Existe una tendencia muy común a asociar los infinitos espacios siderales con las cadencias lentas y pausadas, como si el metrónomo interno del universo fuese similar a un mar de ondas cósmicas sosegadas, dilatadas y envolventes. De ello han dado buena cuenta diversos estilos musicales entre los que destaca el post-rock, la drone music, el ambient y la new age, entre otros.
Junto a esta tendencia ha existido también la tentación de asociar esos ritmos etéreos, poco vigorosos y cálidos a un cierto tipo de espiritualidad, más o menos laica, que persigue una suerte de comunión total del hombre con el todo. Dando por hecho, claro está, que existe una disociación entre el mundo y el individuo, y que esa separación es el doloroso punto de partida en el que nos encontramos todos una vez hemos iniciado la vida adulta. Los marxistas también dieron cuenta de este fenómeno en otro contexto, el económico, y hablaron por su parte de alienación.
Este tipo de proyección del hombre hacia el espacio exterior, la fusión con el cosmos –o como diría Freud la búsqueda de una «sensación oceánica», el ser-uno-con-el-todo– puede tener su atractivo en un primer momento. Sí, el mundo exterior, el terrenal, es amenazante y qué mejor que abandonarnos por un momento subiendo a las olas lentas y cadenciosas de las músicas siderales.
Pero no, tras esos primeros instantes de éxtasis downtempo, y si es que ha sobrevivido en nosotros una pizca de vitalidad –o, alternativamente, algunas ideas nietzscheanas, – nos irritamos y aburrimos terriblemente. Como decía «el hombre araña», un sabio personaje con las dos piernas escayoladas en el programa APM?, se ha de partir de la base de que «la vida no es un lugar seguro». Y en mi opinión mejor seguir esa filosofía ya que la búsqueda de la seguridad, el confort y ser-uno-con-el-todo que nos ofrece la música sideral tiene muy poco de espacio exterior y mucho de añoranza de las primerísimas etapas de la vida infantil.
Digamoslo ya. Esta música ambiental, lenta y envolvente –además de ser un ejercicio de indolencia y autocomplacencia máximas– más que un viaje sideral nos parece una regresión al vientre materno, a los sonidos lejanos y amortiguados propagados cadenciosamente a través del líquido amniótico. Y sí, allí eramos uno-con-el-todo, no teníamos ni siquiera conciencia de nuestro yo. Vivíamos en un mundo sin problemas, umbilicalizado, desresponsabilizado.
En fin, a mí me gusta escuchar de vez en cuando Stars of the lid pero creo que en el espacio exterior solo existe un gran silencio, frío, que es interrumpido por cataclismos violentísimos y aleatorios cada mil o miles de millones de años. Parafraseando a «el hombre araña»: El espacio no es un lugar seguro.