El escritor Pablo Gonz entrevista en tono distendido al neurocientífico Carlos Dotti (Argentina, 1955), catedrático del Centro de Biología Molecular Severo Ochoa (CMBSO) y del CSIC, y autor del libro La ciencia del buen envejecer: Cómo afecta el paso del tiempo a nuestras capacidades mentales y cómo prevenir sus efectos (Shackleton Books, 2022). La conversación pone de relieve la singular figura de Dotti a través de un recorrido biográfico, desde su niñez hasta sus recientes trabajos de investigación y la publicación del libro, donde Pablo Gonz, además, participó como corrector de estilo.
[Leer un fragmento de La ciencia del buen envejecer]
Carlos, sé de buena fuente que acabas de publicar un libro de divulgación titulado La ciencia del buen envejecer. ¿A quién recomiendas su lectura?
Recomiendo su lectura a gente que por curiosidad quiera saber más sobre las relaciones entre el envejecimiento y el cerebro, y a personas preocupadas por las patologías cerebrales propias de la vejez (ya sea por tener familiares afectados o por contar con antecedentes genéticos).
Mi libro también va destinado a quien pueda estar interesado en saber si se han desarrollado nuevas estrategias para retrasar el envejecimiento, y tal vez sirva a estudiantes de biología o medicina que quieran adquirir una base sólida sobre la que luego ordenar los conocimientos de neurociencia que vayan adquiriendo.
Naciste en San Francisco, provincia de Córdoba (Argentina), en el año 1955. A estas alturas de tu vida, ¿lo consideras un error del destino?
Para nada, un lujo. Nací con suerte, salvo por la hipermetropía que me regalaron al nacer. Ahora pienso que me podrían haber hecho otro tipo de regalo porque desde entonces llevo gafas.
Las gafas, las gafas… Cómo condicionan las gafas la vida de un niño. Háblanos un poco de tu infancia…
Yo era el mimado de mi mamá, el tercer hijo después de dos niñas. Además, para la época, mi madre ya era añosa –tenía 35 cuando me tuvo– y a mis hermanas no les hizo demasiada gracia que llegara «el nene”. Una de ellas incluso tuvo una crisis de celos seria.
Ahora se ríe y me adora. Pero para mis hermanas yo era “Pepe Quatrocchi” y para los del cole “Anteojito”. Pero siempre con buena onda. No era bullying, o yo no lo percibí nunca como tal. Ya sabes que en Argentina muchos tenemos apodos, y para mí ser “Anteojito” era tan cool como “Colorado”, “Chueco”, “Cabezón”, “Negro” o “Petiso”.
Vivíamos en una linda casa de un barrio pequeñoburgués de San Francisco. Casi toda la ciudad era así. Le dicen la Pampa Gringa porque en Argentina a los italianos y descendientes de italianos les llaman “gringos”. No tiene nada que ver con la periferia de las grandes ciudades de América Latina.
Ah, y además yo era muy buen alumno.
Entonces, ¿eras ya, por así decir, un pequeño catedrático?
No, para nada. Mi día a día estaba hecho de jugar mucho al fútbol y de mucha lectura de libros de aventuras: todo Salgari, toda una colección del Príncipe Valiente, Robin Hood, Los Tres Mosqueteros, el Rey Arturo y los Caballeros, etc. Solo veía la tele cuando iba a casa de mis amigos, ya que mi padre, aunque se moría de ganas de verla, se oponía a que hubiera una en casa.
Por lo demás, me crié en un ambiente de mucha libertad. Ni mis padres ni mis hermanas, que eran mucho mayores que yo, eran muy dados a estar encima de mí, ni para el estudio ni para el entretenimiento.
Mis padres eran cariñosos con nosotros pero nos dejaban muy a nuestro aire. No recuerdo a mi padre jamás preguntándome si había estudiado (se daba por sentado que debía hacerlo) o dónde había estado por la noche (se daba por sentado que yo no iba a hacer nada de lo que se pudieran avergonzar). Existía una forma correcta de hacer las cosas y había que seguirla, sin más. Solía escuchar a mi madre decir “recuerda de quién eres hijo”.
Y en ese ambiente de libertad fue donde comenzaste a aproximarte a la ciencia, ¿no?
Siempre que estaba solo, durante las siestas de verano o en las vacaciones escolares, me entretenía leyendo, ya te digo, o haciendo mezclas de sustancias, con productos varios que encontraba por ahí.
Mi madre se quejaba de que había muchas hormigas en el jardín y yo me dediqué a inventar un hormiguicida más eficaz que el que teníamos. Las mezclas que conseguí tenían tanta “nafta blanca”, un producto que se usaba como quitamanchas, que resultaban casi cócteles Molotov. No se incendiaban al tirarlas al suelo, pero si les acercaba un fósforo, salían ardiendo y quemaban a las hormigas y los hormigueros con mucha eficacia.
Supongo que ese fue mi primer acercamiento a la ciencia: la inclinación que de pequeño sentía por la alquimia.
¿Y posteriormente? ¿Tuviste cerca algún maestro de escuela que te orientase en la dirección del conocimiento científico?
No, mis maestros de escuela no tuvieron mayor influencia. Pero sí mi padre, que preparaba mejunjes en casa y en su consultorio. Tenía un matraz, pipetas, jeringuillas, espátulas, fórceps, pinzas… y muchas veces se percibía el olor de diferentes productos químicos.
Mi padre era dentista y hacía él mismo las masas para las impresiones dentales. Luego las cortaba y las enviaba al mecánico dental para que fabricara las dentaduras postizas, los puentes, etc.
O sea que, en cierta forma, el ambiente familiar y la libertad que se respiraba en tu casa, fueron claves a la hora de determinar tu vocación.
Sí, de un modo u otro, la misma libertad que sentía de niño me la supo proporcionar la ciencia más tarde. Es muy probable que hoy sea científico porque hacer ciencia da mucha libertad. La ciencia da libertad porque encontrar respuestas depende casi exclusivamente de cuanta energía le dedique uno a resolver las preguntas que se plantea.
Luego, dependiendo del ambiente (de los fondos de investigación, de las infraestructuras, del tipo de colegas que tenemos a nuestro alrededor) y del propio talento, así serán los resultados obtenidos. Pero hay algo en común a todos los que nos dedicamos a la ciencia con exclusividad y es que somos muy dueños de nuestro tiempo.
He leído que tu vinculación profesional con la ciencia se produjo a través de la medicina.
Sí, fue casi por casualidad. Dos amigos que iban a estudiar medicina tenían una plaza libre en el piso que habían alquilado y yo me incorporé a su proyecto. Tal vez si mis amigos hubieran escogido estudiar psicología, yo sería hoy un psicoterapeuta lacaniano de Buenos Aires o Madrid.
Pero, en fin, estudié medicina y cuando recibí mi título de médico, busqué especialidades que no tuvieran que ver con la medicina asistencial, pues yo ya había hecho casi dos años de urgencias y medio de obstetricia.
Entre las posibilidades que me surgieron estaban las de hacer una residencia en anatomía patológica, en farmacología o en nefrología. Pero un día, en una fiesta, me encontré con un colega que me explicó que también existía la posibilidad de hacer ciencia médica, o sea, investigación médica. Incluso me dijo con quién podía contactar.
De modo que di este paso y así fue cómo comenzó el camino que me ha llevado a convertirme en lo que soy ahora: un médico científico.
Porque así me defino: yo sigo siendo médico, me gustan la medicina y sus desafíos, me gusta haber tenido y seguir teniendo la posibilidad de estudiar el porqué y el cómo de las enfermedades. Y siempre tuve claro que más que ir derecho contra la enfermedad, debía saber primero el porqué y el cómo de los procesos normales.
A lo largo de tu carrera, que te ha llevado a trabajar en laboratorios de Argentina, Estados Unidos, Alemania, Italia, Bélgica y ahora España. Para terminar, ¿qué hito profesional destacarías y por qué?
Creo que los hitos principales son dos, referidos a las dos líneas de investigación sobre las que trabajé más tiempo: el primero, haber ayudado a definir qué mecanismo define en una neurona recién nacida de qué punto de su circunferencia nacerá la primera prolongación (que en algunas neuronas será el axón y en otras la dendrita apical). Este es un evento esencial en la migración de la neurona joven a su ubicación final y, por ende, en la conexión neuronal con otras áreas.
Mi segunda contribución es haber ayudado a definir cómo ocurre el envejecimiento de la membrana neuronal. En esto último comencé a trabajar después de haber terminado mis estudios sobre desarrollo neuronal.
Gracias, Carlos…
A vosotros.