijos por miedo a perder su estatus. Se había llegado a un punto en el que los últimos coletazos de la posmodernidad quedaron huérfanos y olvidaron de dónde venían. Olvidaron la casa del padre a base de despreciarla. Pero creemos que todas esas modas vacías remiten por fin y, en esencia, el ser humano se está dando cuenta de que el camino es otro, un camino que bebe de nuevo de las fuentes y, precisamente por eso, se presenta más emocionante, despierto y lleno de futuro. Y en ese camino, por fortuna, cada vez se hará menos necesario que un puñado de artistas encendidos demos cuatro voces y le pongamos ningún sello a nada.
Seremos felices en cuanto veamos que el arte vuelva a conectar de veras con el ser humano, sin imposturas ni elitismos. Entonces no habrá motivo para seguir hablando del Nuevo Drama. Y nos parece que no falta mucho para ello.
Finalmente, y si no es un secreto, ¿cómo va el proceso de gestación de tu primera novela y cuál es su temática?
Es mejor no hablar demasiado de proyectos en marcha, porque nunca sabe uno dónde ni cuándo puede estropear las cosas y hundir la nave. Pero sí puedo adelantar que mi novela prosigue su viaje con viento a favor y un magnífico puerto editorial ya a la vista. Y, para que nadie se sorprenda luego, te diré también que en ella el agua jugará de nuevo un papel determinante, en este caso como desencadenante de una distopía que me servirá de pretexto para criticar el presente demencial que estamos viviendo. Sólo espero, cuando la publique, que no me echen del país. De cualquier país en el que el poder se haya olvidado de la gente y el nacionalismo y el absurdo vayan de la mano.